domingo, 22 de octubre de 2023

5000 tablas.


Jugamos en total siete partidas de ajedrez.

Terminamos empatados.

Ella ganó tres y yo tres.

Respecto a la séptima partida, ninguno de los dos recordaba el resultado.

Y es que jugamos la partida borrachos, y decidimos mejor declarar tablas.

De hecho, esa vez nos dormimos cada uno al lado del tablero.

Sin terminar el juego, me refiero.

Por si fuera poco ella, cuando despertó, pasó a llevar la mesa y botó algunas piezas.

Sin querer, por supuesto, pasó a llevar la mesa.

-Igual si quieres te doy el triunfo -le dije-. No me importa perder.

Ella aceptó el ofrecimiento.

Tal vez demasiado rápido, lo aceptó.

Y sí… me incomodó un poco que lo hiciera de esa forma.

O no tan poco, incluso.

Y es que, desde entonces, ella cuanta abiertamente que ganó, sin explicar la forma en que lo hizo.

Cambia el tono, incluso, al decir que ganó.

Mostrándose altanera y hasta un tanto despectiva.

Yo, en cambio, debo asentir cuando ella lo cuenta, y simplemente guardar silencio.

Incluso con ella, estando a solas, he preferido no volver a tocar el tema.

En cambio, escojo hablar de cine, de música o hasta de amor, si la situación lo amerita.

Perder sin haber perdido, en definitiva.

Disfrazar las tablas.

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