jueves, 23 de diciembre de 2021

Agilulfo o Gurdulú.


Agilulfo es un personaje que no existe y que sabe que no existe. Un caballero, digamos, que es solo armadura, corrección y fuerza de voluntad. Y es, justamente a partir de estas condiciones, el protagonista de la novela de Ítalo Calvino: El caballero inexistente.

Leí esta novela por última vez, calculo, hace más de una década, pero más allá de recordar al personaje principal de la misma, quien se me viene a la memoria es el personaje de Gurdulú, que vaga siempre por el lugar de los hechos hasta ser asignado en un momento de la historia, como escudero de Agilulfo. Incluso me aventuraría a decir que recuerdo a este personaje “con cariño”.

Conocido con variados nombres por distintas facciones de los ejércitos de Carlomagno y de sus oponentes, Gurdulú aparece por primera vez en la novela entre un grupo de patos, creyéndose uno más de ellos, hasta caer al interior de una laguna desde la cual dichos patos levantan el vuelo. Posteriormente, en la misma laguna, Gurdulú pasa a creer ser una rana y así sucesivamente dependiendo de con quién o qué se encontraba.

Si bien la función de este personaje parece ser el sustento de varias situaciones cómicas -intentando meterse a la olla donde preparan la sopa que él también creía ser, por ejemplo-, es indudable que el contraste con el caballero al que sirve y que no existe, revela también una alteración en la forma de existir y una manera extraña de vincularse con el concepto de identidad, que durante algunos años me sirvió de paradigma para designar mi propia situación existencial ante diversos fenómenos.

Así, podía resultar que un día fuese yo -sin serlo- el caballero Agilulfo y otros días fuese más bien Gurdulú, dejando que mi existencia difuminara bordes y se contagiara de aquello que la rodea.

Tal vez por esto, pienso ahora, es que recuerdo a Gurdulú “con cariño”, como mencionaba en un inicio. Y prefiera esa forma de existencia que transforma el abandono personal en un abrazarse a aquello que nos rodea. Situación que lo vuelve, digamos, más valioso.

¿Agilulfo o Gurdulú, me digo entonces, antes de llegar al final de este texto?

Pero justo antes de responder, el final de mismo aparece de improviso.

Exactamente, aquí.

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