lunes, 12 de abril de 2010

Es impostergable ordenar.

Es impostergable ordenar. Y además de los libros -que más menos alcanzaron un orden-, el objeto a ordenar pasan a ser ahora las películas. Desparramadas, algunas enumeradas, otras con nombres equivocados. Y lo crean o no ocupan espacio. En estuches, en cajas, en sobres, lo cierto es que se me hicieron demasiadas.
Aunque prácticamente la totalidad las he visto, en todo caso. No es que las tenga porque sí y nada más. Años de aplicarme viendo algunas en la noche, el dormir poco sobre todo, me ayudan a que la lista se alargue, así como la de los libros.
Y es así como me es casi imposible hablar sin hacer referencia a ellas (las películas) o a ellos (los libros) y mi mundo se ha llenado de nombres y referencias que a veces terminar por aislar un poco más, o a hacer más difícil comprender ciertas cosas.
Y es que trato de evitar nombrar y hacer referencias, pero lo cierto es que existen cientos de redes internas donde ellas fluyen y se chocan, y las cosas las comprendo (cuando lo hago) ayudado un poco de esas mismas asociaciones. Y me termino encariñando con ellas y siento que no puedo hablar de una sin hacer referencia a otra.
Como una señora que tiene cientos de hijos y no puede evitar nombrarlos cuando habla, y si habla de uno, irremediablemente hará comparación con otros, y así de golpe tenemos a Juanito el saltarín, Pepito tan ordenado, Felipa, la que afeitó al gato y la señora no puede evitar armarnos un enredo y uno que no sabe como la memoria, y el corazón y quién sabe que otro órgano, le dio para tanto.
Algo así me pasa con esto. Y da cosa no darle tiempo a la Flannery, a Steinbeck, releer algo de la Wölff, darle otra oportunidad a la Nothomb, completar la trilogía de Dos Passos, leer algo más de Kazantzakis, buscar otro Maigrit de Simenon, no sé... Es como que no pudiera darle el tiempo a todos. Y de cierta forma es afecto.
Me apenan esos libros así que nadie saca. Las películas que nadie ve. Del colegio, cuando chico, por ejemplo, me arrancaba al Normandie. Los jueves recuerdo daban películas que no volvían a ponerse (eran ese puro día)... a veces me tocaba estar sólo en ellas y eran como que me hablaran sólo a mí. Me llegué a sentir responsable de ir (iba a poner obligado pero no es eso) no era posible que aquello hirviera para nadie.
Lo mismo me pasó con Juan Emar, por ejemplo, (con Umbral); o con diversos libros que en la biblioteca de la U sacaba a partir de la fecha más antigua ade último préstamo. Mi orden, además de lo que debía leer, y cosas que me interesaban, vagaban al azar por los libros que nadie pedía. A veces tenían sólo un préstamo marcado, de hacía 20 años. Esos libros me gustaban. Era como estar con el autor, a solas. Y me gustaba (aún) sentir que es un diálogo directo, no dejar de verlo, además de interesarse, obviamente, por la historia que está contando. Ver su interés cuando llega a una parte, ver la corrección, la fe en escribir algo, o también el desencanto, lo que no se atrevió a decir, o lo que le corrigieron. Así como cuando un abuelito te cuenta una historia y no puedes dejar de mirarlo: su piel, sus arrugas, su expresión, su tono, sus ojos brilantes.
Así es como aprendo a quererlos. No son mis hijos, pero digamos que son abuelitos simpáticos. Hasta Mishima haciéndose el Harakiri puedo mirarlo con una sonrisa a partir de todo aquello que contó... o a Hemingway, o a Kawabata... puedo verlos vivos y escucharlos antes que se maten, y agradecerles, obvio, por lo que está allí, rodeándome en este momento, como abrazando y protegiendo en cierto sentido.
Y es que a veces me siento seguro cuando sé que ahí está Luz de Agosto, o Ciudadela (la de Saint-Exupery), y sé que hay gente que creyó hasta el punto de regalarme eso, y de escribirlo letra a letra, hasta que quedara ahí.
Y es así como cada libro, cada film, son como regiones que uno a visitado, hombres que ha visto, luces que han permitido ver cosas, gente con la que te has abrazado aunque hayas estado en una pieza o dónde sea, leyéndolo.
Y es que ahora mismo para ordenar películas, prefiero poner un poco a Kaurismaki (La vida de la Bohemia) para sentirme en compañía -se fue un amigo hace poco que vino también a ayudar y a conversar, no es que sea tan hermitaño- y es que agrada encontrarse con esos personajes, con ese humor además, con esa fe en lo bello que puede ser también un mundo que reemplaza la desolación por la amistad y donde son capaces de prevalecer nuevas comprensiones.
Y me alegro y quiero apurarme, porque así a lo mejor alcanzo a ver algo de Wes Anderson, o una de Majidi que encontré y no había visto antes, o una que descargué de Melville...
Mejor sigo ordenando. Además quiero escribir y dibujar... puta, y tengo que hacer planificaciones pal colegio, se me habían olvidado...
A lo mejor igual alcanzo...
A todo esto, vean a Kore-eda, a Wes Anderson, A Kaurismaki. Lean Desayuno en Tiffany´s. Tengan tantos hijos como grande sea su corazón. Y háblenle de lo hermosos que son a los demás. Hace bien.
Reconforta.

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