No suele gustarme la nobleza, pero haré una
excepción con el príncipe Ruperto.
Además no me consta que haya sido muy noble.
Por lo pronto me salto su biografía y hasta las
referencias a su perro endemoniado.
Me salto también su etapa de corsario.
Y me salto por último sus aficiones artísticas.
Y es que uno, en el fondo, no se hace amigo a
partir de esas aficiones.
En cambio, me gustan ciertos ecos que dejan dos de
sus historias.
La primera referida a una especie de paradoja
matemática.
En ella, Ruperto formula la pregunta que intenta
averiguar de qué tamaño puede llegar a ser el cubo que puede ingresar por un
agujero hecho en otro cubo.
Ahora bien, lo llamativo de esto -más allá de la
sorpresa al descubrir que el cubo que pasa por el interior del otro puede ser
aún mayor que el primero-, viene a ser cierta reflexión que acompaña la
formulación de este ejercicio, escrita de puño y letra por mi amigo Ruperto (la
traducción está difícil, pero la intento):
“Usted
podrá ahora no solo pensarse, sino pasarse usted mismo por el interior de sí
mismo y no rozar sus propios bordes”
La otra historia que me acerca a Rupe dice relación
con una bromita suya. Dicha broma consistía en presentar a sus invitados una
gota hecha de cierto tipo de vidrio templado y someterla a fuertes golpes sin
que esta pudiese romperse.
Y claro, hasta ahí la broma es fome, pero la “gracia”
está presente ya que a pesar de no romperse ante los fuertes golpes, la gota de
vidrio estalla en miles de partículas si entra en contacto con la mano de algún
invitado.
Lamentablemente, mi amigo Rupe tuvo hasta un
proceso en contra pues un invitado suyo perdió un ojo a partir de dicha broma.
Poco entendido mi amigo, pues esos mismos
principios pueden aplicarse para que algún otro no pierda incluso, la vida
entera.
Descansa en paz, amigo Rupe.
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