jueves, 2 de diciembre de 2021

Al centro del dulce había un chicle.


Al centro del dulce había un chicle. Por eso mascaba el dulce, para apurar llegar al centro. Para encontrar el chicle. Para llegar más rápido hasta donde se encontraba. Con todo, no le gustaba mucho el chicle. Lo masticaba apenas uno o dos minutos y luego lo arrojaba. Pero al menos había llegado al centro. Y eso importaba, de alguna forma. Si no qué sentido tenía el chicle ahí, en medio de todo. En el origen de todo, si se quiere. Luego además no había nada. Luego del centro, me refiero. Dentro del centro. Alguna vez pensó en la posibilidad de encontrar algo en el centro del chicle. Otro dulce, tal vez. Otra cadena que se repetía hasta resultar imperceptible. Pero era algo absurdo, por supuesto. No innecesario, pensaba, pero sí absurdo. Debía contentarse, además, con aquello que se le ofrecía. Así le habían enseñado. De eso hablaban siempre los consejos. De frenar las expectativas. De no ir más allá del centro. De amar lo que resultaba ser amable. Eso pensaba mientras masticaba el chicle. Mientras se gastaba el sabor. Mientras pasaba el tiempo. ¿Y qué es lo que había al centro del tiempo?, se preguntó una vez. Algo que es mejor no encontrarlo, le respondí entonces, apareciendo de improviso. Algo que no era ni un principio, le dije, ni tampoco un fin.

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