jueves, 26 de octubre de 2023

Hablo con pocos.


Es verdad, no lo niego.

Hablo con pocos, o con nadie.

Ni siquiera hoy por hoy hablo conmigo mismo.

Escucho mis palabras, sin embargo.

Constantemente las escucho.

Pero no siempre unidas a mi voz; o no, al menos, con el tono adecuado.

Y es que me muevo, más bien, evitando cosas.

Como chicos en las pruebas de manejo.

Evito nombres, por ejemplo.

También evito conjugar los verbos.

No tanto por el uso de pronombres, sino, más bien, por el asunto ese de los tiempos verbales.

¡Mal asunto!

Tan malo, que poco a poco todo parece convertirse en caricatura.

Así, cuando me observo en un espejo, aprecio de inmediato la viñeta en que me muevo.

Y en ella, descubro lo que digo, al interior de globos blancos y planos.

Aclaro, sin embargo, que no es falso lo que aparece en esos globos.

Aunque claro, tampoco podría -honestamente-, asegurar que es verdadero.

No quiero, con todo, engañar a nadie.

Ni siquiera confundir, es mi intención.

Me muevo simplemente y, como decía, hablo cada vez con menos gente.

Y me desdibujo, a fin de cuentas, como un personaje de Daniel Clowes.

En definitiva, soy algo así como el muñeco de un ventrílocuo que no conoce trucos.

O que no consigue hacerlos, al menos, sobre el escenario.

Trato de no mentir, pero no resulta.

Amén.

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