Me preparo un té antes de dormir.
Al final de un día en el que el orden fue
imposible.
Un té con durazno, me preparo.
Té verde con durazno.
Busco una pequeña tetera de loza.
Despejo un espacio.
Pongo música.
Nada está muy en orden, pero todo puede estarlo.
Suena Dylan, bajito.
Me prometo como tantas veces un día mejor, mañana.
Sin culpas ni remordimientos, simplemente me
prometo un día mejor.
Observo mi entorno.
Libros.
Películas.
Unas cuantas cosas revueltas.
Justo entonces llega el aroma del té con durazno.
Un muy buen aroma, por cierto.
Respiro hondo y pienso que tras este aroma, hay
cientos de cosas que quiero hacer.
Y claro… es bueno que existan esas cosas.
Cosas simples, después de todo, como el té con
durazno.
Así, de a poco empiezo a percibirme a mí mismo como
otra cosa simple.
Una cosa simple que debe estar ahí, para el que
extienda la mano.
Nada de escrituras complejas, me digo.
Nada de correcciones ni búsquedas en cuadernos de
apuntes o en hojas sueltas en el dormitorio.
Quiero simplemente que no se enfríe el té.
Quiero que su aroma llegue cálido, mientras
escribo.
Así, por último, lleno un pocillo extra y lo dejo a
un costado por si alguien lo quiere.
Mañana será un día mejor, me digo.
Les digo.
Yo quiero ese otro pocillo...
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Siempre que estoy triste busco este blog y es muy gratificante leer entradas así. Me ayudan a dormir mas tranquilo. Gracias y saludos señor Vian.
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