jueves, 1 de abril de 2010

Acerca de la representación, en La Dama y el Duque, de Erich Rohmer.

En La dama y el duque, Rohmer, habiendo superado ya los 80 años, se atreve a plantear una película que en otro momento pudo haberle traído problemas, más allá de que siempre se comentaran sus tendencias, al menos conservadoras, en torno a sus ideas políticas. Y es que en este film, ambientado en París en plena revolución francesa, se ha privilegiado la visión de personajes de la nobleza, y aparece en su aspecto más pueril el pueblo y los organizadores de la revolución, que se comportan por lo general, de forma obsesiva.
Sin embargo, hay algo en la forma de mostrar los personajes que me llama la atención, y que no sé, en verdad, si está en la intención de Rohmer. Y es que hay una suerte de reducción en cada personaje, algo que los despoja de sus características complejas y los sintetiza en fuerzas que guían sus acciones y sus diálogos. Ese mismo despojo además se aprecia en la estética de la película, dando cierta impresión de falsedad que nos recuerda a cada momento, al igual que al ver a los personajes, que esto es una representación, y que ha pasado, como tal, por una serie de filtros.
Un primer filtro es la distancia temporal con el hecho, la imposibilidad de contar con el espacio físico para la representación y la solución que llega a incluir la pintura y el armado de grandes escenografías planas, que se revelan fácilmente como tales (más allá de los efectos computacionales que se le agregan, aparentemente) y que no buscan enmascarares, por el contrario, la cámara también se ubica de forma distante y estática haciendo notar más la característica anterior.
Un segundo filtro es que la historia está narrada, en los mínimos momentos que aparece esta voz, por la protagonista del film, y como tal, desde su punto de vista, fiel a la monarquía y con la deformación de la realidad que le tocó vivir entendible sólo desde su punto de vista.
Siguiendo esta idea, y justificándola de esta forma, la película me parece una muy lúcida manera de mostrar (si es que lo quiso así Rohmer por supuesto) las debilidades del cine, y de cualquier obra de arte que quiera representar o referirse a un suceso que tiene o tuvo un correlato en el mundo real, y las dificultades que esto conlleva. En otras palabras deja de lado el artificio y nos muestra el mecanismo con que se opera.
Lo importante de esto, en todo caso, siento que está más allá de estas apreciaciones, y es que en nosotros mismos, como espctadores, esta obra plantea un dilema y nos abre los ojos a nuestros propios artificios, y nos hace dudar de nuestra porpia manera de ver lo que nos rodea, los hechos que nos tocó vivir, ya sea como protagonistas o extras, pero dentro del escenario original y que debemos interpretar. ¿Cómo contaríamos esta historia? Y si este sistema que protegemos o atacamos es similar a esa monarquía defendida por la protagonista en esa película, ¿cómo contaríamos esta historia? ¿en que bando nos situaríamos? ¿cómo explicaríamos las fuerzas que chocan y se participan en estos conflictos?
Creo que eso es lo que hace interesante a esta película, llevarnos a cuestionar nuestra visión de los hechos, y verla también como un hecho a representar en algún momento, y más aún, llevarnos a cuestionar qué pasará si escogimos el bando equivocado y quizá nunca nadie pueda entender, en el futuro, que lo hicimos por algo en lo que creímos, o nos dejamos llevar ingenuamente, como le ocurre a la protagonista.
Ojalá si eso sucede, nuestras creencias y/o nuestra ingenuidad sean cosas auténticas que prevalezcan ante una visión errónea de los hechos. Y que nuestro actuar pueda justificarse, si nos tocó estar en el lado equivocado -eso definitivamente nunca se sabe- a partir de esto.
Eso espero.

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