Hoy conocí a la nieta de un matemático apellidado
Brouwer. Ella intentaba vender un libro que había sido de su abuelo y por
distintas coincidencias yo también estaba en esa tienda. El libro era muy
antiguo y estaba autografiado. Al librero no le interesó.
Cruzamos unas palabras y pasamos a una especie de
bar que estaba junto a la librería.
Ella pidió vino y yo, como no tenían cerveza, pedí
agua mineral.
Nunca antes había pedido agua mineral en un bar.
Ella me habló entonces de su abuelo, que además
había sido el autor del libro que intentaba vender.
-Trata de un teorema muy extraño que podría
traducirse como el teorema del punto fijo –me dijo.
Yo asentí.
-El teorema explica mediante fórmulas un hecho que
parece casi imposible –continuó-. Es un teorema que resulta difícil de explicar
desde las matemáticas, pero quizá se pueda con un ejemplo… ¿te aburro?
-No –contesté.
-Entonces imagina que tu agua mineral es un café.
-Ya -dije yo, imaginando.
-Pues imagina ahora que le pones azúcar y lo
revuelves.
-Es que no le pongo azúcar –señalé.
Ella me miró, viendo si bromeaba.
Yo no bromeaba, pero fingí que sí.
-El punto –continuó- es que el teorema demuestra que
si revuelves el café en es taza habrá una pequeña parte del café que
permanecerá en su sitio, son moverse…
Yo la observé, viendo si bromeaba.
-Pasa lo mismo con una hoja de papel que esté
plana, sobre otra… -siguió-. Así, si arrugas la hoja superior y la dejas luego
sobre la otra hoja plana, un punto, al menos, estará en el mismo sitio…
-¿De verdad ocurre eso? –pregunté.
Ella dijo que sí.
Yo me interesé tanto que dejé el agua mineral y me
tomé su vino.
Se debe haber molestado, pero fingió que no.
-Igual hoy hay otros teoremas que complementan –admitió.
-Ya –dije yo, por decir algo.
Hablamos unas cuántas cosas más y nos fuimos, cada
uno por su lado.
Mientras nos separábamos, pensaba qué tan grande
puede ser el punto fijo, cuando nos relacionamos con otros.
Nadie se tomó el agua mineral.
Nadie se tomó el agua mineral.
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