Estoy seguro que Heinrich Mann no sabía que era un
buen escritor.
No al menos si se comparaba con su hermano.
O con el reconocimiento que tuvo la obra de su
hermano.
¡Ojalá me hubiese pedido la opinión, para subirle
el ánimo…!
Justo ahora, por ejemplo, leo una anécdota que
cuenta cómo guardaba en un frasco una serie de mensajes que traían las galletas
de la fortuna.
Malos mensajes, si se quiere, pues revelaban cierta
desgracia que había de llegar en un futuro incierto.
Las buenas nuevas, en cambio, las botaba.
Todos los días iba por su galleta y cumplía con el
rito.
Lo hizo por casi quince años hasta que su esposa se
mató en el 44.
De hecho, la enterró junto con el frasco.
Hoy no sé si existen galletas de la fortuna.
Y si existen, dudo que tengan algún mal augurio
como en ese entonces.
De hecho, nunca he sabido de nadie –salvo Heinrich
Mann-, que le tocasen mensajes negativos.
Pero claro, no tengo cómo saberlo pues no he visto,
como decía, este tipo de galletas.
Otras cosas que hoy no existen –o que prácticamente
no se encuentran-, son libros de Heinrich Mann.
Y es que salvo El ángel azul y una que otra novela
histórica, no recuerdo que se haya reeditado últimamente.
Por lo mismo, puede que fallen también otras cosas,
si nos fijamos.
Cosas que estaban esbozadas en sus libros, tal vez.
Pequeñas cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario