miércoles, 31 de julio de 2024

¡Qué saben ellos de...!


I.

Su corazón, decían, era neutral y tibio, como Suiza.

Perfecto y ajeno, al mismo tiempo.

De postal, decían otros, mas no de realidad.

Un corazón claro y sin secreto, coincidían.

Ahora bien, ¿otra forma de decirlo?

Hay muchas, es cierto, pero elijo esta:

Un corazón con lagos quietos.


II.

Ella, sin embargo, reclamaba.

No por los adjetivos, en todo caso.

Lo que en realidad la molestaba era que los otros
se sintiesen con derecho de intrusear su corazón.

¡Con qué derecho…!, se quejaba.

¡Qué es lo que ven cuando me ven!

Y por último:

¡Qué saben ellos de Suiza…!


III.

Es cierto.

Al menos en mi caso puedo reconocer que es cierto.

Prácticamente no sé nada de Suiza.

Igualmente, cuando decía lo de los lagos quietos,
imaginaba una postal que bien podría haber sido de aquel país.

Una postal con una imagen tan idealizada
como la que suele tenerse del corazón, sin conocerlo.

Un lugar hermoso, sin duda, pero donde el verdadero corazón se te puede estancar.

No hundirse, en todo caso, pero sí estancar.

Y flotar entonces sobre esos mismos lagos, que te nombraba antes.

Como hacen los muertos.


IV.

Lamentablemente, ella no aceptó mis disculpas cuando me acerqué a dárselas.

De hecho, alegó diciendo que ni siquiera yo entendía de qué me quería disculpar.

Seguía tan molesta que ni siquiera intenté defenderme.

Así, por último, terminé disculpándome por haberme disculpado.

Me sentía tan estúpido que hubiese preferido terminar aquello sin decir más.

Con una frase a medias, incluso, igual que aho

martes, 30 de julio de 2024

Turnia.


I.

El hombre me hablaba de forma entrecortada, con un tono extraño, como si intentase venderme algo.

La situación resultaba incómoda.

O al menos para mí.

Entonces, él apuntó en dirección a una chica que estaba a cierta distancia.

-Ahora es turnia -me dijo-, es cierto. Pero lo importante es que antes no era así. Lo que pasa es que nació con un ojo que veía el pasado y otro el futuro. Luego intentó ver el presente y ya adivinarás qué pasó… Parece insólito, sin duda, pero ella misma puede corroborarlo, ¿quieres que te la presente?

Entonces, justo antes de poder negarme, el hombre la llamó.


II.

La chica llegó hasta donde estábamos y se paró frente a mí.

Miró más o menos en mi dirección, con expresión seria.

Noté que efectivamente era turnia.

Debía de tener unos quince años, calculé.

Se produjo entonces un silencio incómodo hasta que ella habló.

-Treinta dólares por el pasado -me dijo-, veinte por el futuro y si quiere ambos le regalo extra el presente.

-Si no tiene dinero puede pagar con tarjeta -se adelantó a decir el hombre, sacando una máquina electrónica, para facilitar el pago.

Iba a decir que no, pero acepté.

Pagué con tarjeta, sin cuotas.


III.

Tras taparse el ojo derecho la chica se refirió al pasado.

Dijo tres cosas breves, bastante específicas.

Todas ellas ciertas.

De una, incluso, hasta yo mismo me había olvidado.

Luego, sin hacer pausas, destapó su ojo derecho y se tapó el otro, para referirse al futuro.

No fueron cosas tajantes, las que dijo, y me pareció que una, al menos, no sonaba tan mal.

-¿Va a querer el presente, también? -me preguntó entonces, con ambos ojos destapados.

-Bueno -le dije.

Se detuvo entonces, frente a mí, por un largo rato.

-No es su culpa -dijo finalmente, con un tono tajante-. Lo que sueñas no sueña contigo. Eso es todo.

lunes, 29 de julio de 2024

Extra.


Por ese entonces un amigo que trabajaba en selección de personal me pidió que le ayudase en algunas entrevistas.

La verdad era que él ya tenía decidido a quien contratar, pero debía cumplir con la formalidad de entrevistar a cierto número de solicitantes.

En total, debo haber entrevistados unas seis o siete personas, aunque en realidad solo recuerdo a una.

Era una mujer alta, delgada, de expresión seria.

En su currículum había puesto que formaba parte de un grupo particular, cuyos fines no quedaban del todo claros.

Por lo mismo, me sentí obligado a preguntar.

Me explicó entonces que se trataba de un grupo de personas que trabajaban como extras para revoluciones.

No para revoluciones reales, por cierto, sino principalmente para películas en las cuáles fueran necesarios.

Yo pensé que bromeaba, pero le seguí el juego y ahondé en eso un poco más.

-Llegamos a ser como treinta -me explicó-. Sí, hubo un tiempo en que nos fue bastante bien… De hecho, una vez hasta nos contrataron para una película francesa, bastante extraña, que se desarrollaba justamente durante la revolución francesa, pero claro… eso fue más bien una excepción, y ya hace meses que no nos ofrecen trabajo alguno.

-¿Sigue todavía en ese grupo? -pregunté.

-Sí, de cierta forma -me dijo-, pero solo como un hobby. Nos juntamos como una vez al mes y ensayamos un poco. Para no perder la costumbre, simplemente. Por lo general terminamos viendo El acorazado Potemkin y desarrollamos algunas escenas, nada más.

-Ya -dije yo.

Luego, volví a apegarme a las preguntas que me había entregado mi amigo, para rellenar las fichas que me había entregado.

Intentaba ser objetivo, nada más.

Por lo mismo, no anoté nada como observaciones especiales.

-¿Cree que me llamen para el trabajo? -me preguntó antes de despedirse.

-Sinceramente no lo creo -le dije-, pero espero que en cambio encuentre un trabajo mejor.

Ella me miró y me pareció que intentaba sonreír.

Poco después se marchó, sin conseguir hacerlo.

domingo, 28 de julio de 2024

Tu corazón como un Tesla.


Sí, suena raro, pero está bien dicho:

Tu corazón como un Tesla.

Ya sabes…

Igualito a uno de esos autos eléctricos que se conducen solos.

Sí, de esos hablo…

De esos que andan por ahí sin siquiera hacer ruido.

No sé si te conté:

Una vez estuve en una ciudad donde vi algunos.

Y es extraño: no se sabe nunca si van, o si vienen.

Me refiero a que no los oyes venir, por ejemplo,
pero también a que no sabes si realmente se están alejando.

Sí, así mismito son.

Podríamos decir que solo es por el ruido, es cierto.

Pero en el fondo sabemos que influyen también otras cosas.

No tenemos ya para qué engañarnos.

No es necesario, digamos.

Por lo mismo, no tengo miedo en confesar que veo Teslas
e imagino satélites muertos en órbita.

Sí, de esos satélites que han dejado de funcionar.

Brillantes y sofisticados, en primera instancia,
pero basura espacial, al mismo tiempo.

No quiero ofenderte, pero así los veo, ciertamente.

Como muertos brillantes, flotando en el mar.

Sí, suena raro, pero es cierto.

Incluso tu corazón puede saber qué es cierto.

Tu corazón como un Tesla, me refiero.

Puedes verlos:

Muertos flotando en el mar.

sábado, 27 de julio de 2024

El dado (cosas que ceden su lugar).


Estábamos bebiendo desde hacía rato cuando él contó la historia. Le había ocurrido en una pequeña ciudad australiana, mientras hacía algunas apuestas. No parecía demasiado interesante hasta que comenzó a contar lo del dado.

-No es broma -me dice, como si fuese de lo más normal-, tiré el dado y salió cero.

-¿Cero? -pregunto-. ¿Y cómo mierda sale cero?

-Pues así, saliendo -me dice-. Ni un puto punto en la cara del dado, mientras los otros se ríen y yo acabo perdiendo mi apuesta…

-Pero habrá sido trampa -lo interrumpo-. ¿No reclamaste…?

-Lo hice y me dijeron que yo mismo tomara el dado y lo revisara -me contestó-. Luego empecé a mirarlo y tras darlo vuelta varias veces encontré todas las caras bien…

-¿Y la que había salido cero?

-Pues ahora no estaba -me dijo.

-¿Y nadie más había tomado el dado luego de salir cero?

-Nadie -corroboró-. Estuvo todo el rato frente a mí, sobre la mesa.

-¿Y entonces?

-¿Entonces qué?

-¿Qué hiciste, po hueón?

-Pues nada, ¿qué iba a hacer? Pedí prestado un poco de dinero para volver a casa y eso es todo.

-¿Y nada más? ¿Te dijiste “mala suerte” y eso es todo?

-No -me dijo-. Pero lo acepté igual.

-¿Y cómo te lo explicaste, para aceptarlo?

-No sé muy bien… -contestó-. Probablemente me acordé eso que tú mismo decías hace tiempo… eso de que hay cosas que ceden su lugar.

-¿Cosas que ceden su lugar?

-Sí, ¿no es eso lo que decías…?

-Nunca he dicho esa mierda -le digo-. Además, no sé qué tendría que ver esa frase con lo del dado.

Entonces él guarda silencio, y me observa largo rato, como intentando hacer memoria.

-Es extraño -dice entonces-. Por un momento me pareció ver que tu cara se había borrado.

-¿Como con el dado? -pregunto.

-Más o menos -dice riendo-. Igual ya pasó… No debe ser importante.

viernes, 26 de julio de 2024

Que la sangre no nos pertenezca.


Le dijeron que se tranquilizara, que no había sufrido un ataque, sino que todo se debía a una respuesta vasovagal, que se le habría producido al ver su propia sangre.

-Puede sonar tonto -me dijo-, pero cuando me lo dijeron me sentí culpable… O sea, me estaba sangrando la nariz simplemente, cuando ocurrió, y nunca me había pasado nada antes al ver la sangre de otros…

-¿Y por qué eso te daría culpa? -pregunté.

-Pues por eso -me dijo-, porque me pasó al ver la mía, pero no con la de otros, es como darme demasiada importancia, ¿no crees?

Lo pensé un poco, pero no contesté.

-Igual el médico me explicaba -siguió contando-, que es relativamente común que ocurra así… que el cuerpo lo que hace es hacerte perder el conocimiento, como para que salgas de ti. Una forma de protección, digamos, para que la sangre no nos pertenezca…

-¿Que la sangre no nos pertenezca?

-Sí, o sea, es una forma de decir…

-Pues parece el título de algo -le dije.

Él asintió.

Yo me quedé pensando.

-Entonces… -dije, para corroborar-, ¿te obligas a salir de ti para que parezca que la sangre le pertenece a otro?

-Pues algo así me dijo el médico, aunque no recuerdo muy bien…

Luego de esto seguimos hablando un rato más, pero nada de lo que dijimos vale la pena repetirlo.

Además, pienso ahora, no quedaría bien bajo este título.

jueves, 25 de julio de 2024

Llegar al fondo de las cosas.


I.

Quédense tranquilos.

No apuren.

No desesperen.

Tiempo tenemos para llegar al fondo de las cosas.

Incluso tenemos rutas, probablemente.

No digo senderos perfectos, ni caminos bien terminados, pero sin duda rutas probables.

Esbozos de mapas, marcas para no perderse, esas cosas… ya saben.

Ternemos lo necesario para cuando nos decidamos a ir.

En ese sentido, al menos, pueden quedarse tranquilos.

O sea, no tranquilos, pero menos ansiosos, sin duda.

Y es que luego ya nadie les cree cuando alborotan tanto.

Me refiero a que, si realmente quieren ir, no existe mayor problema.

O si existe, el problema es siempre otro.

Yo los espero, si quieren, y vamos juntos.

Después de todo el fondo de las cosas no va a irse a ningún sitio.

Siempre estará ahí.


II.

Tenemos tiempo, les decía.

Pero claro, el tiempo es relativo.

Con esto no quiero asustarlos, sin embargo, sino decir simplemente que antes siempre teníamos más.

El asunto aquí es enfocar bien nuestra mirada e identificar el verdadero problema.

Lo que produce el retraso, me refiero.

Lo que nos demora.

Y es que lo que nos hace quedarnos en la superficie es, sin duda, otra cosa.

Una cosa que usted puede ver, ciertamente, si mira en la dirección correcta.

O si se anima a buscar, de una vez, en lo que podríamos llamar “su propio fondo”.

Y claro, en esas rutas yo no puedo acompañarlos.

Ni siquiera puedo decirles que siempre, ese fondo, estará ahí.

O sea, podría, pero prefiero no hacerlo.

Ya saben que no les miento.

Quédense tranquilos, con eso, al menos.

No desesperen.

El mundo todavía, no va a acabar.

miércoles, 24 de julio de 2024

No recuerdo quién lo dijo, pero está bien.

"¿Por qué sonaba la lluvia
como si tuviese algún significado?"

No recuerdo quién lo dijo, pero está bien. Lo pongo como epígrafe simplemente porque no fui yo, eso es todo. Tal vez porque al despertarme en el bar y ver a ese hombre me identifiqué un poco y todo me parecía lluvia sin significado. Sí, afuera llovía y los dos habíamos pasado la noche en el lugar. Uno a cada extremo, por supuesto, pero ambos habíamos sido derrotados probablemente por lo mismo. Él, sin embargo, se veía más extraño en el lugar. Iba vestido de smoking, como si hubiese llegado desde un matrimonio o una fiesta de lujo. Un traje que ahora estaba a mal traer, claro, después de una noche en el bar y dormir sentado, apoyado en una mesa. Cuando se paró y se acercó a la barra noté que tenía algo escrito en la camisa. Desde lejos lo saludé y le pregunté qué decía. Él también pareció sorprendido al encontrárselo. Estiró la camisa, algo tambaleante y me dijo que leyera. Decía “gracias por la cerveza”. Con letras grandes, escritas con plumón, llenando todo el pecho de la camisa. El hombre, sin embargo, pareció no darle importancia. Fue entonces que también me levanté e intenté buscar a alguien que nos indicara por dónde salir. Entonces apareció un barman. Lo recordaba vagamente de la noche anterior y dijo que, al menos en mi caso, el consumo estaba pagado y me podía retirar. Del hombre no dijo nada así que supuse que debía dinero. Le pregunté si tenía. O si podía ayudarle en algo. El hombre del smoking me miró extrañado. Después de todo fuimos derrotados por lo mismo, le dije. Parece que perdimos en la misma batalla. Luego de estar un rato en silencio el hombre se puso de pie y me miró fijo. No fuimos derrotados, me dijo. Lo que ocurre es que combatimos, nada más. Por eso estamos cansados. Como no supe qué decirle, preferí asentir, simplemente, e irme del local. Afuera llovía, pero no de forma intensa. Ya de camino a casa pensé que la letra en su camisa se parecía un poco a la mía. Y que yo llevaba plumones, en mi bolso. Pero claro, eso no quería decir nada. O no necesariamente, al menos. Es como la lluvia, me dije. La del epígrafe. Esa que está allá arriba, ¿no recuerdas?

martes, 23 de julio de 2024

Nunca te enteras bien.


Nunca te enteras bien, me dijo. Y te pasa porque no quieres. Como si eligieras enterarte solo de un poco y nada más. A veces menos, a veces más, pero siempre a medias, me refiero. Siempre parcialmente. Y claro, después de eso, simplemente ahí te quedas. Sin indagar nada más, sin preguntar… como si con eso bastara. Como si todo se significara por sí solo. Como si no requiriese de ti para terminar de significar. Pero claro, tú te quedas así, sin enterarte bien, por supuesto, y pareciera que da lo mismo. No sé si te das cuenta, pero en el fondo esa es la clave. O lo que molesta, si soy sincera. Y es que, si uno te ve a la ligera, sin conocerte, me refiero, hasta pensaría que estás de lo más cómodo. Como ahora, por ejemplo. Sí, a veces pienso que prefieres los datos sueltos. Que si fueras por ti te quedarías siempre entre palabras sin conclusiones. Palabras que suenan y que escuchas justamente como música. Sí, igual que si fuera música, aunque en este caso no creo que las disfrutes siquiera. Igual que el niño ese, no sé si te acuerdas, que vimos una vez todo quieto en medio de una piscina de pelotas de plástico… ¿te acuerdas? Porque yo al menos miré al niño y luego te miré a ti y sentí como si te identificaras con él. Y que creías que eso era bueno. Sí… igualito a él mientras yo te hablaba, o mientras te hablaban otros, que en el fondo da lo mismo. No te enteras, simplemente, y lo prefieres así. Eso es lo que te pasa, ¿o no?

lunes, 22 de julio de 2024

El virus domesticado.


No lo entendí muy bien, pero me explicó que el virus se había domesticado. O sea, no que nosotros lo hubiésemos domesticado, sino que el mismo virus se domesticó. Sé que suena extraño, pero según entendí, el virus habría preferido eso a seguir siendo atacado. Y en este sentido se domesticó por conveniencia. O por no seguir luchando, digamos. En este sentido, se habría comportado igual que un perro que llega a pedir comida. Aunque claro, el virus ya había llegado antes y no precisamente de forma dócil, pero en eso se habría transformado, posteriormente. No porque nadie tuviese intención de domesticarlo, reitero, sino porque él mismo se domesticó. Creo que algunos propusieron que se había transformado en algo similar a un parásito, pero a mí me explicaron que no era eso. O sea, intentaron explicármelo, al menos. Me nombraron incluso una serie de diferencias en el comportamiento y en la manera de relacionarse con el supuesto “huésped”, pero no las recuerdo muy bien. Lo que sí sé es que, con la idea de que se domesticó y todo eso, yo comencé a imaginarme a cada uno cargando a un virus como si fuese un hámster (hubiese pensado otra mascota, pero como había que cargarla todo el tiempo me decidí por el hámster). Y como lo comenté me corrigieron un poco y me dijeron que la comparación no era tan buena porque el hámster en este caso estaría dentro y uno sería más como la rueda en que giraba el hámster y además no lo sabríamos del todo. Además, mientras no lo supiéramos, todo estaría bien pues el virus se seguiría domesticando por sí mismo y entonces no nos dañaría a nosotros, aunque igual seguiría siendo un virus. Y nosotros un poco también, me parece, aunque no lo recuerdo muy claro. O sea, lo recuerdo, pero no lo entiendo del todo y no sabría explicar por qué. Creo que también tenía que ver con la idea esa de domesticarse. No estoy seguro, por supuesto. Pero creo que es así.

domingo, 21 de julio de 2024

Probable.


I.

Es probable, claro, pero eso no quiere decir nada.

Todo es probable en cierta medida.

El fin del mundo, por ejemplo.

La resurrección de los muertos.

La esfinge bajo el agua.

Igual nada cambia mucho.

Tú no cambias, al menos.


II.

Sí.

Eso es.

Tú no cambias.

Esa es la verdad más probable.

Más probable desde ti, me refiero.

¿No me crees?

Organiza factores, si quieres.

Compruébalo.

Observa lo que sabes y verás poco.

Poco y borroso, tal vez.

No es que te ciegue la luz.

No es eso.

No mientas ni te mientas.

Eso es.


III.

Puede que llueva, te dicen.

Es probable que haya sol, dicen después.

La vida después de la muerte, te dicen incluso que es probable.

Y claro, de la anterior a la muerte no hablan.

O prefieren no hablar.

Eso es lo que pasa.


IV.

Yo no, tampoco, por cierto.

O sea, no aseguro más de lo que puedo asegurar.

Me refiero a eso.

Nadie puede en todo caso.


V.

Quédate con lo más probable.

No lo analices demasiado y quédate con eso.

Con una vez que te lo quedes. ya basta.

Con eso es suficiente.

Acuérdate que tú no cambias.

¿Qué importa lo demás?

El fin del mundo.

La resurrección de los muertos.

La esfinge bajo el agua.

¡No lo digas como un mantra!

Hoy estamos vivos.

Eso es todo.

sábado, 20 de julio de 2024

Pasa de largo.


Pasa de largo. No mucho, pero pasa de largo. Me refiero a que es ahí, en la casa junto al poste, pero estaciónate más allá. Un poco más allá, por favor. Sí. Veinte metros, yo creo. Treinta. Por ahí... ¿Qué? No, no hay nadie en casa. Tampoco es que oculte nada. No, no creas. Lo que pasa es que nunca me bajo directo, nada más. Tampoco antes. Eso es todo. Siempre después y luego yo me devuelvo. Claro. No, no es complicado… ¿cómo podría eso ser complicado? Bueno, puedes verlo así si quieres. No, no me molesto. De todas formas, creo que fue Wingarden el que lo dijo: La casa es un lugar al que regresas, no al que llegas. O bueno, algo así. O así lo tradujeron, al menos. Sí, Otto Wingarden. Sí, sé que escribía en español, pero eso es justamente de una de las veces que escribió en alemán. Claro, probablemente porque hablaba de la casa y de la idea de refugio o lo que sea. No, por supuesto que no. Tampoco es que lo haga por eso. Lo hago por mí, nada más. Porque creo que alguna forma me hace bien. O al menos me hace mejor que llegar directo. Sí, uno debiese hacer lo que le hace bien, aunque sea absurdo. Sí… esta vez es pasar de largo. Sencillo. A veces cuesta más, pero hoy no… ¿Cuánto te debo?

viernes, 19 de julio de 2024

Como el experimento con la rana muerta.


Él hablaba, entusiasmado.

-Ocurría como con el experimento de la rana muerta -me dijo-. No sé si lo conoces. A mí por lo menos me lo enseñaron en el colegio, lo hicimos en el laboratorio…

Yo no conocía el experimento así que le hice un gesto, simplemente, para que continuase.

-Lo que ocurrió fue que la profesora llevó una rana muerta -siguió-. Una rana pequeña, en todo caso, así que todos nos agolpábamos para ver bien qué ocurría. Luego nos explicó algo y sacó una especie de batería eléctrica y dos láminas pequeñas, de metal. Después con una pinza hizo contacto con el cuerpo de la rana y todos pudimos ver cómo se movía… sus patas, al menos, parecía que quería correr, aunque estaba de espaldas… ¿de verdad nunca hicieron ese experimento?

-Para nada, nunca tuvimos laboratorio y solo recuerdo que una vez llevamos corazones de pollo y ni siquiera me acuerdo para qué…

-Pues ese es el punto .me dijo-. O sea, esa es la manera en que operan los recuerdos, en que se activan, por eso te contaba lo de la rana muerta… Me refiero a que daba lo mismo que estuviera viva, solo había que poner electricidad en el sitio adecuado…

-¿Adecuado para qué? -pregunté, algo molesto-. ¿Acaso no te parece una especie de tortura…?

-¿Tortura? -dijo riendo-, ¿como para obtener una confesión…? ¿Has pensado qué podría confesar una rana muerta?

No contesté.

-Igual no te hablaba de la rana -agregó, suavizando el tono-. O sea, no era lo central, al menos.

-Yo tampoco lo hacía -le dije después de un rato.

Él me miró extrañado, sin comprender.

Justo entonces, se apagó la luz.

jueves, 18 de julio de 2024

Horas observando un disco de vinilo.


La primera vez que vi un disco de vinilo estuve varias horas observándolo.

Me refiero a un vinilo girando, por supuesto, en un reproductor antiguo que era de mi tío.

No solo se trató de observar la aguja y su desplazamiento normal, sino que ocurrió que ese disco en particular, se saltaba cada vez que llegaba a cierto punto y entonces retrocedía un tramo, de aproximadamente un minuto, o poco más.

En un principio, por cierto, ni yo mismo supe por qué lo observaba.

Simplemente me quedé ahí, absorto, concentrado en el movimiento y sin pensar en nada concreto mientras el disco seguía girando.

Y es que lo que me interesaba no era la razón física del salto (eso más o menos lo había comprendido), sino que esperaba simplemente el término de aquel bucle: que ocurriese un salto distinto, digamos, uno que fuese hacia adelante al menos, y pudiese desembocar así en el término del disco.

O, dicho de otra forma, supongo que buscaba algo que, de una u otra manera, pudiese considerarse como un final.

Es decir -aclaro-, buscaba algo como un punto de llegada natural que permitiese considerar lo sucedido como una experiencia terminada, y que diese luego pie al inicio de otra cosa.

-¿Y? ¿Lo encontraste? -me preguntó alguien, leyendo por sobre mi hombro, justo cuando iba a terminar este texto.

-No lo sé -dije yo. De todas formas, aunque lo haya encontrado, sigo buscando.

Entonces, el alguien que había preguntado hizo una pausa.

Y luego de aquello -según recuerdo-, volvió a preguntar.

miércoles, 17 de julio de 2024

Si no hay monstruos no hay héroes.


No te compliques.

Si quieres te lo resumo:

Si no hay monstruos no hay héroes.

Es una ecuación sencilla.

Se da en la literatura, por supuesto, pero también en la vida.

No nos gusta admitirlo, pero es cierto.

No que no haya héroes, aclaro.

Eso, más o menos, lo aceptamos.

Pero con el caso de los monstruos es distinto.

Y es que nos gusta admitir su existencia casi con orgullo.

Y mientras más monstruos, por supuesto, más orgullo.

Ahora bien ¿por qué ocurre lo anterior?

Mi teoría es que al hacerlo nos mostramos como seres que, hasta cierto punto, enfrentan a esos monstruos.

Esto último, claro está, sin llegar a convertirnos en héroes.

Puedo equivocarme, es cierto, pero esa es mi impresión.

Nos agrada la idea de los monstruos.

Nos agrada su existencia, como un hecho cotidiano, que se quiere destacar.

Víctimas de esos monstruos, nos decimos entonces.

Con lamentos y quejas, lo decimos.

Uno de cada cuatro, incluso, pega un grito.

Así y todo, en el fondo sabemos que no es cierto.

No lo admitiremos, pero es algo que sabemos:

No hay monstruos.

Ocurre, simplemente, que exageramos.

Probablemente para darle un valor extra al sobrevivir.

O para que las cosas grises y tibias con que suele llenarse el día, tengan un colorido mínimo.

De todas formas, lo admito, estas son solo conjeturas.

Posibles verdades girando en torno a una ecuación sencilla.

Pero claro, ¡vaya uno a saber…!

martes, 16 de julio de 2024

Con subtítulos.


I.

Anoche un sueño extraño, con subtítulos.

Aparecía yo, pero no era el héroe.

Había al menos veinte personas, en el sueño, entre conocidos y desconocidos.

Todos hablábamos un idioma extraño y yo no entendía bien qué pasaba.

Por lo mismo, decidí salir de escena y observar el sueño, que ocurría en una especie de escenario.

Fue entonces que descubrí los subtítulos.

Y claro, tras leerlos, pude entender un poco más aquello que ocurría.

De igual forma, me quedé sin saber, finalmente, lo que había dicho yo.


II.

Desperté a medias de ese sueño.

Justo cuando comenzaba a descifrar algunas de las palabras que ahí usaban, a partir de su relación con los subtítulos.

Lo que mostramos son dedos, no números, le decía un desconocido a otro, cundo desperté.

Se lo decía como en una discusión, aunque no recuerdo mayores detalles.


III.

Luego del despertar, pensar.

Solo pensar, aunque no quieras.

Y ahora, además, sin subtítulos.

Solo me interrumpe a ratos el dolor de una fractura en mi codo derecho.

Un dolor al que intento, hace semanas, no atender.

Así, evito los signos de dolor, al menos.

En tanto, me vuelco sobre mí mismo: sin signos, solo con un qué.

Un qué sencillo, que no espera respuesta.

La introspección, después de todo, no nos dice nunca qué es pensar.

Así que no me lo pregunto.

lunes, 15 de julio de 2024

Una cabra dentro de otra cabra.


Una cabra dentro de otra cabra, me dijo. Ya sabes, allá arriba, en el monte. Seguro que alguna vez la has visto. O las has visto, más bien. Aunque es cierto, si no sabes, probablemente no te llame la atención. Es decir, yo me fijo porque les sé el secreto. Fundamentalmente es por eso, pero también porque siempre me han llamado la atención. Las cabras, me refiero, me han llamado la atención. En general. Desde pequeña que me gustan. Y claro, fue por eso que terminé descubriendo el secreto de esta cabra en particular. Esta cabra que a primera vista parece cualquier cabra, pero que en realidad es especial pues tiene a otra cabra adentro. Y no es que sea secreto. Yo la descubrí de mirarla, nada más. No es que las cabras lo oculten, me refiero, solo hay que mirarlas bien. Por ejemplo, cuando saltan es más fácil darse cuenta. Saltan juntitas, digo yo, la de dentro y la de afuera. Coordinan bien en todo caso, pero igual se nota que son dos. Como que saltan por razones distintas, creo yo. O eso es lo que siento, al menos. Quiero decir que saltan en la misma dirección, pero por razones distintas. O una por una razón y la otra por un objetivo, podría decirse. Sí, eso debe ser… Causa y Finalidad, les llamaría yo a esas cabras... ¿Es bien nombre, no cree? Usted las tiene que haber visto, aunque debe haber pensado que era una. Allá en el monte, digo yo. A todos les pasa.

domingo, 14 de julio de 2024

Una lombriz me lanzó un improperio.


I.

Una lombriz me lanzó un improperio y se escondió bajo tierra.

Con apenas un hilo de voz, lo lanzó.

Probablemente, si yo no hubiese estado justo inclinado sobre la tierra, no lo habría notado.

Y también probablemente, de no haberme sorprendido tan grandemente la situación, la habría atrapado de inmediato.

¡Cobarde y rastrera lombriz!, me dije.

Y comencé a cavar.


II.

Bueno, no sé si “cavar” sea exactamente lo que hice.

Más bien arañé la tierra e hice surcos para intentar dar con aquella lombriz.

No fue tan difícil pues la tierra estaba húmeda por las lluvias del último mes.

Lamentablemente, mi poca experiencia arando la tierra, y menos aún, buscando una lombriz, me llevó a una situación caótica en la que no observé resultados productivos.

Más aún, pensé que tal vez, en mi afán por encontrar a la lombriz, podría haberla arañado también a ella y partido en dos.

Y he aquí que surgió otro problema:

¿Y si se trataba de una de esas lombrices que divides y luego existen independientemente?

¿A quién debería castigar entonces por el anterior improperio?

Sin respuestas sensatas para mis preguntas, me dediqué a observar.


III.

Observé entonces y descubrí, entre la tierra, una gran cantidad de hormigas que recomponían un camino.

También observé un par de chanchitos de tierra y hasta una araña, que pasó cerca de uno de mis pies.

Sin embargo, no logré ver a la lombriz que había originado aquella trifulca.

Debe haber previsto todo esto, me dije entonces.

No comprendo con qué fin, pero debe haber previsto todo esto.

Finalmente, para no seguir su juego y dar por terminado el asunto decidí decir en voz alta:

-¡Si es por recibir improperios, yo mismo me los he dicho más graves! -lancé.

Y sí… quizá exageré un poco, con el volumen.

De hecho, los chanchitos de tierra se hicieron bolita al oír mi voz.

Yo, en tanto, entré mejor en la casa, y de inmediato comencé a olvidar aquel asunto.

sábado, 13 de julio de 2024

Ser puente levadizo.


I.

No lo soy, pero si hubiese sido una cosa, me hubiese gustado ser puente levadizo.

No por bajar ni por subir ni por permitir accesos o salidas.

Me hubiese gustado serlo simplemente porque sí.

Porque intuyo que serlo ha de ser bueno.

Y porque incluso quieto puedo retornar al movimiento con un simple mecanismo.

Sí, un puente levadizo, me hubiese gustado ser.

De haber sido una cosa, me refiero, es lo que hubiese escogido.


II.

No soy ingenuo.

Sé que un puente levadizo no retorna al movimiento por sí mismo.

Sé qué necesita de alguien más, digamos, para hacerlo.

De todas formas, de poder elegir, seguiría eligiendo ser puente levadizo.

Y nunca, por cierto, pediría ayuda a alguien.


III.

Ahora bien, si como puente levadizo, no tuviese ya opción de movimiento.

Por ejemplo, si fuese el puente levadizo de un castillo abandonado.

Yo preferiría, sin dudarlo, ser un puente ya elevado.

Arrimado en vertical a la estructura del castillo, me refiero, y no tendido horizontal, existiendo para nadie.

Incluso, ante el peligro de caer, gastaría la última fuerza que quedase en aferrarme a la pared (no ser pared, aclaro, pero sí aferrarme a ella).

Y claro, no faltará quien diga que elevado un puente deja ya de ser un puente.

Pero yo sonrío al escucharlo pues sé que no es así.

Incluso, puedo asegurarlo.

viernes, 12 de julio de 2024

Primero no lo comentas con nadie.

“Y después saludaremos
y ya está.
Todo el mundo irá a dormir
medio muerto de la risa.”
W. S.


Primero no lo comentas con nadie.

Simplemente fue una sonrisa, apenas un ruidito, antes de acostarse.

Ni siquiera sabes bien por qué.

Y claro, como te acuestas solo tampoco hay testigos no nadie con quién hablar sobre aquello.

Sin embargo, en la siguiente noche, ocurre también lo mismo.

Y luego en otra, por supuesto.

Nunca con patrones comunes.

Me refiero a que puedes haber vito una película, cocinado algo o simplemente después de la ducha.

En definitiva, no sabes de donde ha venido eso que ahora ya es francamente una risita.

Y es que no hay una alegría extra o un beneficio evidente previo o posterior a aquello.

Puede que lo comentes como una anécdota o puede también que no.

Lo que sí ocurre es que luego de la décima noche y de una risa un tanto más evidente (puede que con una carcajada incluso), comiences un poco a preocuparte del asunto.

Averiguas un poco por internet para buscar consejos.

Cambias un poco la alimentación.

Te tomas -ya al mes-, alguna pastilla.

Incluso, le preguntas al pasar a tus parientes por casos de demencia en la familia.

Entonces, como nada de lo anterior ha logrado tranquilizarte, decides ir al médico.

Agendas una hora para el sábado.

Y así, un par de horas antes piensas en cómo contarás lo que sucede.

¿Cuál es el problema?

¿Desde cuándo ocurre?

¿Existen otros síntomas?

Y sobre todo: ¿Qué es lo que quieres?

Así, respondiendo, ocurre que te tientas de risa, nuevamente, aunque esta vez la controlas.

O más bien puedes decidir si controlarla o no.

Si contenerla y preocuparte o simplemente dejarla fluir.

O si entrar a la consulta ahora que han dicho tu nombre, o volver sonriendo a casa.


¿Qué decides?

jueves, 11 de julio de 2024

¿Qué tan necesario?


I.

Me gustaba más el primer Hulk.

Ese que era gris.

Y es que me agradaba cómo se veía aquel gris en las viñetas.

Como si hubiese sido extraído de otro sitio.

Y solo estuviera de paso.

Eso me bastaba, debo reconocer:

El gris en forma de Hulk avanzando brusco entre página y página.

Eso y poco más, digamos.

Una verdadera grieta en medio de otros colores.

Una grieta gris puesta ahí como una rendija para mirar por ella hacia otro lado.

El interior gris del Hulk gris, me atrevería a decir ahora.

Otro lado más real, existiendo ahí dentro.

Más honesto, si se quiere, en su forma de engañarnos.

Eso en principio, al menos.


II.

Ahora bien.

Es cierto que a veces uno exagera un poco.

Y es entonces cuando uno puede llegar a preguntarse, ¿qué tan necesario es todo esto?

Por ejemplo, hubo en tiempo en que pensaba que todo debiera ser grises.

Tonos de grises, me refiero.

Nada de blanco y negro, que en el fondo son artificiales.

Puros, tal vez, pero artificiales.

Todo hecho con ceniza, en definitiva.

Gris como el Hulk gris.

Gris como Cleo de 5 a 7.

Y la verdad escrita también con tiza gris, al final de todo.

Sobre un muro que no entendemos, qué separa.

miércoles, 10 de julio de 2024

Nunca / Como todos / Nadie


La culpa fue del chico ese que se pasaba todo el día tirando papeles al fuego. No sé cómo nadie le dijo nada. Supongo que vieron que era un chico tranquilo y que los papeles no eran gran cosa así que lo dejaron hacer. Luego algo debe haber pasado y esa situación se descontroló y ya sabemos qué pasó. O sea, sabemos el resultado, me refiero. Lo que pasó exactamente no lo sabe nadie. Nunca.

Igual yo pienso que era un chico como todos. Ya saben… simplemente se trataba de encender un papelito y verlo arder. Algo que suele hacerse cuando comienzas a cansarte de ver siempre el mismo fuego. Yo mismo de chico recuerdo haber escrito cosas en papeles y luego quemarlos. No solo para ver el fuego, sino para saber qué se sentía al perder eso que poco antes habías escrito. Una vez haciendo esto hasta lloré un poquito. Como todos.

Lo extraño es que todos concordamos que la culpa fue de un mismo chico, pero en el fondo nadie lo recuerda. Varios han intentado describirlo y al final ni siquiera han sido capaces de decir cómo iba vestido. Además, nadie le dijo nunca una palabra ni se preguntó de dónde había salido. No a tiempo, al menos. No a tiempo y ahora es tarde. Nadie.

martes, 9 de julio de 2024

Prefiero pensar en "El consejero", de McCarthy.


Me pasan otras cosas, no muy buenas. Pero prefiero pensar en el libro “El consejero”, de Cormac McCarthy. Y es que un poco hacia el final, uno de los personajes da en el clavo con algo que subyace en gran parte de la obra de este autor. Sobre todo en el propósito que este persigue -creo-, tras la elección de cierto tipo de personajes en sus obras.

Lo que señala el personaje al final de “El consejero”, por cierto, es la atracción que siente por el animal que es cazador (por el “corazón puro del depredador”, creo que lo llama). Esto ya que lo que definiría al cazador es lo que se ha librado de ser, y no necesariamente lo que es (ya que deja de haber distinción entre lo que es y lo que hace).

Así, si bien el personaje desarrolla luego una diferenciación entre el ser humano y el animal depredador, creo clave el fijar la atención en cómo el ser humano como animal depredador está presente en muchas obras de McCarthy (el ser violento o el que busca sobrevivir a cualquier costo, principalmente). Pero claro, como lo interesante es fijarse en lo que ha dejado de lado este tipo de individuo para limitarse a ser sus propias acciones, me gusta pensar que aquello de lo que esos personajes se han librado de ser, es justamente el ser “humanos”, y esa humanidad perdida, pasa a ser entonces el centro vacío desde el cuál se articulan los significados de sus obras, y desde donde uno debe, por respeto y valoración a esa intención, construir un significado.

Este significado, por último, no puede evitar el cuestionarnos sobre la posibilidad que tenemos de existir sin ser depredadores y ser de esta forma distintos (o “algo más” quiero creer), que nuestras propias acciones.

O la responsabilidad, más bien, que tenemos de hacerlo.

lunes, 8 de julio de 2024

Una paseadora de perros.


Lleva ya seis o siete años trabajando como paseadora de perros.

Siempre que nos juntamos habla de su trabajo.

Según me cuenta pasea al mismo tiempo hasta ocho perros.

-De a poco te vas acostumbrando -me dice-, no es que sea tan difícil.

Yo la escucho y asiento, sin cuestionarla en lo absoluto.

Después de todo yo tengo cursos con hasta 45 alumnos. Y más o menos sobrevivo.

Me cuenta entonces que, durante su primer o segundo año de paseadora, le ocurría que, mientras llevaba a los perros de sus correas, siempre sentía que una no iba en la dirección de las demás, complicándole las cosas, pues parecía querer ir siempre hacia otro lado.

Lamentablemente, por la cantidad de correas, le costaba distinguir cuál era el perro.

-El punto es que siempre te contradecía -me explica-, si querías comenzar a andar él se negaba, si querías detenerte él quería seguir andando… y yo concentrada tratando de distinguir de entre las correas de cuál de ellos se trataba…

-¿Y al final lo conseguiste? -le pregunté.

-Sí y no -me dice-. O sea, pensé que era un perro más o menos grande, blanco. Uno que incluso en apariencia tenía algo distinto a los demás. Y claro, desde entonces no pude evitar mirarlo con cierta molestia.

-¿Y por qué decías que “sí y no”?

-Ah, cierto… lo que pasa es que ocurrió que con el tiempo la familia de ese perro se cambio de casa, y yo lo dejé de pasear… Y claro, entonces descubrí que todavía existía uno que tiraba hacia otro lado, igual que antes, y que probablemente había identificado mal en un principio.

-Y entonces -le digo-, ¿no encontraste después al verdadero culpable?

-No… -me contesta, suavizando el tono-. Supongo que al final preferí no hacerlo y elegí pensar que era una sensación que se creaba entre todos… Algo así como el espíritu de un perro que no se dejaba domesticar y que viajaba escondido entre todos los otros, ya resignados a la correa y a la obediencia absoluta.

-Entonces el culpable era un perro imaginario -le digo.

-No es eso -me corrige, sonriendo-. No había culpable, nada más. Es mejor verlo así.

Me quedo pensando, mientras caminamos, hablando sobre esto.

Finalmente, creo comprender lo que ella plantea y le doy la razón.

-No había culpable -le digo, repitiendo sus palabras-. Es cierto. 

Parece mejor, y hasta más cierto, de esa forma.

domingo, 7 de julio de 2024

Soñé que era un levantador de pesas.


Soñé que era un levantador de pesas. Uno profesional, digamos, o que al menos vivía de eso. Que entrenaba varias horas al día y que me pagaban por ganar medallas o posiciones destacadas en algunas competiciones. En el sueño ya era viejo, digamos, como ahora, pero al parecer los otros me veían como si fuese más joven. Y más fuerte, por supuesto. Me refiero a que me recomendaban cosas sobre el futuro, sobre tener la actitud correcta al entrenar… intentaban motivarme, ya saben. Esas cosas que les dicen a los jóvenes y más aún, supongo, cuando esos jóvenes son deportistas y necesitan esforzarse al máximo.

Pero claro, internamente al menos, ocurría que yo seguía siendo mi yo actual, y todo eso que los otros me decían me sonaba a engaño. Además, sentía bastante absurdo el asunto ese de levantar pesas, por lo que el sueño se volvió desagradable al poco tiempo, más allá de lo extraño que me resultaba.

Aún así, rescato del sueño no el momento mismo de levantar sobre tus hombros la pesa, sino aquel en que terminas por dejarla caer, y ves cómo esta rebota en el piso y todo está, de cierta forma, terminado. Bien terminado, incluso.

-¡No está mal…! -dice entonces mi entrenador, en el sueño-. No está nada mal… ¡Vamos ahora por cinco kilos más!

Y claro, aunque uno no quisiera lo cierto es que terminabas al final haciéndole caso, principalmente porque había que seguir siendo lo que éramos, en el sueño, pero también por una pequeña y extraña voluntad que sentías de pronto dentro tuyo y que te impulsaba a continuar.

¡Vaya novedad sentir aquello!, recuerdo que me dije.

¡Vaya novedad!

sábado, 6 de julio de 2024

Una verdadera historia.


I.

Ella vio al Diablo, pero no lo supo.

Solo observó que este tenía su nombre anotado en un cuaderno, y eso la asustó.

No se lo cuestionó, en todo caso, ni tampoco le dio más vueltas.

Al menos, se dijo, es un susto que no volverá a repetirse.

Nada sucede dos veces.


II.

Con el tiempo, sin embargo, ocurrió que ella dibujó al Diablo.

Es decir, dibujó a aquel que había escrito su nombre en un cuaderno, y que ella pensó se trataba de un hombre cualquiera.

Las proporciones del dibujo quedaron extrañas y mirarlo solía producir risa.

Yo mismo, recuerdo, me reí la primera vez que lo vi.

Fue entonces que ella contó la historia respecto al cuaderno donde vio escrito su nombre.

Una historia breve y sin resolución, como toda verdadera historia.


III.

Con los años, me tocó también a mí ver al diablo.

Por suerte, yo supe reconocerlo de inmediato.

Todavía conservaba la apariencia y el cuaderno con el que aparecía en el dibujo.

Tras reconocerlo, él intentó burlarse de mí, diciéndome que sería incapaz de encontrar mi propio nombre en su cuaderno.

No sabes ya cuál es, me dijo.

Entonces me detuve a pensarlo y comprobé que era cierto.

De todas formas no volveremos a vernos, le dije.

Y ya es hora, por cierto, de volver a empezar.

viernes, 5 de julio de 2024

M. aprende a equilibrarse, sobre la bicicleta.


Hace un mes, más o menos, M. aprendió a equilibrarse, sobre la bicicleta.

Todos los niños lo hacían, es cierto, pero la diferencia es que M. lo hizo solo y sin pasar por la etapa de las rueditas auxiliares.

Además, no hablo aquí de avanzar, simplemente, sino de equilibrarse en la bicicleta, incluso cuando esta se encuentra prácticamente detenida.

Eso nos llevó a felicitarlo y a sorprendernos de verdad, con su logro.

Por esto, grabamos unos videos de él sobre la bicicleta y hasta le hicimos una especie de entrevista, para que diera sus propias impresiones.

Entonces él, si bien es muy pequeño, intentó explicar su técnica.

-Debes pensar que te estás cayendo para ambos lados al mismo tiempo -fue más o menos lo que dijo-. Te dejas caer en todas direcciones y de esa forma te quedas justo donde estás…

En ese momento, por supuesto, simplemente lo grabamos y nos reímos con sus palabras.

Y después de compartir el video con algunos conocidos, nos olvidamos de lo que había dicho y supongo que pasamos a interesarnos por algo más.

Hoy, sin embargo, lo he recordado pues me he encontrado con M. en una plaza.

Yo venía de comprar algo en un negocio y él estaba sobre su bici, a solas, equilibrándose en un mismo sitio, sin pedalear.

Me quedé entonces observándolo, por un rato, sin que me viera.

Poco después decidí mejor volver a casa.

Por un momento estuve tentado de escribirle un mensaje a alguien, pero finalmente lo dejé pasar.

jueves, 4 de julio de 2024

¿Sabes ya lo que quiere?


I.

-¿Sabes ya lo que quiere? -me pregunta, en medio de la conversación.

-¿A qué te refieres? -digo yo.

-Solo puedes decir que conoces a una persona si sabes lo que quiere -dice ahora-, ¿sabes ya lo que quiere?

-Pues no me interesa decir que conozco a nadie -le aclaro-. ¿Para qué puede servir eso?

-Entonces no sabes -lanza él con tono seco.

-Igual no puede saberse -agrego yo, luego de un rato.

A partir de aquello nos quedamos en silencio.

Un largo rato, nos quedamos en silencio.

Ninguno de los dos muestra interés en alargar la conversación.


II.

-Y entonces, ¿se pelearon?

Yo lo observo sin comprender.

-Después de lo que me cuentas, ¿se pelearon?

-¿Por qué habríamos de pelearnos? -pregunto.

-Pues no sé -me dice-, me preció que ese era el tono…

-¿Qué tono? -interrumpo.

-Nada, mejor olvídalo -dice.

-¿Que olvide qué? -insisto.

Él me observa, con una expresión de desagrado.

Yo le devuelvo la mirada.

Finalmente, uno de los dos, debe haber lanzado el primer golpe.


III.

-¿Y entendiste entonces qué es lo que quería? -me pregunta.

-¡¿Cómo mierda podría entender qué es lo que quería?! -alego-, eso no suele saberlo ni uno mismo.

-Ya -dice él, cediendo un poco-. Igual no es para tanto.

Yo lo observo.

Finalmente, valorando su actitud, cedo yo también.

Probablemente sea cierto.

miércoles, 3 de julio de 2024

Ella y él conversan sobre algo.


Ella y él conversan sobre algo.

Nada especial, infiero, según sus expresiones.

De igual forma, logro acercarme lo suficiente como para poder escuchar.

Mientras lo hago, intento memorizar lo que dicen, para anotarlo después si siento que valió la pena.

-Lloré tanto esa vez que al final se me arregló la vista -dice ella, con tono alegre.

-¿Se te arreglo la vista? -repite él-, ¿qué tiene eso que ver?

Ella hace una pausa para beber un sorbo de gaseosa.

-No sé bien -dice ella, poco después-, pero lo cierto es que se me arregló... Supongo que el exceso de lágrimas mejoró algo o tal vez se reacomodó alguna pieza… yo qué sé.

Él la mira como intentando ver si está bromeando, pero tras un momento parece determinar que no.

Yo actúo de la misma forma, por cierto.

-Nunca supe que tuvieses mala vista -dice entonces él-. O no recuerdo.

Ella lo mira como si no entendiese a qué se refiere.

-Hablo de antes, por supuesto -explica él-. No recuerdo que hayas comentado alguna vez que tenías mala vista…

-Da igual -dice ella, sin darle importancia-. El punto es que ahora no la tengo.

Él asiente, sin agregar nada más.

Nada más a ese respecto, me refiero.

Luego, hablan de cosas del trabajo, que yo dejo de anotar.

Finalmente, me voy de aquel lugar, pues la conversación se ha vuelto insoportable.

lunes, 1 de julio de 2024

Aquiles ha sacado dos ases y un cuatro.


Lo veo sin cartas en la mano, no muy contento.

Lo han dejado solo en una mesa, mientras los otros han vuelto a jugar.

No reconozco a qué juegan, pero no parecen demasiado entusiastas.

De hecho, por momentos, dan la impresión de que todos hubiesen perdido.

Juegan con cuatro cartas en la mano, puedo decir, tras observarlos.

Pero hasta ahí es donde entiendo, nada más.

Debido a ello, probablemente, es que comienzo a fijarme más en el otro.

En aquel que ya no tiene cartas en la mano, me refiero, y que sido abandonado en otra mesa.

Me fijo, por ejemplo, que está bebiendo vino desde una jarra.

Y que está jugando a solas, sobre la mesa, con lo que parecen ser palos de fósforos.

También tiene un libro entre sus cosas, pero yo, al menos, no alcanzo a distinguir.

Poco después, los hombres que juegan en la otra mesa vuelven a llamarlo y hasta le hacen un espacio.

-Ven por tus cartas, Aquiles -le dicen-. Todo ha vuelto a estar en orden.

Y claro, Aquiles va hasta la mesa y recibe sus cartas.

Dos ases y un cuatro, es lo que descubro que ha sacado.

Yo, por cierto, he estado observando todo desde una esquina.

En silencio.

Sentado junto a una estatua que extrañamente se encuentra atada por un pie.

-Dos ases y un cuatro -repite él, ahora-, arrojando sus cartas sobre la mesa.

Si ganó o no ganó. Es algo que carece de importancia.

La naturaleza del héroe.


“El núcleo de toda cultura
está en la naturaleza del héroe”
C. McC.

I.

Dígalo usted si quiere.

O ustedes, más bien.

Hoy he decidido cederles la palabra.

Yo por mi parte me dedicaré a observar.

Únicamente a observar.

Después de todo, no hay héroe sin testigos.

Esa será mi contribución en esta ocasión.

Además, confieso, esa será mi forma consciente de aportar a su naturaleza.

Es lo justo.

Todos debemos aportar.


II.

No se forma solo un héroe, si lo piensas.

Es decir, no llegamos a ser héroes tras actuar para nosotros mismos.

Y es que se necesitan testigos, como decía, aunque también se necesitan varios roles más.

Todos responsables y conscientes, por cierto, de aquello que construimos.

Es decir, del héroe que decidimos venerar.

En todo caso, no vine aquí a profundizar del tema.

Hoy decidí, como les dije en un inicio, cederles la palabra.

En eso no voy a transar.


III.

Ahora bien, probablemente alguno de ustedes se pregunte:

¿Cómo es que este hueón dice que observa si sigue hablando?

o

¿Cómo es que nos cede la palabra, cuando no deja de hablar?

Pero claro, entonces les diré que esa no es más que mi forma de ser testigo.

Mi propia naturaleza, digamos, aquí construida.

El ruido que hago al observar.

Mi firma bajo el testimonio.

O el preámbulo que hago, si prefieren, antes de cederles la palabra.

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