De chico soñé una vez que alguien tenía el secreto
de la vida. Que conocía el sentido correcto, me refiero. Nunca se me mostraba
bien quién era, pero yo sabía que uno de los personajes de mis sueños lo sabía.
Entonces pasaron algo así como diez años y una noche en un sueño, mientras
escalaba una montaña me di cuenta que aquel que lo sabía debía estar arriba. Lo
supe de pronto, sin más, de una forma innegable, y seguí subiendo.
Lamentablemente siempre me despertaba antes de legar y solo tras otros diez años
de práctica comencé a aparecer en el sueño siguiente con algo de terreno
ganado. Así, llegó finalmente el día en que logré llegar a la cumbre y llegué
donde el hombre que sabía el secreto del sentido de la vida. Estaba sentado
dándome la espalda, sobre el piso, y a un costado tenía una tetera blanca de la
que salía aroma de té. Me acerqué así, en el sueño, con cuidado y me senté
cerca de él, a un costado. Entonces, sin mayor preámbulo, el hombre que sabía el
secreto del sentido de la vida volteó hacia mí, y me lo dijo. Pero claro… el
hombre hablaba chino. Se veía feliz, incluso, pero hablaba chino. Cuando me
desperté escribí esa historia y una pareja que tenía entonces la mandó a un
concurso. Un concurso literario pequeño. Unas semanas después me llamó una
persona del jurado de aquel concurso. Estaba a punto de rechazar el premio
cuando la persona que llamó me dijo que todavía no habían elegido ganadores y
que ella también había soñado lo mismo. Me dio incluso detalles de sueño que yo
no había puesto en el relato y quedamos de juntarnos en un café del centro. Yo
llegué un poco antes. Bueno… un día antes, realmente, porque me confundí de
fecha y busqué entre las mesas del café a aquella persona miembro del jurado
que había soñado lo mismo que yo. No me decidía por nadie. Había un par de
chicas solas, pero no parecían buscar a nadie. Fue entonces que se me acercó un
hombre y me preguntó si yo venía por el trabajo. No sé qué me ocurrió entonces,
pero le dije que sí. Me dijo que empezara de inmediato y me acercó al piano. Está recién afinado, me dijo. Es una pena, le dije yo, me gusta afinarlo a mí mismo. Apreté un
par de teclas y luego otras más. Todas suaves y a espacios irregulares. Sonaba
como si supiera tocar, pero tuviese un estilo extraño. Nada de canciones y esas
cosas, me refiero. Minimalismo puro. Media hora más tarde el hombre que me
había contratado y me dijo que tocara algo más conocido o que me fuera de
inmediato. Yo me fui. Igual me pagó cinco mil. Caminé por Santiago con el
billete en la mano y me senté en una plaza. Le di el billete a la primera
persona que me pidió una moneda. Se lo entregué sin mirarlo. Sin mirarlo
concientemente, me refiero. Tras un rato, caí en cuenta que se trataba del
hombre del sueño que hablaba chino. Puede resultar extraño, pero me sentía
seguro al respecto. Caminé por horas buscándolo. Sin éxito, por cierto. Ya en
casa calculé el tiempo empleado y, tras comprobar el error en el día del
encuentro en el café, decidí no ir de todas formas, al otro día. Así, ocurrió
que simplemente me quedé en casa. Eso fue hace un par de años. He vuelto a
soñar con la montaña y hasta con un traductor portátil en la mano, pero no he
vuelto a intentar subirla. Simplemente, me recuesto en la hierba que hay al pie
de la montaña, en el sueño, y descanso un rato. A veces llueve y a veces hay
sol. Hoy, a diferencia de antaño, me gustan sin duda, ambas opciones.
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Croe que estas cerca de conocer por tu cuenta el secreto que buscabas.
ResponderEliminar"Creo" quise poner!
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