martes, 5 de diciembre de 2023

Como no sabemos a quien culpar.


Como no sabemos a quien culpar nos fijamos en el tiempo.

No lo culpamos, pero nos sirve de justificación.

Nos permite dejar de lado otras verdades a las que no queremos enfrentarnos.

No es cobardía, sin embargo.

Tampoco se trata de una debilidad.

De hecho, si es algo, es más bien una fuerza.

Una fuerza mal entendida.

Un afecto al que no nombramos.

Algo, a fin de cuentas, que dejamos ir.

Extrañamente -y sin quererlo-, lo dejamos ir.

¿Te acuerdas?

Yo siempre partía o lo anunciaba.

Tú no intentabas comprender por qué.

No era necesario, nos decíamos.

Sin decirlo, incluso, lo pensamos de esa forma.

Aún así, otros se dieron cuenta.

Ambos lo negamos, por separado.

Tus ojos, como los míos, cambiaron de color a destiempo. 

Luego debiste marchar tú.

Así te lo informaron y no comprendiste por qué de pronto te era tan indispensable quedarte.

¿Lo hablamos, recuerdas?

A cierta distancia, es cierto, pero lo hablamos.

Y claro, fue entonces que, como no supimos a quien culpar, nos fijamos en el tiempo.

Lo miramos de reojo, mientras hablábamos.

Nos consolamos en él, a fin de cuentas.

Yo pensé en decírtelo, pero finalmente no lo hice.

Tal vez debí hacerlo.

Ni tú ni yo somos los culpables, debí decir.

Tal vez pertenezcamos a otra vida, sin saberlo.

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