viernes, 3 de octubre de 2014

Un cactus para no regarlo.



-Compré un cactus para no regarlo, pero el hueón se estresa… -me dijo-. No es que sea muy irresponsable o algo así, pero lo cierto es que me falta tiempo y sentía que lo menos dañino era comprar un cactus…

-Pero el hueón se estresa.

-Sí. O sea, eso lo supe después –agregó-. El cactus se había puesto un poco feo así que busqué en internet y me enteré de eso… había que tener una serie de cuidados que al final era más demandante que regarlo a diario…

-¿Cómo qué cuidados?

-No eran específicos –me explicó-, pero en mi caso podía traducirse en alejarlo de lugares en los que uno trabajase a presión, o distante de espacios donde pudiesen oírse conversaciones disarmónicas…

-¿Conversaciones disarmónicas?

-Sí, o sea… discusiones, más bien… pero hacía referencia a cambios bruscos en tonalidades de voz y esas cosas…

-Pero a lo mejor el texto exageraba…

-No –señaló-. Estoy seguro que no… Pero además eso era solo el principio. Me refiero a que recomendaba ciertas temperaturas promedio, aromas, música… y hasta acercarse a hablarle directamente media hora diaria… ¡media hora, hueón!

-Sí, po… media hora…

-Al principio pensé que el texto exageraba, lo admito. Pero como el cactus de verdad se había puesto mal y me sentía culpable empecé a seguir las recomendaciones… y lo cierto es que dieron resultados.

-¿Volvió a estar bien el cactus?

-Sí… retomó el color, la fuerza… si hasta le salieron flores… pero el problema es otro…

-¿Cuál? –pregunté.

-Que estoy como la mierda po, hueón… y no hablo solo del tiempo… Al final estoy guardándome cosas, alterando las horas de sueño… ¡y ni siquiera se me ocurre de qué hablarle cada día!

-Pero le salieron flores.

-Sí, es cierto, pero mira –dijo de pronto mostrándome una de sus manos.

Yo miré.

Justo en la palma de su mano, estaban brotando espinas.

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