lunes, 8 de julio de 2024

Una paseadora de perros.


Lleva ya seis o siete años trabajando como paseadora de perros.

Siempre que nos juntamos habla de su trabajo.

Según me cuenta pasea al mismo tiempo hasta ocho perros.

-De a poco te vas acostumbrando -me dice-, no es que sea tan difícil.

Yo la escucho y asiento, sin cuestionarla en lo absoluto.

Después de todo yo tengo cursos con hasta 45 alumnos. Y más o menos sobrevivo.

Me cuenta entonces que, durante su primer o segundo año de paseadora, le ocurría que, mientras llevaba a los perros de sus correas, siempre sentía que una no iba en la dirección de las demás, complicándole las cosas, pues parecía querer ir siempre hacia otro lado.

Lamentablemente, por la cantidad de correas, le costaba distinguir cuál era el perro.

-El punto es que siempre te contradecía -me explica-, si querías comenzar a andar él se negaba, si querías detenerte él quería seguir andando… y yo concentrada tratando de distinguir de entre las correas de cuál de ellos se trataba…

-¿Y al final lo conseguiste? -le pregunté.

-Sí y no -me dice-. O sea, pensé que era un perro más o menos grande, blanco. Uno que incluso en apariencia tenía algo distinto a los demás. Y claro, desde entonces no pude evitar mirarlo con cierta molestia.

-¿Y por qué decías que “sí y no”?

-Ah, cierto… lo que pasa es que ocurrió que con el tiempo la familia de ese perro se cambio de casa, y yo lo dejé de pasear… Y claro, entonces descubrí que todavía existía uno que tiraba hacia otro lado, igual que antes, y que probablemente había identificado mal en un principio.

-Y entonces -le digo-, ¿no encontraste después al verdadero culpable?

-No… -me contesta, suavizando el tono-. Supongo que al final preferí no hacerlo y elegí pensar que era una sensación que se creaba entre todos… Algo así como el espíritu de un perro que no se dejaba domesticar y que viajaba escondido entre todos los otros, ya resignados a la correa y a la obediencia absoluta.

-Entonces el culpable era un perro imaginario -le digo.

-No es eso -me corrige, sonriendo-. No había culpable, nada más. Es mejor verlo así.

Me quedo pensando, mientras caminamos, hablando sobre esto.

Finalmente, creo comprender lo que ella plantea y le doy la razón.

-No había culpable -le digo, repitiendo sus palabras-. Es cierto. 

Parece mejor, y hasta más cierto, de esa forma.

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