-Compré un cactus para no regarlo, pero el hueón se
estresa… -me dijo-. No es que sea muy irresponsable o algo así, pero lo cierto
es que me falta tiempo y sentía que lo menos dañino era comprar un cactus…
-Pero el hueón se estresa.
-Sí. O sea, eso lo supe después –agregó-. El cactus
se había puesto un poco feo así que busqué en internet y me enteré de eso…
había que tener una serie de cuidados que al final era más demandante que
regarlo a diario…
-¿Cómo qué cuidados?
-No eran específicos –me explicó-, pero en mi caso
podía traducirse en alejarlo de lugares en los que uno trabajase a presión, o
distante de espacios donde pudiesen oírse conversaciones disarmónicas…
-¿Conversaciones disarmónicas?
-Sí, o sea… discusiones, más bien… pero hacía
referencia a cambios bruscos en tonalidades de voz y esas cosas…
-Pero a lo mejor el texto exageraba…
-No –señaló-. Estoy seguro que no… Pero además eso
era solo el principio. Me refiero a que recomendaba ciertas temperaturas
promedio, aromas, música… y hasta acercarse a hablarle directamente media hora
diaria… ¡media hora, hueón!
-Sí, po… media hora…
-Al principio pensé que el texto exageraba, lo
admito. Pero como el cactus de verdad se había puesto mal y me sentía culpable
empecé a seguir las recomendaciones… y lo cierto es que dieron resultados.
-¿Volvió a estar bien el cactus?
-Sí… retomó el color, la fuerza… si hasta le
salieron flores… pero el problema es otro…
-¿Cuál? –pregunté.
-Que estoy como la mierda po, hueón… y no hablo
solo del tiempo… Al final estoy guardándome cosas, alterando las horas de sueño…
¡y ni siquiera se me ocurre de qué hablarle cada día!
-Pero le salieron flores.
-Sí, es cierto, pero mira –dijo de pronto mostrándome
una de sus manos.
Yo miré.
Justo en la palma de su mano, estaban brotando
espinas.
Todo beneficio implica un sacrificio...
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