sábado, 11 de octubre de 2014

Soñé que orbitaba la Tierra.



Soñé que orbitaba la Tierra.

En un satélite, claro… en una cabina pequeña.

Podía observar por una pequeña ventana, pero las imágenes cambiaban constantemente.

A ratos se veía parte del planeta y en otros momentos solo oscuridad.

Lo extraño del sueño, sin embargo, era el silencio.

Interior y exterior, me refiero.

Nada de pensamientos precipitados, ni ideas, ni mezclas de historias.

Yo era parte del silencio, simplemente.

Parte de algo abstracto y sencillo, me refiero.

Algo que ni siquiera podía pensarse.

De la Tierra, por ejemplo, no se podía distinguir nada.

Nada de continentes, océanos u otras zonas específicas.

Ni recuerdos, siquiera.

Y es que yo me encontraba demasiado lejos de todo.

Separado por una distancia similar a la muerte.

Desligado de la Tierra como lo estamos de esas estrellas que apenas distinguimos, en la vigilia.

Así, hasta los vínculos más fuertes habían desaparecido...

De hecho, me era imposible comprender, durante el sueño, el sentido de vínculo que podía tenerse con otras cosas.

Por otro lado, también me era imposible comprender, durante el sueño, el sentido del vínculo que podía tenerse con otros seres.

Así, yo mismo era algo así como un satélite que había sido arrojado fuera de mí mismo.

Con todo, debo reconocer que se trataba de una sensación agradable.

Sensata, incluso, si se quiere.

Cuando desperté, sin embargo, esa calma desapareció casi de inmediato.

Cerré los ojos y conté hasta setecientos, antes de levantarme.

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