lunes, 1 de julio de 2024

Aquiles ha sacado dos ases y un cuatro.


Lo veo sin cartas en la mano, no muy contento.

Lo han dejado solo en una mesa, mientras los otros han vuelto a jugar.

No reconozco a qué juegan, pero no parecen demasiado entusiastas.

De hecho, por momentos, dan la impresión de que todos hubiesen perdido.

Juegan con cuatro cartas en la mano, puedo decir, tras observarlos.

Pero hasta ahí es donde entiendo, nada más.

Debido a ello, probablemente, es que comienzo a fijarme más en el otro.

En aquel que ya no tiene cartas en la mano, me refiero, y que sido abandonado en otra mesa.

Me fijo, por ejemplo, que está bebiendo vino desde una jarra.

Y que está jugando a solas, sobre la mesa, con lo que parecen ser palos de fósforos.

También tiene un libro entre sus cosas, pero yo, al menos, no alcanzo a distinguir.

Poco después, los hombres que juegan en la otra mesa vuelven a llamarlo y hasta le hacen un espacio.

-Ven por tus cartas, Aquiles -le dicen-. Todo ha vuelto a estar en orden.

Y claro, Aquiles va hasta la mesa y recibe sus cartas.

Dos ases y un cuatro, es lo que descubro que ha sacado.

Yo, por cierto, he estado observando todo desde una esquina.

En silencio.

Sentado junto a una estatua que extrañamente se encuentra atada por un pie.

-Dos ases y un cuatro -repite él, ahora-, arrojando sus cartas sobre la mesa.

Si ganó o no ganó. Es algo que carece de importancia.

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