martes, 17 de octubre de 2023

Me atacó un pavo real en Barcelona.


I.

Me atacó un pavo real en Barcelona.

Fue en un restaurant exclusivo, situado más bien en las afueras de la ciudad.

De hecho, podría decirse que fui afortunado de que el pavo real me atacase, pues gracias a eso no debí pagar la cuenta y hasta me regalaron una estadía de una semana en un hotel campestre que quedaba cerca de Montserrat.

En ese hotel, además, me visitó tres veces un médico para tratar mis heridas, prácticamente inexistentes.

Y hasta me pagaron un guía que llegó hasta el lugar, para llevarme a un recorrido especial.


II.

El recorrido fue por unos senderos que no eran transitados.

Varios ellos de piedra, muy antiguos, que llevaban hasta unas pequeñas cuevas, donde habían vivido algunos eremitas, siglos atrás.

También hay otras cuevas oficiales, cerca del monasterio, me dijo el guía, pero los verdaderos eremitas vivieron en estas.

Las otras, concluyó, eran lugares de paso, simplemente, que algunos monjes en viaje pasaban a visitar.


III.

El día que me atacó el pavo real, por cierto, yo me acerqué hasta él pensando que se trataba de una figura ornamental, inanimada.

Estaba con sus alas desplegadas, cerca de un estanque que había en el extenso jardín que tenía el restaurant.

En concreto, me dio de picotazos en la frente, varias veces, como si mis pensamientos lo ofendieran.

No lo culpo, pues yo también acostumbro darme picotazos, cuando me pongo a pensar.

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