“¿A qué se nos ha reducido?
Somos los ministros del verdugo.
¡Los ministros del verdugo…!”
G. P., Turandot.
Ping, Pong y Pang cantan en el acto II.
Los tres son ministros y viven en el palacio del emperador.
Los observo cantar, un tanto cansado, luego de unas 36 horas despierto.
Es entonces cuando Ping comienza a recordar su casa en Honan.
Su hermosa casa en Honan.
Con un estanque azul rodeado bambúes.
Y claro, comienza a cuestionar el que esté ahí, como ministro, disipando
su vida.
Devanándome los sesos sobre los
libros sagrados, recuerdo que dice.
Y podría volver allá.
Volver allá.
Pong y Pang cruzan luego sus voces y hablan también de volver a sus
propias casas…
Todos con sus propios anhelos.
Todos disipando su vida.
Ellos cantan.
Yo los escucho.
Los escucho y los observo un tanto curvo desde mi asiento con visión
parcial.
Pensando, en parte, sobre mi propia forma de disipar la vida, y hacia
dónde quiero volver.
Y es que si bien es cierto que no tengo casa en Honán.
(Bueno… dejémoslo en que ni siquiera tengo casa…)
También es cierto que tengo una hermosa biblioteca y hasta una serie de
caminos por los que lanzarme a andar…
Así, si bien no me quejo de los libros sagrados, agradezco ese fragmento
de laguna que sirve para refrescarme el rostro y la noche fresca que me recibe,
un poco más tarde…
Hoy debo dormir un poco, me
digo, sin cantar.
Y me dirijo a mi habitación.
(Ping, Pang, Pong y
Vian.)
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