Vi ensayar una obra a Juan Radrigán –construirla,
realmente-, hace como doce años. No sé si ya lo he contado acá, pero hoy lo
recordaba.
Y es que hoy buscaba entrevistas, algunos
fragmentos de sus obras… Y bueno, me pasó lo mismo que aquella vez: sentí
vergüenza.
De la vergüenza de hace doce años no duele hablar,
porque está lejos. Él había elogiado algo que yo había escrito y debíamos
ensayar para llevarlo a escena, brevemente. Pero ocurrió que entonces lo vi
ensayar.
Lo vi ensayar y me hicieron sentido todas sus
frases sobre la labor del escribir y el esfuerzo que debía orientar aquello… Como si te fueras a morir mañana, decía
siempre… y yo entendía a medias.
También por ese tiempo yo me había prometido no
escribir más… no en serio, al menos, pero luego de algunas conversaciones y un
poco por ego, me decidí a escribir una obra breve, de un tirón, en una tarde… y
mostrársela.
Él la leyó y la elogió. Y claro, entonces fue
cuando llegué hasta el lugar donde ensayaba, y lo vi trabajar. Y me fui sin dar
explicaciones desde aquel lugar, con mis papeles.
Recuerdo que él salió y me habló pues pensó que su
obra me había ofendido. No sé si supe explicarle, pero lo que me ofendió fue mi
propia actitud. Mi tibieza. Mi falta de convicciones.
Hoy, viendo sus entrevistas; observando cómo sigue
trabajando, no puedo sino volver a sentir esa vergüenza. Con matices y pequeñas
mejoras, es cierto, en algunos ámbitos… pero con vergüenza al fin y al cabo.
Reflexiono sobre esas vergüenzas, por cierto, y las
intento superar, día a día.
A veces me miento diciendo que faltan fuerzas.
Un buen incentivo nos alienta a seguir, no nos coarta. Espero que encuentres las fuerzas.
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