lunes, 22 de septiembre de 2014

Ping, Pong y Pang.


“¿A qué se nos ha reducido?
Somos los ministros del verdugo.
¡Los ministros del verdugo…!”
G. P., Turandot.


Ping, Pong y Pang cantan en el acto II.

Los tres son ministros y viven en el palacio del emperador.

Los observo cantar, un tanto cansado, luego de unas 36 horas despierto.

Es entonces cuando Ping comienza a recordar su casa en Honan.

Su hermosa casa en Honan.

Con un estanque azul rodeado bambúes.

Y claro, comienza a cuestionar el que esté ahí, como ministro, disipando su vida.

Devanándome los sesos sobre los libros sagrados, recuerdo que dice.

Y podría volver allá.

Volver allá.

Pong y Pang cruzan luego sus voces y hablan también de volver a sus propias casas…

Todos con sus propios anhelos.

Todos disipando su vida.

Ellos cantan.

Yo los escucho.

Los escucho y los observo un tanto curvo desde mi asiento con visión parcial.

Pensando, en parte, sobre mi propia forma de disipar la vida, y hacia dónde quiero volver.

Y es que si bien es cierto que no tengo casa en Honán.

(Bueno… dejémoslo en que ni siquiera tengo casa…)

También es cierto que tengo una hermosa biblioteca y hasta una serie de caminos por los que lanzarme a andar…

Así, si bien no me quejo de los libros sagrados, agradezco ese fragmento de laguna que sirve para refrescarme el rostro y la noche fresca que me recibe, un poco más tarde…

Hoy debo dormir un poco, me digo, sin cantar.

Y me dirijo a mi habitación.

(Ping, Pang, Pong y Vian.)

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