domingo, 21 de septiembre de 2014

Mi amigo el príncipe Ruperto.



No suele gustarme la nobleza, pero haré una excepción con el príncipe Ruperto.

Además no me consta que haya sido muy noble.

Por lo pronto me salto su biografía y hasta las referencias a su perro endemoniado.

Me salto también su etapa de corsario.

Y me salto por último sus aficiones artísticas.

Y es que uno, en el fondo, no se hace amigo a partir de esas aficiones.

En cambio, me gustan ciertos ecos que dejan dos de sus historias.

La primera referida a una especie de paradoja matemática.

En ella, Ruperto formula la pregunta que intenta averiguar de qué tamaño puede llegar a ser el cubo que puede ingresar por un agujero hecho en otro cubo.

Ahora bien, lo llamativo de esto -más allá de la sorpresa al descubrir que el cubo que pasa por el interior del otro puede ser aún mayor que el primero-, viene a ser cierta reflexión que acompaña la formulación de este ejercicio, escrita de puño y letra por mi amigo Ruperto (la traducción está difícil, pero la intento):

“Usted podrá ahora no solo pensarse, sino pasarse usted mismo por el interior de sí mismo y no rozar sus propios bordes”

La otra historia que me acerca a Rupe dice relación con una bromita suya. Dicha broma consistía en presentar a sus invitados una gota hecha de cierto tipo de vidrio templado y someterla a fuertes golpes sin que esta pudiese romperse.

Y claro, hasta ahí la broma es fome, pero la “gracia” está presente ya que a pesar de no romperse ante los fuertes golpes, la gota de vidrio estalla en miles de partículas si entra en contacto con la mano de algún invitado.

Lamentablemente, mi amigo Rupe tuvo hasta un proceso en contra pues un invitado suyo perdió un ojo a partir de dicha broma.

Poco entendido mi amigo, pues esos mismos principios pueden aplicarse para que algún otro no pierda incluso, la vida entera.

Descansa en paz, amigo Rupe.


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