miércoles, 21 de abril de 2010

Sobre mis inseguridades y el extraño don de ver el corazón de las personas.

Erróneamente quizá, pero necesito demasiado el que los demás crean en mí. Principalmente porque yo mismo olvido o dudo a veces de mis capacidades. Pues mis capacidades están en función de los demás, y si los otros no creen en ellas, pues terminan valiendo muy poco.
Por ejemplo con mis alumnos. Si me tocan cursos en quienes noto que me creen aquello que les digo, o que llegan a creerte a ti, en quien eres, en los afectos reales que forjas con ellos, termino siendo un excelente profesor, y me brindo entero y hago lo imposible porque cada clase sea mejor que la otra y más importante para ellos. Y obviamente me nutre y nos hace bien a todos...
Pero si un curso no me cree... si tengo esa sensación y si bien están callados y escuchan y hasta estudian, pero siento que no hay ese creer en quien es el otro, en que decidiste estar ahí por ellos, y no por pasarle un montón de contenidos, y que tus afectos son reales... pues mis clases terminan siendo pésimas, y la sensación asociada obviamente también, para todos.
Y es que no me intereso por hacerlos creer. Yo no me muestro falso, exhibo demasiado incluso mis faltas y errores y también mis pasiones por supuesto (aunque generalmente trato que estas surjan de ellos y no traspasar directamente las mías) pero si no me creen, allá ellos. Voy a ser aquello en que no creen, me digo. Y si alguno sabe ver quizá lo verá tarde y habremos perdido ambos.
El problema es que esto me ocurre en diversos ámbitos. En casa de mis padres me creen mañoso, por ejemplo, -en lo que a comidas se refiere-, y termino siéndolo. No como diversas cosas frente a ellos y sin embargo son sabores que me gustan fuera de casa.
No parece grave por supuesto, pero supongo que lo es en algunos ámbitos. Por ejemplo con parejas con quienes he terminado siendo siempre aquello que creen que soy. Si me ven mal, si no confían en mí por alguna razón, termino casi siempre actuando de peor forma, resaltando aquellos rasgos negativos al máximo, como esperando, quizá, que ellas mismas se den cuenta que no soy así, aunque en verdad es algo que no hago conscientemente.
Por el contrario si siento que creen en mí, que ven algo valioso, eso mismo me nutre y mis conductas resultan mejor y hasta mis debilidades parecen fortalecidas y me viene una alegría que sin esa validación o creencia del otro, carezco.
El problema es que termino guardando aquello que soy, escondiéndolo y mostrándolo sólo cuando otros han llegado a creer en uno, y muchas veces aquello que soy termina por estropearse y llego a ponerlo en duda, y se me olvida un poco quien soy.
Existe gente o grupos de amigos con los que sería incapaz de bailar, otros con los que sería incapaz de ser muy serio o al revés, y es algo que si bien he tratado de trabajar me falta hacerlo más consciente y tomarle el peso real que tiene.
Es como si tratase de tener a prueba al otro, en ocasiones, sobre todo a aquellos que quiero, con quienes suelo ser demasiado estricto y a veces termino por guardar lo más positivo de mi aspecto. En vez de lucir mis cualidades o aquello que sé que al otro le agradaría, muchas veces, ante algún problema o ante el sentir que no me valoran o que ponen en duda algo de mí, suelo reforzar aquello, como si quisiese ver si son capaces de querer más allá de eso (supongo que es por eso, pues en verdad no soy consciente de por qué lo hago). Si a alguien le haría bien que fuera alegre, mientras dudan de mí termino siendo más serio... si a alguien le gustaría salir más, termino por estar más encerrado... No es ir en contra de la persona directamente, pero siento, -y sé que es erróneo- que debiese haber un creer primero, un confiar en quien en es uno y que luego aquello llegara así como una especie de extra, un premio cuando se creía que ya no iba a llegar.
Ese es uno de mis errores. Lo pienso hoy por distintas razones, pero lo aterrizo mientras reviso unas pruebas y dejo apuntes en las respuestas de desarrollo. Mientras anoto frases para explicar errores o felicitar aspectos, me doy cuenta que mi letra suele tomar la forma de la del alumno a quien reviso su escrito: si el alumno tiene letra imprenta y desordenada, mi letra suele ser imprenta y desordenada... si por el contrario tiene una linda y pareja letra manuscrita, mi letra se transformará y se asimilará, dentro de lo posible a aquella...
¿Que por qué lo escribo en un blog? ¿Que a quién le importa?
No lo sé, pero siento que me hace bien aterrizar cosas que veo y que debo ordenar, para mejorar y entender mejor obviamente. Para ver aquellas actitudes desde fuera quizá y verles también, si es posible, alguna solución.
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Y es que me acostumbré a que la gente supiese verte a través de todas tus comportamientos... a que te quisieran más alá de los actos, y de pronto uno termina siendo injusto con aquellos que quizá también te quieren, pero que, al igual que tú, necesitan seguridades. Para proyectarse, para saber quien eres, para entender el sentido de tus críticas, etc.
Yo mismo a veces actúo así, suelo no creer en las acciones el otro y trato de ver más allá de ellas. Trato de ver a aquella persona que está debajo, y generalmente mis afectos a veces no se explican y pareciesen erróneos. Pero confío en ello, al menos desde mí.
El terrible don de ver el corazón de las personas, se le llamaba en un cuento, y es exactamente a lo que voy, a lo que pretendo llegar, aunque eso descoloque y termine deformando el vínculo o la forma en que te ven o que entienden tus afectos.
Aspiro a que me vean así, a que me descubran debajo y lo pongo difícil. Lo sé. Y a veces se daña así y se pierden cosas hermosas. Y por lo mismo hay que superaro. Para evitar ese daño y buscarle una solución a aquello.
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Tengo la imagen de algunos compañeros de universidad, con quienes nos pasábamos muchas horas juntos. Nada de clases en todo caso. Afuera, tomando algo, sentados, cada uno con un libro, o jugando a la pelota hora tras hora. Casi siempre en silencio, o hablando, pero nunca de aquello que realmente nos afligía. No de manera directa al menos. No era necesario decirnos nada. Sabíamos quién era el otro. La prsona que estaba a mi lado no iba a cambiar en absoluto porque me enterase de alguna acción concreta que chocara con lo que veíamos o sentíamos era el otro.
El grupo de fue achicando, pero a la vez quedamos aquellos que realmente nos reconocíamos, y las palabras se hicieron innecesarias. Nos conocíamos por el libro que llevábamos. Sabíamos si el otro andaba triste o alegre de verdad. Si tenía hambre y andaba sin plata. Estábamos ahí, y eso era lo importante. Tengo buenos recuerdos de eso.
Y hasta se reflejó en el fútbol. Pasamos un año ganando todos los partidos que jugamos, habiendo sido los más malos (hablo sobre todo por mí) en un inicio, pero ya sabíamos quien éramos, y nos reconfortaba saber que el otro también lo sabía.
Y aún hoy, cuando con la mayoría nos hemos dejado de hablar. Sabemos que basta una llamada, un toparse en la calle, o lo que sea, para que el otro te reconozca, y no sea necesario explicar tanto...
Me malacostumbré quizá. Nos malacostumbramos.
Y nos terminó por pasar la cuenta. Porque la mayoría eran cabros buenos y solitarios que no sabíamos relacionarnos con el resto. Y además exigíamos mucho del otro. Exigíamos que nos vieran, más allá incluso de nuestras propias acciones.
Y exigíamos las palabras precisas.
Claudio, Manuel, René, Guerrero (con el tiempo), Mario... (Hablo desde el vínculo mío, pues entre ellos los vínculos fueran otros...) Morfeo, Carita de auto, el Chuma...
Ojalá sea sólo yo al que le haya costado más el bajar las espectativas de la forma en que te llegan a querer los demás y hayan tenido menos nudos dentro.
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Para terminar, la imagen de un partido de fútbol. Estaba lloviendo fuerte y había cero necesidad de jugar, cero razón. Pero ahí estábamos, entre nosotros... no se podía patear la pelota y corríamos tras ella y la pasábamos bien. Según mi recuerdo era todo risas y alegría, hasta que un día quise mostrar el video a otras personas, y los otros vieron unos tipos jugando a la pelota, medio en silencio, si hasta nos veíamos serios y absurdos ahí en medio del agua...
Pero el recuerdo de todos es distinto al que ven los otros, vemos los gestos infantiles y taimados del Claudio, el gol por arriba a Guerrero, -que era más factible que se cayese de espaldas a que lograra atajarlo-, René que aunque no lo hiciera siempre estaba a punto de bajarse los pantalones o hacer otra locura en medio del partido, yo corriendo con una nariz de payaso que ni recordaba que había estando trayendo todo ese partido... y un mirarse al festejar un gol, una pequeña sonrisa a la cámara, un palmotearse mientras el otro pasaba a un costado. Eso bastaba.
Bastaba para saber que ellos te conocían. Para saber que no era necesario explicar nada.
Y basta aún para que sea un buen recuerdo.

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