Todo parte por un corte eléctrico y unas chispas que saltan hacia una
alfombra sintética.
Gonzalo está solo.
Se despierta por el reflejo de una llama cerca de los pies de su cama.
Aún no sabe explicar por qué no se movió de inmediato.
Así, admite que permaneció unos instantes viendo cómo crecía la llama.
Tal vez pensó que era un sueño, no lo sé.
Para cuando se levantó, finalmente, la llama ya se había expandido y
era prácticamente incontrolable.
No supo qué hacer.
Dice que tuvo la reacción de ir al baño y llenar recipientes con agua.
De hecho, señala que llenó alguno, pero que al final no lo utilizó.
En cambio se mojó el rostro y salió de su casa.
Ya en la calle, un vecino se acercó y fue donde Gonzalo.
Le dijo que apenas vio el humo llamó a los bomberos.
Gonzalo agradece, nervioso.
Pasan unos segundos.
Hay humo y se ve algo de fuego, pero solo en un sector de la casa.
Entonces, Gonzalo calcula que es posible entrar, todavía, y rescatar al
menos algo importante.
Lo más importante, al menos, se dice.
Así, Gonzalo se acerca a la casa y se para en el umbral.
No se decide a entrar.
Desde fuera parece tener miedo, pero en realidad no se decidía respecto
a cuál de sus pertenencias podía ser de importancia.
Pasaron unos minutos.
Finalmente no entró.
Llegaron los bomberos y lo alejaron del lugar.
El fuego no se propagó, pero hubo pérdida total, para él.
Aún hoy, que perdió todo, no se decide respecto a qué cosa podría haber
sido salvada.
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