jueves, 16 de diciembre de 2021

Saber para los otros.


Le dije que no sabía porque era cierto. Porque si bien sentía comprender todo aquello, mi sensación era algo muy distante a eso que objetivamente llamamos saber. De ahí que bajo mis palabras se ocultara una verdad que puede resultar incómoda a pesar de su sencillez y que puede expresarse más o menos de la siguiente forma: Saber es siempre saber para los otros. Es decir, el saber es algo que debe ser demostrable. Y la demostración siempre nos excede y viene a justificar ese saber para nosotros. Esto pues, para nosotros, que ya sabemos, no requerimos necesariamente demostración alguna.

Bajo la poco elevada lógica de lo expresado anteriormente subsiste sin embargo un aspecto que me aventuraría a catalogar como “triste” (elijo esa palabra justamente porque escapa al terreno del saber para los otros y se queda más bien en el ámbito de la sensación. Es decir, de lo estrictamente personal). Dicho aspecto deriva por supuesto de la tesis expresada anteriormente (todo saber es saber para los otros), y puede expresarse de la siguiente forma: Saber para uno mismo no es saber. O no es saber suficiente, al menos. Todo lo anterior, por cierto, vendría un poco a justificar la tristeza de saber que aquello que sabemos para nosotros no es saber, y que el hecho de arrancárnoslo a partir de la demostrabilidad y justificación, nos pone en cuestionamiento también a nosotros mismos, que, por desconfianza, hemos elegido validar el saber para que este exista fuera de nosotros y abandone el espacio íntimo en el que ese mismo saber cobraba un valor distinto, tal vez porque no existía de forma separada que nuestras emociones.

Con esto, sin embargo (con las palabras anteriores), quiero ejemplificar de qué forma, el absurdo interés de justificar la tristeza que a uno le produce una situación de convertir nuestro saber en saber para los otros, revela un aspecto aberrante.

Y es que la tristeza, en definitiva, no se justifica. Las emociones todas, no se justifican. No debiesen exponerse, siquiera, a ese afán de transformarlas en saber.

Baste la comprensión, entonces. El saber para uno mismo. Las raíces, digamos, bajo tierra.

Por eso era cierto que no sabía, como decía en un inicio.

Por eso es hermoso, no saber.

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