viernes, 12 de julio de 2024

Primero no lo comentas con nadie.

“Y después saludaremos
y ya está.
Todo el mundo irá a dormir
medio muerto de la risa.”
W. S.


Primero no lo comentas con nadie.

Simplemente fue una sonrisa, apenas un ruidito, antes de acostarse.

Ni siquiera sabes bien por qué.

Y claro, como te acuestas solo tampoco hay testigos no nadie con quién hablar sobre aquello.

Sin embargo, en la siguiente noche, ocurre también lo mismo.

Y luego en otra, por supuesto.

Nunca con patrones comunes.

Me refiero a que puedes haber vito una película, cocinado algo o simplemente después de la ducha.

En definitiva, no sabes de donde ha venido eso que ahora ya es francamente una risita.

Y es que no hay una alegría extra o un beneficio evidente previo o posterior a aquello.

Puede que lo comentes como una anécdota o puede también que no.

Lo que sí ocurre es que luego de la décima noche y de una risa un tanto más evidente (puede que con una carcajada incluso), comiences un poco a preocuparte del asunto.

Averiguas un poco por internet para buscar consejos.

Cambias un poco la alimentación.

Te tomas -ya al mes-, alguna pastilla.

Incluso, le preguntas al pasar a tus parientes por casos de demencia en la familia.

Entonces, como nada de lo anterior ha logrado tranquilizarte, decides ir al médico.

Agendas una hora para el sábado.

Y así, un par de horas antes piensas en cómo contarás lo que sucede.

¿Cuál es el problema?

¿Desde cuándo ocurre?

¿Existen otros síntomas?

Y sobre todo: ¿Qué es lo que quieres?

Así, respondiendo, ocurre que te tientas de risa, nuevamente, aunque esta vez la controlas.

O más bien puedes decidir si controlarla o no.

Si contenerla y preocuparte o simplemente dejarla fluir.

O si entrar a la consulta ahora que han dicho tu nombre, o volver sonriendo a casa.


¿Qué decides?

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