lunes, 15 de septiembre de 2014

Todos en el mundo están borrachos.

“Mantenga llena esa copa.
No se aguanta el mundo
de otra forma”
Boris Vian.


No estaba seguro, pero finalmente acepté los pasajes.

Debía ir hasta Concepción, leer unos poemas y ser parte de un jurado.

Nada de lo que hubiese hecho por mí mismo, pero le debía un favor a un amigo.

Y claro, para soportarlo, supongo que me emborraché un poco, en el avión.

De hecho, hasta hubo unos leves reclamos, durante el vuelo, sin mayor importancia.

Así, ocurrió que tras llegar al aeropuerto descubrí que habían enviado un tipo a recibirme.

Un tipo que también, por cierto, se encontraba borracho. 

Camino a la Universidad, sin embargo, tras tomarnos unas cuantas cervezas, el hombre –que por cierto manejaba el auto en que viajábamos-, decidió dejar el vehículo a un costado de la carretera.

Y es que habíamos zigzagueado un par de veces y prefirió no exponernos a algún tipo de accidente.

Fue así que de pronto, a poco de llegar y a poco del momento en que debía estar leyendo, nos vimos ambos haciendo dedo a algún auto que nos quisiese llevar.

Debemos haber estado unos veinte minutos hasta que paró uno.

Era un auto grande, un poco antiguo conducido por un hombre de bigote.

Un hombre de bigote que también iba borracho.

Nos subimos en los asientos de atrás y el hombre nos pasó unas latas.

Nos contó de unos problemas familiares.

Yo le conté a qué había ido.

Lamentablemente, mientras conversábamos, el hombre se salió de la pista y nos estrellamos contra un árbol.

No fue tan grave, por lo menos.

Pocos minutos después paró un auto y se bajó un hombre, para ayudarnos.

Vio que el choque no había sido tan grave, pero nos dijo que valía la pena salir del lugar y decir que el auto había sido robado, para evitar complicaciones por el alcohol.

Y claro… ese hombre también iba algo borracho.

Nos contó que venía de un bautizo, o algo así.

Recuerdo que tras unos minutos, incluso, estábamos todos riendo, a un costado del auto.

Fue entonces que, como me había hecho un corte a partir del choque y me dolía bastante el cuello, se me ocurrió pedirle a ese hombre que se hiciese pasar por mí y leyese unos cuantos poemas en la Universidad.

Total los hueones que escuchan también deben estar borrachos… recuerdo que le dije.

Él pareció animarse con la idea.

Le pasé una carpeta que llevaba.

Nos acercó hasta una bomba de bencina

Una vez ahí, nos quedamos esperando a ver qué hacíamos, mientras el hombre se dirigía a leer algunos poemas.

Nunca volví a saber de aquel hombre.

Regresé a Santiago al día siguiente.

No era tan malo el mundo, visto de esa forma.

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