domingo, 12 de octubre de 2014

Árboles ajenos.


Me retaron una vez por regar los árboles ajenos.

Y es que yo no sabía que me eran ajenos.

Eso expliqué esa vez, por cierto, pero supongo que una vecina exageró el asunto.

Tanto que hasta llegó la policía a preguntar por lo ocurrido.

Ellos sabían que era poco importante, pero de todas formas me sacaron una multa.

Me explicaron que era cierto, que los árboles fuera de las casas se consideraban como parte de la propiedad y correspondía al dueño, exclusivamente, preocuparse de su mantenimiento.

Dos meses después me presenté para pagar la multa.

Un juez me hizo repetir la historia y hasta llamó a otro juez, que estaba en la sala contigua.

Entonces, ambos encontraron absurdo lo ocurrido y hasta se rieron del asunto.

Desestimaron la multa y me enviaron a casa.

Ya en casa, esa tarde, volví a regar los árboles.

Los que me eran propios, legalmente, y de paso los ajenos.

Se veían secos y además me pareció que la vecina no estaba.

Y claro, no hubo inconvenientes esa vez, al menos.

Con todo, debo reconocer que no lo hice por bondad, ni por amor a la naturaleza, ni por compasión alguna.

Simplemente la vecina no estaba y sus árboles estaban secos.

Ya acostado, esa noche, pensé que si la vecina estaba muerta ya no podría culparla y me vería obligado a mover las culpas hacia otro sitio.

Y es que el egoísmo había engendrado una bondad a medias, pensé, incapaz de hacerse cargo de lo que realmente nos requería.

Estaba oscuro, aquella noche, lo recuerdo muy bien.

Comenzó a llover en ese instante.

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