domingo, 11 de abril de 2010

Y otra vez el agua.

Y es que me está siguiendo un poco desde hace algunos días. Quizá desde La isla desnuda de Shindo, no sé bien. Ayer arruiné un dibujo de una mujer bañándose, mal copiado a Degás. Justamente al intentar el tono del agua y al humedecer unos lápices pastel junto al acuarela.
Hoy en la mañana veo Las tres coronas del marinero, de Raúl Ruiz, y otra vez el barco al agua, y éste con los muertos y los símbolos… (Lo mejor de Ruiz que he visto hasta el momento, a todo esto).
Y bueno, ahora termino la película El baño (o La ducha), de Yang Zhang. Y de nuevo aparece el agua, aunque acá sí se le pasa un poco la mano. Y el mensaje deja de ser sutil y se hace directo.
Hace tiempo me habían hablado de la película en relación a un personaje de un cuento que escribí cuando chico. Pero no la vi hasta ahora. Y lo de la relación con el cuento, que es harta en todo caso, la dejo hasta ahí. Y me meto en la película.
En ella, un hombre mayor y su hijo con deficiencia mental tienen un baño público, el cual dirigen y atienden ellos mismos. Al lugar, al que asisten hombres mayores del barrio, y hacen de él un sitio de reunión donde todos los vínculos parecen fortalecerse por el agua, llega el otro hijo del hombre, que viene desde la ciudad, desde un mundo distinto, donde ya no hay tiempo, entre otras cosas, para este tipo de Baño.
El hijo llega alertado por un dibujo de su hermano donde había dibujado a su padre, aparentemente muerto, y a pesar de encontrarse con el padre vivo, termina quedándose unos días.
El argumento de la película es sencillo, el hijo pródigo llega y debe aprender (recordar) aquello olvidado… por otra parte el Baño, al igual que el barrio y el mundo en definitiva de los viejos que aún asisten al lugar, ha de ser demolido.
Desde estos sucesos la película se permite recorrer distintos temas: lo público versus lo privado, por ejemplo, ahondar como en nuestra sociedad se ha ido acabando con el concepto de comunidad, y nos convertimos en seres cada vez más individualistas, y con esto, por cierto, más alejados de esta agua en la que todos se reconfortan juntos.
Porque el Baño, obviamente, es mucho más que una limpieza, su utilidad trasciende a la higiene y su valor se agiganta. Es cierto, produce una limpieza, que va más allá de lo físico, cosa que también se ve en el film, pero sobre todo es un espacio común, donde lo humano de cada uno de los personajes entra en contacto con los demás logrando una comunión y una comprensión mayor, necesaria.
La historia en más se enriquece y potencia aún más el símbolo del agua. Y pequeñas cosas ocurren que, gracias a su sencillez, fluyen también dentro de la película, como si el agua de cada uno de los personajes se pusiese también en contacto y esta idea de comunidad, de hermandad, se fortaleciera y fuera la respuesta para un sinnúmero de preguntas importantes, que ya nadie, siquiera, se atreve a plantear.
Y es que el agua, como se plantea en la película, parece poder curar todas las enfermedades (el agua que es aquí la hermandad y la comprensión entre las personas); e incluso, cuando la vida de uno ya lo ha dado todo y el agua interna ha fluido totalmente, es también el agua quien viene a buscarte, y se lleva tu vida, y se renueva el ciclo.

Entonces termino de ver la película, riego las mínimas áreas verdes del edificio en que me encuentro trabajando, me mojo la cara y el pelo, y me fijo que queda media hora para que me releven del turno.
Otra cosa en que me fijo es que hace días ando con una tarjeta que había decidido mejor no escribir, y la saco. Es una imagen de Utamaro, de una mujer en su baño matutino (sería más menos la traducción), y de pronto decido escribirla. Porque los afectos, cuando son claros, pienso, también deben fluir, y buscar el contacto con los otros, por más que a veces duelan o se vean absurdos. Y hasta parezca que se pierden.
Por la misma razón, además, escribo esto –aunque sea a la rápida-, y aprovecho de pedir disculpas por no darle tiempo a corregirlo o a contar un montón de cosas que quedan fuera… y es que en verdad, acaban de llegar para el otro turno. Y como me puse mamón, hasta les mando un abrazo, a quien le llegue. Como un cheque al portador. Aunque sin firma.

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