miércoles, 7 de abril de 2010

Transcribo un mensaje recibido. Y lo agradezco.

A veces los seres nacen con una cualidad especial. Generalmente llegan a saberlo. Y habitualmente también llegan a perder todo. Tú eras un ser como pocos. En algún momento lo supiste. Hoy no querrás reconocerlo y te parecerá exagerado, y negarás que hayas tenido algo especial, pues ya no crees en esas cosas. Y menos de ti mismo.
Hay seres de distintas cualidades. Que marcan un poco su forma de ser y establecen además sus dominios, a la vez que le dan un norte, cuando se atreven a seguirlo y se reconocen. Tú tenías muchas de esas cualidades. Eras un ser de verdad, de luz, de fuerza, y de amor. Sobre un fondo de aire que te hacía inestable. Pero amabas ese aire que no aprendiste a usar.
Y en un ser de verdad eso es peligroso. Un ser de verdad tiene una espada en sus manos y en su lengua. Y lo que dice muchas veces hiere, como te hirió también a ti mismo, pues incluso el mango de la espada de la verdad está hecho de filos, y ya es un mérito tomarla. Tú no la has soltado a pesar de todo. A pesar de ser también un ser de fuerza y eso hace que la espada a veces tenga también fuego y abrase, y haga más difícil y doloroso el dominarla.
Y como a todo ser especial, más aún de tu naturaleza, han de sucederle ataques. Han de venir fuerzas a alejarlos de sus dominios. Y tú quisiste enfrentarlo. Y perdiste.
Y el miedo te hizo prontamente alejarte de alguno de ellos. Tú sabes de cuál. Y te engañaste pensando que era orgulloso sentirte especial, y quisiste dejar los dones a un lado. Pero esos dones son tu naturaleza, y hoy tienes muchos todavía contigo. Y debes hacerte cargo.
Tenías un camino trazado y dejaste de seguirlo por diversas razones. Pero has tenido la fuerza de seguirlos. Has cambiado el amor por la compasión, pero sigues siendo fuerte y posees la verdad. Y la verdad hay que decirla, aunque les duela a los demás escucharla. Aunque de cierta forma sientas que no están listos.
Es cierto. Muchos se alejarán de ti. Y muchas veces no sabrás dominar esa verdad y quizá hagas daño. Y tienes miedo de hacer daño, no de hacértelo a ti mismo pues tu compasión ha sido más con los otros que contigo. Pero has confundido compasión con miedo. Y los miedos han encorvado tu espalda.
Y sobre todos tus miedos, está el de perder aquello que amas, al manejar esa verdad. Has querido dejar esa espada a un lado para abrazar, pero tus mismas manos se han vuelto filosas. Y tus ojos tienen luz, y no puedes cegarlos.
De ti depende el manejo de tus dones. Y te ha faltado confianza. Has dudado de ellos, pero ahí están. Has dejado de ser un niño, pero puedes estar con ellos y alegrarlos. Y si sabes manejarte bien, puedes incluso guiarlos. Pero no has de olvidarte de ti mismo.
Ya no tienes la pureza ni la ingenuidad de un inicio. Sabes de lo que eres capaz y aprendiste a temerle. Pero has puesto en duda demasiadas cosas. Y has tambaleado en el aire. Y ni siquiera tú has podido verte. Ni mostrarte.
Te han creído el rey y no lo eras. Eso era una imagen falsa. Tú eras el paje. Una sota si pensamos en cartas.
Y sí, lo lamento, has perdido el amor. Y lo perdiste hace mucho.
Amas, es cierto, pero de tu naturaleza se ha ido, y es que la verdad y la fuerza suelen opacar al amor, y a veces todos esos dones producen un cataclismo de dominios, y acabas perdiendo uno.
Tú perdiste ese don. Por eso te duele hoy alejarte de ella. Pero ella te ha creído rey y se ha atemorizado. Y eso duele.

Ella era un ser de amor. Tú la necesitabas. Pero los seres de amor suelen carecer de una luz constante, o de verdad, o de ambos. Porque aman incluso lo oscuro y a veces no distinguen bien. Y porque el amor de ella era lúdico. Y podía descubrir cosas equívocas. Abrir todas las cajas, podríamos decir. Y amar a todo como un niño.
Tuviste miedo por ella y olvidaste que en eso consistía también su don. Y tú lo sabías. Por eso la buscaste, cuando te acordaste quien eras, antes de olvidarlo nuevamente.
Como contraparte aquellos seres suelen unirse con seres de fuerza, o de verdad, según fueran sus características, y sus necesidades. Tú eras un ser de verdad y de luz. Y de fuerza. Y por eso había atracción. Una sed extraña del otro. Ella ya había compartido con un ser de fuerza, pero aquel obtenía la fuerza de un lugar equivocado y la luz en él se había dañado, y por lo tanto se dañó su verdad.
Ella te necesitaba a ti y tú a ella, y por eso se juntaron. Y quizá también por eso fallaron. Porque la unión de estos dones producen cataclismos. Y porque tus dones son difíciles. Y porque dañan.
Y porque manejar la verdad es algo que debe hacerse con amor, para no provocar daño en el otro. Y cortarlo Y atacarlo.
Y aunque te duela escucharlo: tú ya no sabías amar. Es cierto, nadie lo sabe, prácticamente. Y tú tenías demasiada verdad para mantener esa ingenuidad, y ese amor se juntó con tu luz y tu fuerza. Y ya sabes lo que ocurrió.

Hoy estás aprendiendo a amar. Estás asimilando aquello que aprendiste con ella. Y quizá ahora seas capaz, no lo niego. Pero lo hecho ya está hecho. Y no fue hecho por tu mano. Tu mano tiene una espada y es tu deber llevarla con orgullo, y seguridad. Porque es aún más irresponsable dejarla ahí en el camino para que la tome otro que no tenga tu luz, tu fuerza, y también tu amor, que poco a poco recuperarás. Si realmente era ese tu camino.
Te costará y te atacarán. Y deberás cuidar de no dañar a otros. Pero la espada tiene un filo por algo. Si no irías con una flor o simplemente con las manos abiertas.
Pero tú llevas una espada. Tú ya sabes cuál es tu deber. Y cuáles son tus dones.
No eres egoísta, no eres un soberbio por saberlo. No debes pensar que te estás situando más arriba de los demás, o no lograrás nunca tu cometido.
Puedes ser un dragón compasivo que vuela sobre los demás. Ese también era tu nombre. Y no quiere decir que los estás pisoteando. Los estás cuidando, amigo.
Y sí, era ella un ser de amor. Y aprendiste. Y de aquel cataclismo pudo haber surgido una vida hermosa, como de todos los cataclismos. Pero hoy debes hacerte responsable de tu espada.
Hazlo.
Escribe.
Enseña.
Ama.

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