“A todo esto, Guni, el tiempo pasaba:
días, meses y aun años”
J. E.
No sé si usted va a poder entenderlo.
Yo mismo, de hecho, no lo entiendo del todo.
Se trata de un cuaderno que me pasó hace años un
preso de la penitenciaría X, en la que hice unas cuantas clases.
El cuaderno contenía una especie de diario de vida,
aunque más bien era un listado de hechos, anotados por el recluso.
Por otro lado, los hechos que estaban anotados
quedaban reducidos prácticamente a la forma verbal de la acción realizada, sin
revelar detalles.
Así, por ejemplo, aparecía uno de los días:
Día X, Mes X.
Desperté.
Hablé con B. Fuimos al comedor y luego al patio. Almorzamos guiso de arvejas.
Le pedí un libro a P. Presté 3 cigarrillos. Caminé 6 vueltas de patio. Estuve 3
horas en el taller. Preferí la pastilla, para dormir. Descubrí que F. anda con
un ratón en un bolsillo.
Recuerdo que cuando me pasó el cuaderno, me dijo
que lo había intentado escribir para que no se le escapara nada.
-Hacemos pocas cosas, pero no son lo mismo –me dijo
esa vez-. Si fuera lo mismo nadie aguantaría… No es tan malo leer lo que uno
hace…
-No, no creo que sea malo –debo haber dicho.
Entonces me llevé el cuaderno.
Pensé que los escritos serían siempre parecidos,
pero lo cierto es que hacia el final estaban escritas unas cuantas conclusiones:
-Nunca se puede atrapar todo-, decía una.
-Si no estuviese acá, no habría escrito nada –decía
otra.
No se trataba de grandes conclusiones, es cierto, pero
al menos significaban un cambio, respecto al total de aquel escrito.
Recuerdo que cuando se lo devolví él ya había
tomado apuntes en una servilleta y comenzó a pasarlo al cuaderno.
Se notaba desesperado.
-No está todo acá – me dijo esa vez-, pero tampoco
está en ningún sitio.
Parecía haber tenido pensada ya, aquella frase.
Pasó el tiempo.
Nos vimos unas veces más hasta que le requisaron el
cuaderno.
-Voy a matar a ese gendarme –me dijo esa vez,
mientras apuntaba con el dedo.
Yo miré al gendarme.
-Cuando escriba que lo hice vuelvo a prestarle
el cuaderno -concluyó.
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