lunes, 6 de diciembre de 2021

Los escuché discutir durante horas.


Los escuché discutir durante horas,
respecto a si los dioses andaban vestidos
o en pelota.

Primero pensé que bromeaban,
pero luego comenzaron a argumentar.

Citaron frases de santos, de artistas, de filósofos,
y hablaron de toda una serie de doctrinas
de las cuáles nunca antes
había escuchado hablar.

Puedo jurar que eso es cierto.

¡Puedo jurar que todo es cierto!

Yo los escuchaba hablar
y todo me parecía tan absurdo
que no podía prestar atención a otra cosa.

Pedía otra cerveza,
intentaba enfrascarme en mis lecturas,
pero no había caso.

Y es que su discusión seguía con igual ímpetu.

Con un tono extraño y hasta formal
lo que parecía otorgarles mayor seriedad a sus palabras,
por absurdas que estas fueran.

Además, ahora, parecían profundizar en el asunto.

Está bien, decía uno,
pero si aceptaban que andaban vestidos,
¿qué ropas llevaban los dioses?

Y surgía entonces otra serie interminable de opciones,
cada una de las cuales se argumentaba
basándose en la comodidad del dios,
en sus características isomórficas
y hasta en la doctrina moral sobre la que su figura
se había edificado.

¡Qué mierda!, pensaba yo, mientras escuchaba.

Y mientras escuchaba, 
intentaba entender, de paso,
qué hacía yo ahí, 
escuchando a esos dos hombres.

Finalmente, nos avisaron que iban a cerrar el local,
por lo que tanto ellos como yo debíamos irnos de inmediato.

Yo lo hice, por supuesto.

Y supongo que ellos también lo hicieron.

Me gustaría que la anécdota tuviese al menos moraleja,
pero lo cierto es que no la encontré.

Y eso que aún, sigo buscando.

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