Leo a Li Po y no escribo.
Y es que se nubla mi lenguaje, cuando leo a Li Po.
De hecho, ni siquiera lo pienso,
cuando leo.
Por lo mismo, rastreo mis palabras en regiones extrañas.
Casi ajenas, incluso, las encuentro dañadas.
Igual que los papeles que se quedaron en la ropa el día del lavado.
Igual que el calcetín que encuentras tarde, bajo la cama.
Igual que los alumnos que llegan atrasados, reunidos en el frontis del
colegio.
Así, son palabras distantes, las que encuentro...
Palabras que han quedado dispersas, como piedras.
O como constelaciones en las que ya no es posible establecer, ninguna
forma lógica.
Por otro lado, hasta la forma de mirar cambia, cuando leo a Li Po.
No se trata de profundidad.
No se trata de reconocer detalles o nuevos tonos.
Es más bien como si el ojo se volviese piel.
Y como si la piel guardase secretamente un registro cuyo significado
último, se escapa.
Hoy, por ejemplo, hasta llovió un poquito, mientras leía a Li Po.
Y cada cosa parecía en su sitio.
Y hasta la biblioteca me pareció ordenada.
E incluso el agua parecía un dibujo que estaba desde siempre, impreso
en la ventana.
Nada más puedo decir, cuando leo a Li Po.
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