lunes, 6 de octubre de 2014

El secreto de la vida / Ambas opciones.



De chico soñé una vez que alguien tenía el secreto de la vida. Que conocía el sentido correcto, me refiero. Nunca se me mostraba bien quién era, pero yo sabía que uno de los personajes de mis sueños lo sabía. Entonces pasaron algo así como diez años y una noche en un sueño, mientras escalaba una montaña me di cuenta que aquel que lo sabía debía estar arriba. Lo supe de pronto, sin más, de una forma innegable, y seguí subiendo. Lamentablemente siempre me despertaba antes de legar y solo tras otros diez años de práctica comencé a aparecer en el sueño siguiente con algo de terreno ganado. Así, llegó finalmente el día en que logré llegar a la cumbre y llegué donde el hombre que sabía el secreto del sentido de la vida. Estaba sentado dándome la espalda, sobre el piso, y a un costado tenía una tetera blanca de la que salía aroma de té. Me acerqué así, en el sueño, con cuidado y me senté cerca de él, a un costado. Entonces, sin mayor preámbulo, el hombre que sabía el secreto del sentido de la vida volteó hacia mí, y me lo dijo. Pero claro… el hombre hablaba chino. Se veía feliz, incluso, pero hablaba chino. Cuando me desperté escribí esa historia y una pareja que tenía entonces la mandó a un concurso. Un concurso literario pequeño. Unas semanas después me llamó una persona del jurado de aquel concurso. Estaba a punto de rechazar el premio cuando la persona que llamó me dijo que todavía no habían elegido ganadores y que ella también había soñado lo mismo. Me dio incluso detalles de sueño que yo no había puesto en el relato y quedamos de juntarnos en un café del centro. Yo llegué un poco antes. Bueno… un día antes, realmente, porque me confundí de fecha y busqué entre las mesas del café a aquella persona miembro del jurado que había soñado lo mismo que yo. No me decidía por nadie. Había un par de chicas solas, pero no parecían buscar a nadie. Fue entonces que se me acercó un hombre y me preguntó si yo venía por el trabajo. No sé qué me ocurrió entonces, pero le dije que sí. Me dijo que empezara de inmediato y me acercó al piano. Está recién afinado, me dijo. Es una pena, le dije yo, me gusta afinarlo a mí mismo. Apreté un par de teclas y luego otras más. Todas suaves y a espacios irregulares. Sonaba como si supiera tocar, pero tuviese un estilo extraño. Nada de canciones y esas cosas, me refiero. Minimalismo puro. Media hora más tarde el hombre que me había contratado y me dijo que tocara algo más conocido o que me fuera de inmediato. Yo me fui. Igual me pagó cinco mil. Caminé por Santiago con el billete en la mano y me senté en una plaza. Le di el billete a la primera persona que me pidió una moneda. Se lo entregué sin mirarlo. Sin mirarlo concientemente, me refiero. Tras un rato, caí en cuenta que se trataba del hombre del sueño que hablaba chino. Puede resultar extraño, pero me sentía seguro al respecto. Caminé por horas buscándolo. Sin éxito, por cierto. Ya en casa calculé el tiempo empleado y, tras comprobar el error en el día del encuentro en el café, decidí no ir de todas formas, al otro día. Así, ocurrió que simplemente me quedé en casa. Eso fue hace un par de años. He vuelto a soñar con la montaña y hasta con un traductor portátil en la mano, pero no he vuelto a intentar subirla. Simplemente, me recuesto en la hierba que hay al pie de la montaña, en el sueño, y descanso un rato. A veces llueve y a veces hay sol. Hoy, a diferencia de antaño, me gustan sin duda, ambas opciones.

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