sábado, 11 de diciembre de 2021

Una trampa para osos.


Ella viajó con su madre y su padrastro a Canadá. Tenían familiares en un par de ciudades así que habían programado hacer visitas, recorrer unos cuantos lugares y, principalmente, aprovechar de descansar, pues sus padres ya eran mayores y no les gustaba moverse demasiado.

Por lo mismo, me contó que durante el viaje arrendaron una cabaña, cerca de un bosque. Solo pensaban estar ahí diez días, pero luego tuvieron que quedarse dos meses, para la recuperación completa del padrastro, que se había accidentado en una trampa para osos.

Fue una situación más grave, más compleja y más absurda de lo que parece, según lo que ella me intentaba explicar.

Lo grave hacía referencia a la herida sufrida por el padrastro, quien metió le pie en la trampa para osos luego de alejarse unos cientos de metros de la cabaña, produciéndose múltiples fracturas, cortes y un daño que se tradujo en que nunca más pudiese volver a caminar de forma normal.

Lo complejo, ciertamente se originaba en los gastos que acarreó todo aquello. Tanto los relacionados con la permanencia no planificada en el país, así como por todos los gastos médicos asociados al accidente.

Lo absurdo, por último, se enlaza con lo anterior, ya que debieron ser parte de un juicio para determinar quién debía hacerse cargo de los costos, y los argumentos dados por el centro vacacional, por no advertir de las trampas para osos, parecían carentes de toda lógica. Al menos según el punto de vista de ella, que fue quien me contó la historia.

-El abogado de las cabañas -comentaba ella-, planteaba que había numerosos letreros que advertían sobre osos y otros peligros, pero agregaba a continuación que no era necesario advertir sobre las trampas para osos, justamente porque se trataba de trampas PARA OSOS, es decir, que estaban destinadas a esos animales, y si acaso se debía advertir a alguien era justamente a los osos y no a nuestra familia…

-Pues tienes razón -admitía yo, tras escucharla-. Sin duda suena como un argumento absurdo.

-Exacto -siguió explicando ella-, pero el caso es que ellos lo repetían una y otra vez. Según su abogado, ellos no eran responsables porque el daño no lo había provocado una trampa para humanos. Y comparaban la situación con el tener que indemnizar a alguien que alegara por el mal sabor de la comida para perros, que tampoco estaba destinado a ellos.

-Pues gramaticalmente no suena tan mal -admitía yo, sin intención de alargar más el tema.

Por suerte, según lo que ella me contó después, miembros de una ONG intercedieron en la disputa y lograron cubrir los gastos y hasta compraron la prótesis mecánica de apoyo que debió usar su padrastro durante todo un año, luego de regresar de Canadá, ayudando a su rehabilitación.

-¿Y no has vuelto a Canadá, desde entonces? -le pregunté cuando creí que había llegado ya al final.

-Esta no es una historia para que me preguntes por eso… -me dice ella, un tanto molesta-. Creí que eso al menos, había quedado claro.

-No… si eso está claro -intenté explicar yo, algo nervioso-. Está muy claro, pero…

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