domingo, 1 de octubre de 2023

A G. lo muerde un castor.


Me cuentan que G. está grave porque lo atacó un castor.

En realidad, fue atacado por una colonia de castores, pero uno fue el que le hizo el mayor daño.

El que lo dañó, por cierto, fue el líder de la colonia, arrancándole gran parte del dedo pulgar de su pie derecho, luego de morderlo mientras G. pisaba e intentaba derribar su madriguera.

Puede parecer, por supuesto, que G. merecía el castigo recibido, pero debemos tener en cuenta que G. solo intentaba ahuyentarlos para que cambiasen de zona y no fueran abatidos por los cazadores que comenzarían dentro de poco sus incursiones.

G. lo sabía pues había hablado con varios hombres que habían sido contratados para erradicar los castores de una gran zona que querían parcelar, para vender unos terrenos supuestamente agrícolas en Tierra del Fuego.

-Me salvé porque en tierra eran lentos -me cuenta G., cuando lo visito-. Pero todos se me lanzaron encima y me mordieron hasta que logré correr y arrancar de ellos.

Como no sé qué agregar a sus palabras, simplemente asiento, en silencio.

-¿Sabes…? No era necesario que vinieras -me dice G., luego de un rato.

-No es cierto -le digo-. No tenía de qué escribir así que vine a ver si con tu historia armaba algo.

-¿Y?

-¿Y qué?

-¿Armaste algo?

-Sí -le dije-. Casi nada, pero sí.

-¿Qué cosa? -insiste G.

-Algo así como un dique -le contesto.

Pasa un minuto.

Él, ahora, se queda en silencio.

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