martes, 30 de septiembre de 2014

Wingarden y su apología de las selfies.



Muy pocos lo reconocen hoy en día, pero lo cierto es que el origen del término selfie, asociado obviamente al retrato que se hace de uno mismo, se origina en un pequeño artículo de Otto Wingarden titulado “Detrás de nosotros mismos”.

En dicho artículo –publicado en el año 1999-, Wingarden proponía una mirada que, basándose principalmente en ejemplos artísticos que iban desde Velásquez a Kafka, buscaba demostrar que en muchos casos la creación artística funciona como una selfie que busca integrar al creador del texto, como parte de un todo en el que, sin embargo, no encaja.

Así, Wingarden hace un acercamiento a los niveles que presentarían dichas selfies en el ámbito artístico, pero reconociendo que en esos casos existe, dentro de ciertos márgenes, la voluntad consciente del creador por enmarcarse en aquello que crea, no solo para ser visto por sí mismo, sino para ser reconocido entre los otros, incluso a partir de sus referencias.

Con todo, más allá del análisis que Wingarden realiza a algunas obras, me interesa cierta reflexión que propone respecto a lo que estas selfies verdaderamente revelan.

Antes de esto, sin embargo, creo necesario hacer una breve referencia a los tres grupos principales de selfies que distingue este autor:

La primera, ejemplificada por La Metamorfosis, donde Kafka terminaría por revelarse a sí mismo quién realmente es (o al menos quién es para los otros). Es decir, selfies en que el verdadero objetivo apunta a contrastar la figura de quien aparece en primera instancia con otros personajes del contexto, poniendo atención a la mirada y distancia que esos otros tienen sobre aquel que se realiza dicha selfie.

Un segundo tipo de selfie estaría dado por todas aquellas que solo funcionan como espejo. Es decir, como una forma de validar la presencia de quien se enmarca en ella para testimoniar su presencia en un contexto o situación determinado. No obstante lo anterior, es necesario recalcar que el objetivo final no es el contexto sino la figura enmarcada, pues es esta figura, finalmente, el único protagonista de este tipo de obras.

Por último –como tipo de selfies-, Wingarden reconoce todas aquellas que no buscan reflejar quiénes somos (ni para nosotros mismos ni para los otros), sino que buscan hacernos conscientes –tardíamente quizá, pero conscientes-, de todo aquello que existe tras nosotros y a lo que acostumbramos dar la espalda.

En este sentido –y desde aquí nace la reflexión que, en definitiva, me llama la atención de aquel artículo-, Wingarden se explaya acerca de la necesidad de expandir nuestra mirada comprensiva hacia todo aquello que no alcanzamos a ver por nosotros mismos y que existe, sin embargo, muy cerca de nosotros.

Y es que solo así, concluye, puede surgir el real valor de las cosas –de las “cosas vivas” recalca-, y hasta podemos acercarnos, en definitiva, hacia los otros, dándonos vuelta simplemente y yendo a su encuentro.

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No recuerdo las palabras exactas de Wingarden, pero estaré atento a escanearlas y subirlas en algún sitio, para no contaminarlas ni quitarles calidez.

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