I.
-Junto al mago, en el escenario –me dijo-, había un
montón de globos. Unos cincuenta, digamos. Todos de diferentes colores.
-¿Cincuenta colores diferentes? –pregunté.
-No… o sea, muchos colores distintos –aclaró-, pero
deben haberse repetido algunos…
-Ah –dije yo.
Entonces ella me contó que aquella vez, en la
función, habían vendado varias veces al mago y le habían puesto además una caja
en la cabeza. Luego, le habían pasado al público los cincuenta globos, que
debían reventar, de a poco, en el orden que ellos quisieran.
Así, a medida que los reventaban, el mago
interrumpía y decía: ese globo era azul o ese globo era amarillo… sin fallar en
ninguna oportunidad.
-Yo me acuerdo que reventé uno blanco –me dijo
ella-, y que el mago adivinó enseguida.
-¿No falló en ninguno de los cincuenta globos? –le pregunté.
-En ninguno –contestó.
II.
Comencé a ensayar el truco esa misma tarde. Compré
globos de cuatro colores distintos, pero mis marcas fueron penosas. Creo que le acerté a dos, de quince, nada más.
En cambio, llegué a descubrir que me producía
angustia escuchar como reventaban los globos, así, sin razón.
-¡Pobre globo…! –dije al final-. No sigamos con
esto…
Y claro, esa vez quedó un único globo rojo, que
soltamos al final del experimento.
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