Muy pocos lo reconocen hoy en día, pero lo cierto
es que el origen del término selfie, asociado obviamente al retrato que se hace
de uno mismo, se origina en un pequeño artículo de Otto Wingarden titulado “Detrás
de nosotros mismos”.
En dicho artículo –publicado en el año 1999-, Wingarden
proponía una mirada que, basándose principalmente en ejemplos artísticos que
iban desde Velásquez a Kafka, buscaba demostrar que en muchos casos la creación
artística funciona como una selfie que busca integrar al creador del texto,
como parte de un todo en el que, sin embargo, no encaja.
Así, Wingarden hace un acercamiento a los niveles
que presentarían dichas selfies en el ámbito artístico, pero reconociendo que
en esos casos existe, dentro de ciertos márgenes, la voluntad consciente del
creador por enmarcarse en aquello que crea, no solo para ser visto por sí
mismo, sino para ser reconocido entre los otros, incluso a partir de sus
referencias.
Con todo, más allá del análisis que Wingarden
realiza a algunas obras, me interesa cierta reflexión que propone respecto a lo
que estas selfies verdaderamente revelan.
Antes de esto, sin embargo, creo necesario hacer
una breve referencia a los tres grupos principales de selfies que distingue
este autor:
La primera, ejemplificada por La Metamorfosis, donde Kafka terminaría por revelarse a sí mismo quién
realmente es (o al menos quién es para los otros). Es decir, selfies en que el
verdadero objetivo apunta a contrastar la figura de quien aparece en primera
instancia con otros personajes del contexto, poniendo atención a la mirada y
distancia que esos otros tienen sobre aquel que se realiza dicha selfie.
Un segundo tipo de selfie estaría dado por todas
aquellas que solo funcionan como espejo. Es decir, como una forma de validar la
presencia de quien se enmarca en ella para testimoniar su presencia en un
contexto o situación determinado. No obstante lo anterior, es necesario
recalcar que el objetivo final no es el contexto sino la figura enmarcada, pues
es esta figura, finalmente, el único protagonista de este tipo de obras.
Por último –como tipo de selfies-, Wingarden reconoce
todas aquellas que no buscan reflejar quiénes somos (ni para nosotros mismos ni
para los otros), sino que buscan hacernos conscientes –tardíamente quizá, pero
conscientes-, de todo aquello que existe tras nosotros y a lo que acostumbramos
dar la espalda.
En este sentido –y desde aquí nace la reflexión
que, en definitiva, me llama la atención de aquel artículo-, Wingarden se
explaya acerca de la necesidad de expandir nuestra mirada comprensiva hacia
todo aquello que no alcanzamos a ver por nosotros mismos y que existe, sin
embargo, muy cerca de nosotros.
Y es que solo así, concluye, puede surgir el real
valor de las cosas –de las “cosas vivas” recalca-, y hasta podemos acercarnos,
en definitiva, hacia los otros, dándonos vuelta simplemente y yendo a su
encuentro.
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No recuerdo las palabras exactas de Wingarden, pero
estaré atento a escanearlas y subirlas en algún sitio, para no contaminarlas ni
quitarles calidez.
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