jueves, 8 de junio de 2023

Ir a la casa del vecino.


De niño le gustaba ir a la casa del vecino. No había otros niños en aquella casa, pero él se escuchaba diciendo que quería jugar en su jardín. Así, como sus padres se llevaban bien con los vecinos y hasta conversaban de vez en cuando, él podía entrar a jugar ahí, sin problemas.

Había, por cierto, una muralla entre su casa y la del vecino. Por lo mismo, él no podía ver su casa, cuando estaba en el otro jardín, pero le gustaba al menos saberse vecino de sí mismo. Es decir, si bien no estaba al otro lado en esos momentos, al menos el sitio que regularmente ocupaba si lo estaba, así que le bastaba con eso, para sentirse de esa forma.

-Qué enredado es todo esto -le digo-. De verdad intento escribirlo tal como o dices, pero no me parece cierto… Y no está quedando bien, sabes.

-Pero no miento -me dice-. Estoy seguro que lo pensaba de esa forma… me gustaba jugar justo bajo la muralla y hasta una vez intenté hacer un túnel para pasar un juguete de un lado al otro.

-¿Y lo hiciste? -pregunté.

-Probablemente no -confiesa-. O no lo terminé al menos… Además, fue haciéndolo que me corté el dedo, con una pala… Y luego ya no me dejaron ir.

-¿Tienes la cicatriz? -le pregunto luego de un rato.

Él me la enseña.

-No hay necesidad de escribir nada -le digo.

Nunca hay necesidad.

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