sábado, 3 de abril de 2010

Cuando chico solía decir que quería ser payaso.

Cuando chico solía decir que quería ser payaso. No sé bien de dónde saqué la idea porque en verdad nunca fui mucho al circo, y tampoco me producían mucha gracia, según recuerdo. Pero esa era la respuesta que siempre daba.
De hecho, al pasar el tiempo, algo en los circos comenzó a molestarme. Cerca de la casa donde vivía había un sitio donde cada cierto tiempo se instalaba una carpa. Así que verlos se hizo común por algún tiempo. Al menos verlos por fuera, claro está, ya que entraba muy poco. Y el interior, justamente, lo que ocurría en las funciones, era aquello que me desagradaba.
Me gustaba en cambio rodearlos, o caminar entre las jaulas o carros que había, todos siempre sucios y con un olor fuerte que extrañamente no me era desagradable.
Si bien los circos que llegaban a ese sitio, no eran de los mejores (la gente del lugar no podría haber costeado una entrada muy alta) en ese tiempo la mayoría tenía animales: varios perros amaestrados, algún camello, un oso, o hasta algunos leones cansados, por ejemplo.
Y era eso, pienso ahora, lo que me atraía. No te decían nada por acercarte hasta la jaula del león o de una pantera que ahora recuerdo había en uno de ellos. Incluso una vez, aunque esa vez me gritaron para que me alejara, un tipo llevaba un tigre por la tierra para cambiarlo de jaula. Tengo grabada la imagen de haber mirado los ojos del tigre y que éste también me miró, aunque obviamente no hizo nada salvo obedecer a aquel hombre. Igual que yo.
El caso es que yo me arrancaba al circo cuando me mandaban a comprar, pues me cuidaban demasiado y era algo impensable que me dejasen ir cuando ni siquiera me dejaban tocar al perro de alguna tía. Así que siempre llegaba un momento en que recordaba debía volver a la casa y corría a toda velocidad con la bolsa del pan o las verduras, que creo era lo que me encargaban cuando iba hacia ese sector.
Recuerdo un día en que dije iría donde una prima que vivía en la misma calle y me arranqué hasta el circo que estaba en ese tiempo. Lo recuerdo bien porque ese día sucedió algo extraño. Al llegar al lugar no se encontraba el circo. Le había ido mal supongo, porque había estado pocos días, y junto a un montón de basura que habían dejado, se encontraba amarrado un enorme elefante.
Lo habían dejado ahí, junto a restos de verdura que ya debía haber comido, y una de sus patas amarrada a un pesado bloque que había en el lugar. El elefante se veía cansado o viejo, no sé, pero recuerdo que no producía miedo alguno. Ni en mí ni en la gente que pasaba entonces por el lugar.
Todos paraban un rato, miraban, comentaban algo, y seguían. No recuerdo haber visto a nadie realmente asombrado. Así que debí pensar que era normal, o que volverían a buscarlo, no sé.
Pero lo cierto es que nadie venía por el elefante. Supongo que algunos le llevaban algo de comida, pero en verdad no sé quien, porque si no el elefante no habría durado tanto. Estaba demacrado eso sí, estaba echado y apenas movía la trompa y sólo cuando los niños comenzaban a tirarle piedras, -recuerdo que incluso sus padres les ayudaban-, el elefante se ponía de pie un momento y volvía a echarse en otro lugar.
Pasaron más días y la historia salió en la tele. Breve en todo caso, entre otras cosas de importancia. Recuerdo haber visto a varios de mis vecinos y hasta a los niños que le tiraban piedras llevándole zanahorias, y contándole cosas a las cámaras.
Yo en tanto, me había acostumbrado a ir siempre a ciertas horas del día. La última justo antes de oscurecer, cuando llegaba al almacén el último pedido de pan (con marraquetas más crujientes decía mi madre) y yo mentía diciendo que me quedaba esperando a que el pan llegara.
A esa hora además, gente de más dinero se desviaba hasta el lugar. Estacionaban cerca y bajaban a algún niño de un colegio lejano a que mirara el elefante, aunque siempre salían decepcionados pues el animal ya ni se movía. Los niños del lugar, en cambio, daban vuelta al rededor de los autos, mirándolos, como si intercambiaran posesiones, y se maravillaban con aquellos autos nuevos y brillantes, que no se veían nunca por el sector, y que por supuesto, eran mucho más hermosos que el elefante tirado en aquel lugar. Y que además ya ni se movía.
.
Por esos días fue la primera vez que me arranqué de casa en la noche. Aunque en realidad era de madrugada pues estaba amaneciendo y nadie se había despertado en la casa. Y obviamente fui a ver al elefante.
Pero al llegar a la esquina un gran número de militares (así lo recuerdo al menos) todos armados, estaban cerca del lugar, y no me permitieron acercarme. Uno incluso me mantuvo sujeto de un hombro, apretándome, sin que yo hubiese insistido o hubiese hecho intento alguno por seguir avanzando.
Horas después, cuando los militares ya no estaban, y me mandaron a comprar, pude ver que el elefante ya no estaba. Estaba el bloque de cemento y el cordel de la amarra, pero el elefante ya no estaba. Yo volví rápido a casa y prendí la tele. Y la radio. Quería saber si salía algo del elefante, qué había ocurrido.
No sé por qué no le pregunté a los otros. Supongo que era consciente que no sabían más que yo.
Pero en la tele no salía nada. Estuve toda la mañana esperando y ya por la hora de almuerzo ocurrió algo en televisión. El mago Oli debía salir de una gran olla de leche, y no conseguía hacerlo. Pasaban los segundos y algo no funcionó y debieron irse a comerciales.
Y yo me sentía un poco como aquel mago metido ahí adentro de esa olla (o lo que fuera). No sé por qué. De hecho me hice la idea de que el mago no había salido a propósito. Hubiese sido un gran truco pienso ahora, transformar un vivo en un muerto ahogado en un montón de leche.
El caso es que lo del elefante poco a poco comenzó a perder importancia. No el elefante en sí, si no lo que dijeran en la tele que había pasado con él.
Y es que el recuerdo del elefante quedó en mí igualito que como el mago adentro de esa olla. Y ni siquiera quise hablar de él, o preguntar que había pasado. Nadie tampoco hizo nunca un comentario. Y de esa olla en que quedó, hoy lo saco de nuevo. Como para transformar a un muerto en un vivo, o al menos en un recuerdo vivo.
Lo del mago Oli se hizo de culto y lo otro... bueno, se perdió. Yo recuerdo que en mi barrio lo que realmente se habló respecto a lo ocurrido con el mago tenía que ver con el desperdicio de la leche en aquel acto...
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Ah... ¿Y por qué habré querido ser payaso?
La verdad no lo sé. Supongo que para estar más cerca de esos animales. De esos que podías mirar a los ojos fuera de la función. Y verlos de verdad. Sólo para desmaquillarme frente a ellos, mientras se pone el sol. Y sentir que ellos sí te conocían bien. Y dormir más tranquilo luego de verlos. Sabiendo que has llegado a comprender a alguien. Y que alguien también te comprende.
Sacándole un pedazo a las marraquetas más crujientes, que eran las que llegaban por esa hora.
Y oliéndolas antes de comerlas. Como si uno hubiese querido también soñar con ellas. Y el dormir fuera un espacio en el que te encuentras menos solo. Más seguro. En compañía.

1 comentario:

  1. Seguramente voy a pensar en el elefante antes de dormir. Seguramente voy a soñar que el circo, los animales y las marraquetas me hacen compañía. Seguramente voy a despertar con un poco de pena, pero un poco no mas.

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