jueves, 22 de abril de 2010

Recuerdo a lo Jarmusch. Escena I.

Una vez estaba en una especie de bar. No sé si daba para llamarlo así, pero el punto es que vendían cervezas. Sólo de a litro, por supuesto. No recuerdo que hubiesen vendido nada más.
El local estaba recién abriendo y yo no acostumbraba ir a tomar a un lugar pues cualquier cosa que encareciera el líquido significaba que habría que tomar en menor cantidad. Cosa que por supuesto no nos gustaba para nada, en ese entonces.
Pero el caso es que esa vez estábamos ahí. Y el lugar era extraño. Partiendo porque los que atendían eran ciegos. No es metáfora de nada, por supuesto, simplemente eran ciegos. De hecho puede que el lugar haya sido administrado por una especie de institución y que aquella haya sido una manera de reunir fondos. Quién sabe.
El caso es que todo era como una película de Jarmusch. Una de las primeras, por supuesto. Como Extraños en el paraíso o Mistery train. Con personajes disfuncionales, separados en parte del resto del mundo, y por supuesto en blanco y negro.
En el lugar habían pequeños grupos. Unas mujeres que se sintieron pronto fuera de lugar y se fueron rápidamente. Un grupo de adultos de vuelta del trabajo y una pareja muy extraña de un tipo alto y uno bajito, que estaban atrás de nuestra mesa.
Y como nosotros tomábamos en silencio, y además se demoraban en servir de una manera increíble, me puse a escuchar la conversación de aquella última pareja.
La película de Jarmusch habría tenido un guión más menos así:
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Escena I:
Dos cuartos amplios con unas cuantas mesas desparramadas. Las mesas deben tener distintos tamaños y alturas al igual que las sillas, que son escasas en el lugar. A un costado, un lugar donde se dejan las botellas vacías y una madera a modo de repisa con unos vasos de vidrio algo mal lavados. Debe haber poca luz en el lugar. La cámara debe mirar al lugar como si se estuviese atento a los cigarrillos que algunos de los presentes tienen en sus manos, pero siempre en un plano amplio, sin acercamientos ni movimiento alguno. En la mesa sólo deben estar los vasos y un par de botellas. No hay mantel sobre la mesa ni cenicero. Todo el local es un cenicero. Y el tono del blanco y negro es también ceniza. Sin brillo.
Luego, al comenzar a hablar los personajes la cámara debe estar entre ambos, como si hubiese quedado olvidada sobre la mesa. A esa altura logra captar casualmente el rostro del comensal pequeño mientras que del gigante, debe captar su torso y sus manos, que deben ser grandes y marcadas, como de madera. y deben paserase cerca de la cámara al volver a servir los vasos y para respaldar con gestos, aquello que van diciendo sus palabras.
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B es pequeño y parece más joven, al menos en primera instancia. Viste una camisa a cuadros relativamente clara, y su ropa parece quedarle algo grande, al igual que la mesa y la silla y hasta el vaso, demasiado alto y grande para sus manos.
L es grande, alto pero delgado. Algo desgarbado. Viste traje gastado y gris o café opaco, aunque probablemente tiene la chaqueta sobre los pantalones y se ha arremangado la camisa, durante la conversación.
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B: (Mirando el lugar) Acá podría haber un gato.
L: (No contesta, pero mira de reojo al rededor)
B: No es que me gusten ni tenga ganas de ver un gato. Pero es como si acá pudieran haberlos...
L: Mmm...
B: ¿Te conté lo del gato que tuvimos en casa...?
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Se observa otra toma de la situación, desde el lado opuesto a la primera toma inicial, pero desde la misma distancia y con la misma actitud. L debe servir su vaso como dando a entender que quizá escuchó la historia, pero ya se le olvidó. Para seguir con la idea de la ceniza, B debe contar la historia como si consumiese un cigarrillo y L recibirla como si fuese un cenicero. De hecho a lo largo de la conversación debe hacerse este juego con las tomas en que se aprecien los cigarrillos de los personajes, llenos de ceniza y una vez que hablan, limpios nuevamente. Sin ceniceros no otro similar sobre la mesa.
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B: El caso es que teníamos un gato. Era uno gris. Tranquilo, no daba problema. No era muy mimado tampoco, pero mi esposa lo quería así que ahí estaba el gato. Y como a mí también me quería ahí estaba yo: alimentando al gato.
Mientras llega un camarero ciego a cambiar una botella B hace una pequeña pausa, aunque sigue prontamente.
B: El gato se llamaba Eme, como la letra. No sé por qué, no me acuerdo, pero el caso es que yo debía alimentar a Eme, y como mi mujer trabajaba en ese entonces y yo estaba en casa casi todo el día, pues bueno, era casi lo único que debía hacer. (B toma un poco de cerveza)
L: (Sin mucho interés) ¿No trabajabas en ese entonces?
B: No (Enciende otro cigarrillo. La cámara ha de mostrarlo desde arriba)
L: Mmm...
B: (Arrojando el humo como si hiciese espacio para que salgan sus palabras) El problema era que yo no era muy organizado y a veces resultaba que llegaba mi mujer y el gato se ponía a maullar al lado del plato y terminábamos regañando por haberlo descuidado. Pero como no estaba trabajando por ese entonces tenía que aceptar y aplicarme con la comida del gato, así es que comencé a hacerme un papel con las cosas que debía hacer. Aunque sólo salía lo de alimentar al gato...
L: (Lento, como si hubiese recogido algunas palabras que se le cayeron a otro) ¿Te regañaba tu mujer porque no tenías trabajo?
B: No
L: Mmm... (Acaba su cigarrillo y se sirve otro vaso de cerveza, sólo hasta la mitad, o poco menos)
B: (Con un tono un poco más molesto al inicio) El punto es que descubrí que me engañaba. Al gato me refiero. Cada dos horas más menos el gato venía hasta mi lado y comenzaba a maullar y me llevaba hasta su plato, el que se encontraba vacío a pesar de que lo había llenado hacía poco. Comencé a llenar más el plato, pero la comida desaparecía igual, y el gato estaba siempre maullando y pidiendo más. (B hace un movimiento brusco como si buscase un gato en torno a la mesa, incluso se agacha levemente para ver bajo la mesa) Tanto así que mi mujer empezó a sospechar que yo no compraba comida y que me gastaba el dinero en otras cosas. (Nueva pausa y cambio de toma para botar la ceniza y cambiar a un nuevo cigarro, el cual no termina prendiendo, sin embargo)
L: ¿Y tú seguías sin trabajo?
B: (Prendiendo un encendedor, pero sin terminar de encender el cigarro...) Sí. Sin trabajo. Me había fracturado en la última carrera cuando el Casi Elvis se volcó en la curva grande...
L: (Asiente. Toma desde arriba, donde siguen apreciándose sus manos) Mmm...
B: El caso es que comenzamos a pelear con mi mujer. Incluso recuerdo que gasté mis ahorros en comprar comida y evitar más conflictos, pero el asunto seguía, e incluso empeoraba. Recuerdo que un día calculé que le serví casi dos kilos de comida al gato... (Ahora sí prende el cigarrillo) Entonces me di cuenta que había algo raro... O sea me había dado cuenta antes, pero ahí fue cuando ya calculé que era imposible. Así que agarré al gato y le amarré un cordón de zapato en el cuello...
L: ¿Lo mataste?
B: No. Lo marqué. Descubrí que por la ventana de la cocina el gato se arrancaba y entraba a la casa otro gato similar, o quizá cuantos. No lo descubrí en un primer momento pues a veces pensé que el gato se arrancaba el cordón y por eso llegaba sin él nuevamente. Pero luego aseguré el nudo y hasta le corté un mechón de pelo, para distinguirlo. Y descubrí todo...
L: ¿Y le cortaste el mechón a tu gato o a otro?
B: No lo había pensado (L hace un gesto con una de sus manos al camarero quien pasa de largo, recordemos que es ciego...) No sé en verdad. Pero me quedé con ese. Un día que llegó uno sin el mechón cortado le apreté tanto el cordón en el cuello que emitió un ruido extraño y salió por la ventana y no regresó más.
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(L va hasta donde el mesero y sin escucharse en audio, pues la cámara a vuelto a la posición inicial parece pedirle algo más para beber al camarero, quien se aleja en busca de algo mientras L vuelve a la mesa. Sutilmente -idealmente no debe ser percibible, debe mostrarse al enfocar sus manos un hilo o cordón amarrado en una de sus muñecas y una cicatriz vieja en uno de sus pulgares, que antes no hubiesen aparecido)
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B: El caso es que comencé a sospechar de mi mujer... O sea si el gato era otro quizá mi propia mujer era otra al llegar a casa cada día. Puede sonar extraño, pero esa idea me sucedía. Así que comencé a hacerle preguntas. E incluso adopté la técnica del cordón que amarré en la correa de su cartera. (B deja el cigarrillo sobre la mesa, donde sigue consumiéndose solo, mientras él parece rascarse una uuna uña, con una expresión levemente nerviosa) Pero obviamente era una prueba poco rigurosa. Ella misma podía haber arrancado el cordón pues no debe haberse muy lindo ahí en su bolso. (Hace una pausa, como si hubiese llegado al final de la narración)
L: ¿Era una cartera o un bolso?
B: ¿Qué cosa?
L: Lo que tenía tu mujer.
B: No sé. Una cartera supongo. No importa.
L: Mmm...
B: Poco antes de separarnos incluso descubrió que le amarraba una cinta en la muñeca cuando se quedaba dormida, y si me despertaba en medio de la noche revisaba si la tenía, si era ella quien todavía estaba allí... (Pausa larga. La cámara hace un breve paneo por el borde bajo de la habitación como si buscase un gato...) La noche que no lo encontré me decidí a cortarle un mechón y entonces despertó... (B parece buscar la billetera... debe parecer que va asacra dinero para dar por terminada la conversación)
L: (Luego de una pausa) ¿Y el Casi Elvis también se quebró la pierna?
B: (Saca y deja a un costado unos billetes de mil pesos muy doblados y los toca asegurándose que son de esa cifra. Sólo en este momento debe vislumbrarse a partir de la lectura del sello del billete con la mano, que B también es ciego)
L: Te preguntaba si el Casi Elvis también se quebró la pierna.
B: (Sacando una foto donde se ve de Jockey al lado de un caballo) Sí. Se la quebró también. Lo tuvieron que sacrificar...
En eso llega el camarero con otras dos botellas. Mientras las deja sobre la mesa, B estira la mano con los billetes, pero L le detiene la mano y le guarda el dinero en la billetera, retirando sólo mil pesos que guarda en su camisa. Y llena los dos vasos lentamente, aunque solo hasta la mitad, o poco menos, como en los casos anteriores. B revisa la billetera ordenando los billetes y saca un mechónd e pelo que lleva dentro para terminar de ordenarla. La cámara vuelve a enfocar todo desde lejos. Termina el primer acto y la imagen se va a gris, a un oscuro neutro, antes de que empiece la segunda escena, que veré si la escribo mañana, o si no muy pronto.

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