Soñé que orbitaba la Tierra.
En un satélite, claro… en una cabina pequeña.
Podía observar por una pequeña ventana, pero las
imágenes cambiaban constantemente.
A ratos se veía parte del planeta y en otros
momentos solo oscuridad.
Lo extraño del sueño, sin embargo, era el silencio.
Interior y exterior, me refiero.
Nada de pensamientos precipitados, ni ideas, ni
mezclas de historias.
Yo era parte del silencio, simplemente.
Parte de algo abstracto y sencillo, me refiero.
Algo que ni siquiera podía pensarse.
De la Tierra, por ejemplo, no se podía distinguir
nada.
Nada de continentes, océanos u otras zonas específicas.
Ni recuerdos, siquiera.
Y es que yo me encontraba demasiado lejos de todo.
Separado por una distancia similar a la muerte.
Desligado de la Tierra como lo estamos de esas estrellas
que apenas distinguimos, en la vigilia.
Así, hasta los vínculos más fuertes habían
desaparecido...
De hecho, me era imposible comprender, durante el
sueño, el sentido de vínculo que podía tenerse con otras cosas.
Por otro lado, también me era imposible comprender,
durante el sueño, el sentido del vínculo que podía tenerse con otros seres.
Así, yo mismo era algo así como un satélite que
había sido arrojado fuera de mí mismo.
Con todo, debo reconocer que se trataba de una
sensación agradable.
Sensata, incluso, si se quiere.
Cuando desperté, sin embargo, esa calma desapareció
casi de inmediato.
Cerré los ojos y conté hasta setecientos, antes de
levantarme.
Creo que algo así debe ser la muerte.
ResponderEliminarUn abrazo