“Mantenga llena esa copa.
No se aguanta el mundo
de otra forma”
Boris Vian.
No estaba seguro, pero finalmente acepté los
pasajes.
Debía ir hasta Concepción, leer unos poemas y ser
parte de un jurado.
Nada de lo que hubiese hecho por mí mismo, pero le
debía un favor a un amigo.
Y claro, para soportarlo, supongo que me emborraché
un poco, en el avión.
De hecho, hasta hubo unos leves reclamos, durante
el vuelo, sin mayor importancia.
Así, ocurrió que tras llegar al aeropuerto descubrí
que habían enviado un tipo a recibirme.
Un tipo que también, por cierto, se encontraba
borracho.
Camino a la Universidad, sin embargo, tras tomarnos
unas cuantas cervezas, el hombre –que por cierto manejaba el auto en que viajábamos-,
decidió dejar el vehículo a un costado de la carretera.
Y es que habíamos zigzagueado un par de veces y
prefirió no exponernos a algún tipo de accidente.
Fue así que de pronto, a poco de llegar y a poco
del momento en que debía estar leyendo, nos vimos ambos haciendo dedo a algún
auto que nos quisiese llevar.
Debemos haber estado unos veinte minutos hasta que
paró uno.
Era un auto grande, un poco antiguo conducido por
un hombre de bigote.
Un hombre de bigote que también iba borracho.
Nos subimos en los asientos de atrás y el hombre
nos pasó unas latas.
Nos contó de unos problemas familiares.
Yo le conté a qué había ido.
Lamentablemente, mientras conversábamos, el hombre
se salió de la pista y nos estrellamos contra un árbol.
No fue tan grave, por lo menos.
Pocos minutos después paró un auto y se bajó un
hombre, para ayudarnos.
Vio que el choque no había sido tan grave, pero nos
dijo que valía la pena salir del lugar y decir que el auto había sido robado,
para evitar complicaciones por el alcohol.
Y claro… ese hombre también iba algo borracho.
Nos contó que venía de un bautizo, o algo así.
Recuerdo que tras unos minutos, incluso, estábamos todos
riendo, a un costado del auto.
Fue entonces que, como me había hecho un corte a
partir del choque y me dolía bastante el cuello, se me ocurrió pedirle a ese hombre
que se hiciese pasar por mí y leyese unos cuantos poemas en la Universidad.
Total los
hueones que escuchan también deben estar borrachos… recuerdo que le dije.
Él pareció animarse con la idea.
Le pasé una carpeta que llevaba.
Nos acercó hasta una bomba de bencina
Una vez ahí, nos quedamos esperando a ver qué hacíamos,
mientras el hombre se dirigía a leer algunos poemas.
Nunca volví a saber de aquel hombre.
Regresé a Santiago al día siguiente.
No era tan malo el mundo, visto de esa forma.
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