sábado, 10 de junio de 2023

M. y las piezas de cerámica.


M. trabajaba junto a otras seis personas haciendo pequeñas piezas de cerámica. Había ido a una entrevista luego de ser contactado por un viejo comprador. Al parecer, algo similar les ocurrió a los otros seis.

El trabajo, se desarrollaba en unos talleres que sorprendentemente estaban al interior de un edificio plagado de oficinas corporativas en el centro de la ciudad.

Su espacio de trabajo, en el piso 14, estaba acondicionado para trabajar en grandes mesones junto a los otros ceramistas. Cada uno de ellos, según observó, tenía sobre su mesón los dibujos de un objeto, en los que se observaban claramente su forma desde varios ángulos. También tenían materiales de trabajo -nuevos cada día-, y algunas indicaciones sobre las medidas y el número de piezas que debía realizar.

Por lo general, ningunos de los seis debía realizar más de cuatro o cinco piezas diarias, y el diseño a realizar variaba siempre cada día y era distinto para cada uno de ellos. Ninguna de las creaciones superaba los quince centímetros de alto.

-Hoy me tocó hacer uno muy pequeño, que parece un cráneo -comentó M., mientras almorzaban.

Hizo un gesto con la mano, indicando su tamaño.

Tenían prohibido compartir los diseños con los otros ceramistas, pero al menos podían hablar de ellos con cierta libertad.

-Yo hice una especie de cuenco pequeño -dijo el que estaba frente a él-, pero no se equilibra muy bien.

-A mí por primera vez me tocó hacer una figura simétrica -dijo otro-. Una especie de poliedro…

Sin pensarlo demasiado, el último en hablar comenzó a dibujar en una servilleta el objeto que estaba realizando. Los otros lo imitaron, observando con cierto recelo si alguien los observaba.

Poco más tarde, cuando volvían a sus mesones de trabajo, se encontraron con un grupo de hombres recogiendo las cosas que estaban sobre las mesas.

-Acompáñennos por favor -dijo entonces un hombre del que hasta entonces no se habían percatado-, e indicó una puerta negra que estaba al fondo del taller.

M y los otros obedecieron y siguieron al hombre hasta que este abrió la puerta y los invitó a entrar.

-Ya sé lo que va a pasar -dijo M., en voz baja. Pero no era cierto.

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