sábado, 4 de diciembre de 2021

Odio lo que no veo.


I.

Odio lo que no veo.

Me resguardo de aquello.

Me agazapo a la espera que se deje ver.

Pero no siempre lo hace.

Me refiero a que veces esperas en vano.

Y esperar odiando es algo que cansa más de lo que supones.

Por eso odio, tal vez, lo que no veo.

Porque me cansa odiarlo y dudar de su presencia.

Porque no se deja ver.

Y porque, de paso, me hace sentir absurdo.


II.

Odio lo que no veo.

Es ya lo he dicho.

Pero aún no he confesado lo que sigue:

Lo que veo no lo comprendo.

No lo odio, aclaro, pero no lo comprendo.

Y por no comprenderlo me es imposible odiarlo.

Es extraño, sin embargo, pues pensándolo bien,
alguien pudiera decir que lo que no ves
tampoco puedes comprenderlo.

Y por consiguiente, si seguimos ese hilo,
lo que no veo, tampoco podría odiarlo.

Por suerte (para mis argumentos),
lo anterior se trata solo de una contradicción foránea.

Enteramente ajena.

De un hueón que, probablemente,
pueda escribir eso en otro blog.

Lejos de mi vista.

Un hueón odiable, en definitiva,
pues no lo veo.

Y ya saben entonces,
qué es lo que pasa.


III.

Odio lo que no veo, decía.

Lo repetía incluso,
reafirmándolo.

Pero me faltó decir que cuando lo veo,
el odio que sentía
se me pasa.

No más tantito, pero se me pasa.

Lo malo eso sí es que acabado el odio
a veces también se acaban las palabras.

Se termina el texto, me refiero.

Y ya ven.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales