miércoles, 24 de septiembre de 2014

Ella y el caracol.


-Me pasó al menos tres veces antes de darme cuenta – dijo ella-. Siempre sucedía al salir de casa.

-Ya –dije yo.

-Parece que te lo había contado, pero…

-No importa, no me acuerdo.

-Es lo de los caracoles…

-Cuenta, no te preocupes.

-De acuerdo… lo que ocurría era que cada mañana, antes de salir hacia la universidad, justo fuera de la puerta de la casa, veía un caracol… Viniendo hacia la casa, me refiero, como si quisiese entrar…

-¿El mismo caracol siempre?

-Yo creo que sí… -continuó-. Lo que pasa es que cada mañana yo lo tomaba y lo dejaba en el jardín, junto a un arbusto… y me tocaba verlo nuevamente frente a la casa, a la otra mañana…

-¿No lo pisaste nunca, por accidente?

-No… lo habría matado, además. Y como te decía, debo haberme dado cuenta como al tercer día y luego siempre me fijaba.

-¿Pasó más veces?

-Sí, cerca de dos semanas antes que decidí entrarlo.

-¿Entrarlo a la casa?

-Sí. Lo recogí un día y lo miré bien –señaló-. Suena estúpido, pero recuerdo haber reconocido algo así como una cara, en el caracol.

-¿Un rostro…?

-No sé si rostro, pero al menos una cara… -explicó-. Y en la cara una expresión, que me pareció familiar…

-¿Se parecía a alguien el caracol?

-No, el caracol no… o sea, era la expresión de la cara, ni siquiera la cara… pero no es el punto…

-¿Y qué ocurrió entonces?

-Primero nada especial… Lo entré a la casa, lo dejé en un macetero y me fui a la Universidad… pero claro, fue de regreso cuando pasó lo otro.

-¿Qué cosa?

-¿Estás seguro que no te lo conté…?

-No… no me suena la historia.

-Bueno, el punto es que cuando llegué esa tarde encontré al caracol sobre mi cama, esperando a que llegara.

-¿Y cómo sabes que te estaba esperando?

-No sé cómo explicarlo… si lo hubieses visto sabrías…

-…

-El punto es que me senté junto a él y lo miré a la cara y le pregunté qué quería…

-¿Me estás hueveando?

-No. Eso hice, de verdad, pero no me respondió.

-Obvio que no…

-No sé si tan obvio… o sea, en el momento le pregunté y no dijo nada, pero tras volver a dejarlo en el jardín pensé que tal vez había esperado muy poco… ya, sabes… los caracoles son lentos… Además al otro día…

-¿Qué pasó al otro día?

-Es que no me vas a creer.

-Cuenta no más…

-Bueno, al otro día cuando salí de casa vi que no estaba…

-¿Y eso que tiene de raro?

-Es que no estaba, pero…

-¿Qué?

-Había una palabra escrita fuera de la puerta... Ya sabes, con la baba plateada que dejan.

-¿No habrá sido una impresión tuya?

-No, si estaba clara…

-¿Y qué decía?

-Decía: “Tú”. Hasta con la tilde.

-…

-De hecho pienso que debe haber saltado para poner la tilde.

-¿Y qué piensas qué quiso decir…? Con esa palabra, me refiero.

-Eso es lo malo: no sé qué quiso decir.

-…

-Además resulta triste eso… No saber qué significa eso: tú… tú misma. Tal vez eso me quiso decir…

-¿De verdad crees eso?

-Totalmente… De hecho, si volviese a encontrarlo, le preguntaría nuevamente qué quiere, pero esta vez esperaría lo que fuese necesario…

-…

-Siempre es bueno esperar un poco, ¿no crees?

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