sábado, 11 de mayo de 2024

Si no hay techo no hay goteras.


Si no hay techo no hay goteras. Una buena, al menos, para los sin techo. Yo por mi parte tengo techo y de vez en cuando una gotera. Casi siempre lo olvido, pero es cierto. Generalmente cuando llueve, lo recuerdo. Y es que es entonces cuando aparece la gotera. O reaparece, más bien. No sé cómo decirlo en realidad, pues no sé si la gotera, en cada lluvia, es otra. Pienso que sí, por supuesto, pero entonces tendría que decir que he tenido en casa varias goteras. Y eso no es cierto. O no suena cierto, más bien. De cualquier forma, en vez de enojarme me gusta saludar a la gotera. Desde abajo, la saludo. Despejo el lugar donde caen gotas y me coloco debajo. No un cuenco sino yo, es lo que coloco debajo. Entonces, intento recibir la gota en mi cabeza, mientras me siento en el suelo, lo más cómodo que puedo. Creo haber leído que había una tortura parecida, pero lo cierto es que no percibo daño en lo absoluto. Después de todo la distancia que me separa de la gotera no es tanta. Y las gotas, además, no caen de forma tan continua. Son heladas, eso sí. Y ruedan indistintas por el rostro, o por la nuca. No hacen distinciones, me refiero. Es extraño, pero lo cierto es que eso me agrada. Me reconforta, incluso, podría decir. Y pocas cosas me reconfortan, hoy en día... ¿Mejor un techo sin goteras? ¿Para qué? Algo hay que sentir, a fin de cuentas.

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