lunes, 27 de diciembre de 2021

En medio de la selva.


Ocurrió en medio de la selva. O sea, no literalmente en medio, pero me refiero a que estaba dentro de la vegetación, rodeado por todos lados y sin noción alguna de dónde exactamente me encontraba. Habíamos ingresado a esa zona del Amazonas desde un pequeño poblado en el norte en Perú, acompañado en principio por dos guías que dejé de ver luego de los tres primeros días. El clima no era tan sofocante y había arroyos corriendo por diversos sitios, por lo que el mayor problema lo constituían los mosquitos y el ruido incesante que no te dejaba dormir. Así y todo, buscaba no alejarme demasiado de un gran árbol que me servía de referencia, en el cuál había clavado un mapa que me indicaba que, supuestamente, no estaba a más de 15 kilómetros del poblado del que habíamos partido y a unos 25 de otro que se encontraba en un claro, hacia el este.

Fue justamente junto a ese árbol que me decidí esperar a que algún otro grupo de personas pasase -o los guías, digamos, si es que no se había tratado de una estafa-, pues de mis distintos tránsitos no había conseguido realmente llegar a ningún sitio seguro ni a sentirme esperanzado de hacerlo.

Fue en ese lugar, decía, que me desperté una mañana con un tipo que me sostenía la cabeza y otro que parecía medir el cráneo, utilizando una cuerda que tenía unos pequeños nudos.

Eran hombres de la región, probablemente del poblado del que había partido, aunque no logré tener confirmación alguna por parte de ellos, quienes se fueron sin responder mis preguntas, luego de anotar unos números en un cuaderno marrón, que uno de ellos llevaba amarrado a su cintura.

Como no sabía qué hacer me puse a seguirlos, a cierta distancia, pensando que probablemente llegarían hasta algún pueblo, o al menos hasta un lugar desde donde poder comunicarme y pedir ayuda.

Horas más tarde, siguiéndolos, logré salir de la selva y llegar hasta un descampado por donde cruzaba un camino de tierra, por el que caminé hasta llegar al pequeño poblado del que había salido.

Los hombres, por cierto, habían atravesado el camino, pero entonces yo dejé de seguirlos y había preferido avanzar por la ruta, pues ellos habían seguido adentrándose en la selva que continuaba al otro lado y el camino me pareció sin duda más seguro.

En el lugar no encontré a los guías, pero sí a otro par de turistas que habían estado conmigo en el grupo inicial, quienes me comentaron que les había ocurrido algo similar, aunque por el GPS que uno de ellos portaba pudieron salir sin tantas dificultades.

Pasé entonces dos noches en una especie de consultorio del lugar, con suero y bajo observación médica, pues aparentemente tenía un estado febril del que no era consciente.

De los hombres que habían medido mi cabeza preferí no hablar, pues me parecía una situación lo suficientemente anómala como para que alguien la tomara en serio.

Así y todo, con el tiempo, supe de otros que vivieron experiencias similares, de encuentros con hombres que registran las medidas del cráneo de manera similar, siempre en lugares alejados.

Hace días, por cierto, en un sueño, creo que llegué a comprender quiénes eran y qué era realmente aquello que hacían.

Les contaría que es, sin duda, pero lo cierto es que esto no ha sido escrito para ustedes.

Probablemente – si están buscando algo-, deban comenzar a buscarlo en otro sitio.

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