miércoles, 28 de abril de 2010

Lo que queda en el tiempo, o El violador de peluches.

Este viernes cumple años un amigo. Un ex-colega de un colegio donde estuve varios años, quizá muchos. Del colegio ya hablé una vez y no me dan muchas ganas de recordar. Hubo momentos buenos, pero a la vez creo que viví un mal período al final y no sé si lo cerré de la mejor forma.
El último año, quizá arrancando un poco de otras sensaciones, se nos pasó un poco la mano con la cerveza. Nada terrible en todo caso. Es legal y siempre hice mis clases sobrio. Tampoco vomité a ningún alumno, que recuerde.
Nos íbamos a un local cercano y cerrábamos un poco las cortinas para que no nos vieran los alumnos. Aunque siempre que nos vieron fue algo tranquilo y afectuoso y no se prestó a malos entendidos. El problema es que con uno de ellos empezamos a ser habituales en el lugar, y si bien variaban los profesores que acompañaban, éramos dos los que nos repetíamos casi siempre.
Ya sabíamos haste de donde subir el volumen y Tío Poli, que cocinaba, nos terminó preparando hasta pebre con pan amasado, alguna vez que dio el antojo.
Como sea, no fueron malos tiempos, en ese sentido. Se hablaba, se reía, y algunos aprendimos a vernos, entre medio. Pero como andaba un poco escapando de otras sensaciones, como ya dije, supongo que no vi bien muchas cosas, algunas de las cuales terminaron haciendo daño y no me permití bien ver varias cosas.
Además tomar a la par del gordo era un desafío. Bueno, tenía práctica en verdad. Siempre mis compañeros de trago eran tipos de al menos 100 kilos, y el gordo no era la excepción. Ni el compañero que está de cumpleaños este viernes, tampoco.
Podrían contarse un montón de historias de esa época, casi la totalidad con un buen final y la amyoría chistosas. De hecho me acuerdo de eso y releo algunas historias o apuntes de la época. Me sorprende sin embargo encontrar uno que había olvidado y que m hace recordar quizá un punto de quiebre, quizá el último día que me junté realmente. De hecho recordaba que después de eso, salvo encuentros aislados con el gordo, no volví a ir a aquel lugar, dond epor cierto, todavía me saludan cuando paso.
Como sea, encontré el cuento y aquí lo pego. Hay varios más, pero como ya dije recordé que éste fue del último día que fuimos en grupo, aunque en el momento de la narración quedábamos cuatro. Cómo sea, ahí les va:
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Sobre lo que estábamos hablando
o el violador de peluches.
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Pronostican nieve. Estamos a mediados de Octubre, con temperaturas diarias que superan los 25º, y pronostican nieve. Podría detenerme a recordar la última vez que vi nevar, pero en verdad me he propuesto vivir mi vida de ahora en adelante. Aunque no sé muy bien lo que eso significa. Tampoco me pregunten hace cuánto he tomado aquella decisión, No quiero hablar de eso.
La chica del tiempo hace una pausa y mira hacia un costado de la cámara, como si alguien pudiese decirle que hay un error en todo esto. La chica tiene un vestido floreado y lleva el pelo sujeto con un palo chino. En el palo chino hay unos dibujos que no alcanzo a distinguir.
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Ahora estoy en un bar. No he contado a nadie sobre el extraño pronóstico. Nadie creería en aquello, además. Me refiero a que nadie esperaría que nevara, por supuesto. Es entonces cuando el gordo comienza con su historia y nosotros lo escuchamos.
El gordo nos cuenta que en su casa había un peluche. Uno grande. Casi de tamaño humano. Cuenta además que esto fue hace años y se detiene para tomar más cerveza. El gordo cuenta que el peluche era de su hermana y que a veces todos salían y se quedaba a solas con él. Eso dice y se detiene por cerveza. Bota un poco en la mesa y luego continúa:
-El peluche era blandito, -decía-. Y calzaba justo. Además no exigía preámbulos ni frases cariñosas. De tanto usarlo llegué a descoserlo entre las piernas. Recuerdo incluso que mi mamá lo cosió un día y me miró de forma extraña.
El gordo hace una pausa como para recalcar que lo terrible recién viene.
-El punto es que cuando ya no aguanté más volví a ir por el peluche… ¿y adivinen? –al gordo siempre le gusta hacernos participar, pero achuntarle es muy difícil- Si po… el peluche estaba roto, y no había sido yo. Pensé en mi padre, o en mi hermano. Daba lo mismo en verdad. El punto es que ya nada volvió a ser como antes. De vez en cuando yo recaía con el peluche, pero algo se había roto… no se rían –nos dice- si es verdad. Como que ya no era lo mismo.
El gordo vacía lo que queda del pítcher en su vaso como si nadie más tuviera sed. Luego de un rato vemos que no queda más que hablar.
Yo estoy al lado del gordo. Frente a mí están Babá y la Carola. Yo los miro a todos e intento imaginar en qué piensa cada uno. Yo pienso en la nieve. Y es otro indicio de que algo no calza en todo esto. Como si algo se alejara de mí y me haciera daño.
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Afuera del lugar están arreglando la calle y llega polvo y gases de las máquinas, también llega el calor y pasan de vez en cuanto algunos escolares empolvados. De a poco comenzamos a turnarnos para el baño. Carola y Babá miran sus relojes y yo intento calcular cuánto me demoro en llegar a una obra de teatro a la que quedé de ir. El gordo parece ser el único que quiere seguir acá.
De pronto pienso que en verdad no sé lo que quiero.
-Aló… Llamo para reservar dos entradas para la obra de las 8… Sí, tengo invitaciones… ¿Mi nombre? ¿Puedo no darlo?... No, me es raro, cuando lo digo en voz alta siento que estoy hablando de otro, sabe… ¿Puedo inventarle uno?... ¿sí? Gracias, en verdad se lo agradezco…
Entonces veo que estoy de pie y Babá y el gordo se han ido. Yo he llamado también a alguien por teléfono, pero ese alguien no contesta. O quizá sí, pero ese alguien no está ahí. Y ya no entiendo. Prefiero no entender.
Carolina regresa del baño y me pregunta por los otros. Yo respondo, supongo. Tomamos nuestras cosas y avanzamos.
Ambos caminamos llenándonos de polvo mientras arman y desarman la calle en que avanzamos.
¿Puedo ser honesto un momento?
Mientras avanzamos con Carola siento que algo no calza en todo esto. Me gustaría detener a aquella gente y decirles que va nevar, que una muchacha de un vestido floreado y un palo chino en el pelo me lo dijo. Que todo esto se va a llenar de nieve, que el polvo que está ensuciando todo esto se va a cubrir de blanco. Y será hermoso. Me gustaría decirles que esperemos. Que veremos a los trabajadores dejar sus cascos a un costado y jugar como niños en la nieve. Que podremos olvidarnos por un momento de que este camino no está hecho todavía y que será un momento bello. Me gustaría que alguien pudiese creer en esto. Quizá con eso bastaría para que en verdad nevara, me digo. Y cierro los ojos como para sentir la nieve caer suave sobre mí.
Entonces observo y veo a la gente que va acalorada, cansada. Pienso en lo bien que les haría la nieve en este momento. El creer en ella. Esperarla como si fuera lo único de qué preocuparse en este momento. Me gustaría regalarles eso, pienso. Les haría bien.
Y no tengo a nadie a quien decirlo. Llamo una vez más para contarlo, pero ahí no hay nadie. Hay alguien que estudia para irse. Y alguien que se fue.
Media hora después llego hasta la puerta del teatro y al final no entro. Se me olvidó incluso el nombre falso que di para reservar las entradas y no quiero explicar nada.
Me quedo en una plaza. Estoy en la plaza. No tengo qué esperar. Aunque nevara ahora no serviría de nada. Recuerdo entonces la historia del gordo y su peluche. Babá hablando de otras minas y de una fiesta a la que va a ir en la noche con su esposa. La Carola mirando la hora y encendiendo cigarros uno tras otro, como para no dejar espacio entre ellos. De mí no recuerdo nada. Quizá no me conviene. Toda sensación que hubo hoy desaparece y se pierde como la nieve que no cayó, y que tanto bien habría hecho.
El gordo debió haber sentido algo parecido y no lo dijo. Estoy seguro. Estoy seguro que alguna vez después de usar a su peluche debió sentir algo parecido. Como que algo no llegó. Que le mintieron.
Me acuerdo también de la historia de unas huérfanas. Que tras la muerte de una de sus compañeras la escondieron varios días para poder lavarla, peinarla y jugar con ella. Hasta que el olor las delató.
De pronto pienso que eso es todo. Que vivimos jugando en una nieve que no existe. Observo al gordo tirar bolas de nada a la nada y esconderse mientras ríe. Babá haciendo un muñeco con arena sin lograr que quede forma alguna. La ciudad llena de niños embarrados por jugar con una nieve que no existe, y yo colaborando en todo esto.

¿Sabes? Me gustaría decirle. Hubo un tiempo en que junté mis manos, y te aseguro que podría haberle regalado un poco de nieve a cualquiera que de verdad lo hubiese querido. Pero tuve mis brazos extendidos hacia nadie. Y mis manos quedaron, o estuvieron siempre, vacías.
Sí, eso es todo.
Ahora escribo esto como con una varilla sobre la arena.
Hoy pudo nevar y no nevó.
Eso es todo.
No sé si tengo fuerzas para esperar aquella nieve un día más.
No lo sé en verdad.
Aunque ¿puedo ser honesto un último momento?
Creo que mañana todavía tendré fuerzas.
Y de verdad no sé si eso es algo bueno.
Ya no sé que va a pasar.
Y tengo miedo.

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