domingo, 17 de diciembre de 2023

Verlos desde la tv.


Sí, era eso.

Verlos desde la tv.

Yo estaba ahí y podía verlos desde la tv.

No a través de ella, porque yo, comprendí, estaba dentro.

De hecho, me percibía más pequeño que ellos, y hasta de cierta forma, más irreal.

Es decir, entre ellos y yo había una pantalla.

Y esa pantalla, era una especie de borde que venía a separar dos mundos completamente diferentes.

En este sentido, vuelvo a recalcar la idea de que no compartíamos un mismo espacio.

Lo destaco porque era una sensación clara, y que condicionaba la manera en que vivía aquella situación.

Y me definía, incluso, ante ella.

Dicho esto, lo más difícil era aceptar que, en la gran mayoría de los casos, ellos ni siquiera me prestaban atención.

O si lo hacían, no comprendían nada en absoluto.

Nada de lo que yo decía, me refiero, nada de lo que intentaba comunicarles desde el otro lado de la pantalla.

Por ejemplo, se reían cuando, desde la misma tv, se escuchaban risas grabadas.

Poco importaba lo que yo estuviese diciendo o intentando comunicar.


Simplemente seguían lo que las risas, aplausos o efectos, aparentemente indicaban.

Esto ya que, desde la misma tv, no existía una correlación certera entre aquello que yo decía y los efectos que se incluían en el programa.

Y claro… yo intentaba cambiar aquello, pero no podía.

Así, a fin de cuentas, comprendí que lo mejor era simplemente observarlos, desde la tv.

Y renunciar de esa forma a su mundo y también al mío.

No lo digo con orgullo, pero es lo que decidí.

La pantalla es lo de menos, me dije.

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