jueves, 5 de octubre de 2023

La llave.


Encuentras la llave. Una llave todavía en ese entonces. Indeterminada, me refiero. En el suelo la encuentras mientras vas a casa. Sola está la llave. Abandonada en el piso. Sin llavero. Aparentemente nueva o casi nueva. Brilla sobre el asfalto como una moneda de un país desconocido. Probablemente inútil, para ti, pero la recoges igualmente. La observas como si en ella pudiese estar la clave de quién la ha perdido. O el secreto, digamos, de qué puerta abre. Avanzas con ella, en tus manos. Como si fueses abriendo con ella un espacio nuevo a cada paso. Y es que el mundo parece el mismo, es cierto, pero probablemente tras recoger esa llave hiciste un cambio. Un viaje, probablemente. Un traslado. Todo está sospechosamente igual, pero sabes que no es cierto. La llave en tus manos te dice que no es cierto. Eres tú, pero este es otro sitio. Has abierto, sin proponértelo, un acceso hacia otro sitio. Mientras avanzas piensas eso. Lo piensas hasta que llegas de pronto frente a aquello que parece ser tu casa. Desconfías. Te detienes como siempre, pero desconfías. Entonces, intentas abrir con la llave nueva. Lo intentas, pero no abre. No es la correcta, te dices. No es la casa correcta. Retrocedes y avanzas, sorprendido. Comienzas a buscar.

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