sábado, 2 de diciembre de 2023

Ella lo escuchaba hablar.


Ella lo escuchaba hablar.

Por las noches lo escuchaba hablar.

Esa era, al menos, una manera de decirlo.

No una exacta, en todo caso, puesto que él -si somos rigurosos-, no hablaba.

Me refiero a que no era consciente de hacerlo.

Es decir -decía ella-, sus palabras no tenían sentido para él.

Eran como silbidos, no palabras.

Sonidos para no aburrirse mientras caminaba en el sueño, probablemente.

Por eso, ella tampoco se preocupaba mayormente de aquel fenómeno.

Sería como levantarse a mitad de la noche para ver si un muñeco está llorando, me dijo.

Para observarlo dormir y preguntarse si necesita algo.

O si requiere, de alguna forma, algo de nosotros.

Cuando ella me habló de aquello, por cierto, él también dormía.

Estábamos en una sala, al costado de la habitación, y de vez en cuando nos llegaban murmullos desde dentro.

Ella no parecía molesta, pero sí algo cansada con esa situación.

O eso me pareció, al menos.

No le pongas atención, dijo ella. Para él es como un juego.

Ella me había descubierto: yo estaba intentando reconocer las palabras que venían desde el cuarto.

Es simplemente como hacer gárgaras, con palabras.

No hay en ellas significado alguno, insistió.

Yo sonreí e intenté escucharla solo a ella.

Era difícil, sin embargo, pues las palabras que nos llegaban subían en intensidad y hasta llegaron a parecer gritos.

Era una situación incómoda.

Creo que es mejor que me vaya, dije entonces.

No puedo concentrarme bien y la voz es cada vez más fuerte.

Haz lo que quieras, dijo ella, con un aire de desprecio.

Haz lo que quieras, pero será en vano, agregó.

Tras esto, yo tomé mis cosas y me dirigí a la puerta.

La abrí.

Tras esa puerta vi que había otra que no recordaba.

No supe entonces qué hacer. O qué decir.

De todas formas, creo que algo dije.

Ella, a mis espaldas, nos escuchaba hablar.

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