domingo, 19 de diciembre de 2021

¿Tan grande era esta habitación?


No te das cuenta del tamaño de la habitación hasta que la vacías. Hasta que la despojas de todo aquello que antes estaba en su interior, ordenado o no, entre sus cuatro paredes.

Hablo de vaciarla por completo, en este caso. Cualquier objeto que quede dentro perturba todavía la percepción y evita que te des cuenta del tamaño real de la habitación, del que hablaba en un inicio.

Por lo general, entonces, la impresión que queda es la de una habitación más grande de aquella que habitabas. Y la sensación que acompaña a esa percepción suele ser, por cierto, agradable. Como si el vacío fuera de cierta forma más pleno. O como si nosotros mismos, en medio de ese vacío, pudiésemos expresarnos (salir de nosotros mismos, digamos) con mayor comodidad que estando en medio de otras cosas. En un espacio reducido.

Lejos de teorizar sobre el porqué de esto -y lejos también de invitarlos a que vivan esta experiencia, por más valiosa y enriquecedora que sea-, me gustaría especificar que la sensación anterior, no se da sencillamente en un cuarto vacío, sino que en uno que ha sido vaciado por completo.

Y es que no comprender la diferencia entre ambos cuartos vacíos -el vaciado y el vacío, más bien-, sería como no comprender que el centro de la percepción y la sensación está siempre en nosotros mismos. Forjado a partir de las acciones que realizamos y anclado al darnos cuenta del tamaño real de nuestras propias acciones que, al igual que la habitación, deben ser vaciadas de toda noción de utilidad o de reacción, para poder sentirnos a gusto cuando las realizamos y comprender cuál es nuestro verdadero sentido en el espacio.

Elemental, ¿no es cierto?

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