miércoles, 21 de abril de 2021

Perder a Klaus (V)


En parte porque estoy algo colapsado de trabajo, y en parte también porque he encontrado estos textos casualmente hace unos días, me decido a poner aquí unos relatos escritos hace muchos años, principalmente desde el afecto y desde una experimentación discursiva natural, sin revisión ni corrección alguna (como todo lo que está acá). Supongo que la gracia (si la tienen o la tuvieron en algún momento) era leerlos progresivamente, desde el 1 hasta el 5, para así apreciar ciertas variantes que mejor no digo, porque es como adelantar el truco.

Agregar algo más (o corregir incluso su escritura) sería ensuciarlos.


Perder a Klaus.

No sé realmente si perdimos a Klaus. O quizá sí lo sé, pero el decirlo abiertamente supondría perder toda esperanza. Dejar de buscarlo, quizá. Aunque para ser honesta puede ser que mi búsqueda haya sido en realidad una espera. O que la búsqueda de todos sea ciertamente una espera. Yo no soy peor que el resto. Y puedo reconocer esto abiertamente.

También puedo reconocer abiertamente que he dejado de mirar el amor de frente. Así como dejé de mirar a Klaus mientras estaba en la plaza y de pronto ya no estaba. Por extraño que parezca, sin embargo, sé que puedo estar tranquila conmigo misma frente a estos hechos. O que al menos puedo sacar algo en limpio de esas pérdidas. Algo que dé frutos algún día.

No sé cuántas veces ya he perdido a Klaus. Aunque alguien podría decirme que él ha estado siempre a mi lado. Del amor no sé realmente si pueda decir lo mismo. Después de todo uno no pierde al amor por sí misma, sola, me refiero. Y uno es capaz de volver a amar, por supuesto. Ese es uno de los secretos de la vida.

La gente repite esto muchas veces. Habla de volver a amar, repiten la palabra eternidad como si pudiesen pasarse toda su vida encendiendo las cerillas de una sola caja. Hasta que de pronto se quedan a oscuras. O peor aún. Descubren que siempre estuvieron a oscuras.

Ellos entienden mal el secreto. Y no es su culpa en todo caso. El asunto aquí no es culpar a nadie. Cuando se trata de culpar las cerillas se agotan y uno ve venir la oscuridad cada vez más cerca.

Hubo un tiempo en que no me preocupaba de estas cosas. Un tiempo en que gasté cerillas en pequeños errores, o en cosas sin importancia. Un tiempo que no es hoy, en todo caso. Podría decir abiertamente que me arrepiento, pero de qué sirve… Ya habíamos dicho que no se trata aquí de culpar a nadie, y en eso cuenta también una misma.

Duele sin embargo perder la luz cada vez, por eso quizá encendemos rápidamente otro fósforo hasta que la luz nos ciega. Sentimos rabia cada vez que vemos apagarse una llama y vemos cómo se desperdician nuestras oportunidades. En muchos sentidos la gente teme a la oscuridad. O el estar solo. Y el temor lleva a veces a la gente a no saber amar. A perderse en inseguridades que son también un viento helado frente al fuego. Inseguridades que apagan todo a su paso, hasta las luces más hermosas. Dejamos entonces de creer de alguna forma y no entendemos por qué el otro se empeña en apagarnos. En echar abajo nuestros momentos hermosos.

Así es como la gente que no sabe amar envejece. Recordando a la persona que amó correr por la nieve, o mirándose a los ojos sin necesidad de decir nada. Desvaneciéndose en un beso.

Porque de alguna forma equivocada, la gente que no sabe amar, también ama. Y en ellos la pureza de la llama de aquella persona corriendo por la nieve queda iluminando siempre, arrojando luz como aquellos astros muertos hace años.

Un cofrecito, un calidoscopio, una sonrisa, bastan entonces para recordarles que no saben amar, para que estiren las manos hacia aquella luz, para que se escurra entre sus dedos, ya muerta. Por eso abrazan hasta al final al decir adiós, por eso lloran. Como un niño pequeño al que se le revienta un globo, o que queda por un instante solo en un pasillo de una tienda, creyendo eterno ese momento. Por eso lloran los que no saben amar. Porque se dieron cuenta que el amor estuvo ahí, y lo dejaron pasar. Y no supieron.

A Klaus, sin embargo, en estas listas, no sé como clasificarlo. No sé hacia dónde me llevaba con sus tironeos de correa. Al final siempre terminaba yo por imponer mis rutas. Dirigirme a la plaza, pasar por la casa abandonada donde crecen unas flores nuevas. O ir hacia un lugar a juntarme con la Andy. Pero esas historias ya las saben. Y el hecho puntual de perder a Klaus no es necesariamente la razón que explique su extravío. Si es que podemos nombrarlo de esa forma.

Suelo repasar la historia de su pérdida fijándome en distintos detalles. He visto mis búsquedas, afortunadas y desafortunadas cubrir las múltiples posibilidades que me plantea la pérdida de Klaus, y ni siquiera puedo decir con certeza que lo he perdido. Como si el punto en que ahora me encuentro, fuera siempre el instante de la pérdida y yo pudiera hacer algo todavía. Encontrar algo antes… no lo sé. Como si las cosas estuvieran siempre en el mismo punto, sólo que una se encuentra más cansada. O con más ceniza alrededor si volvemos a la imagen de los fósforos. Como si las cosas comenzaran y terminaran en la misma plaza, en el mismo teatro, sólo que tres o cuatro filas más atrás, más lejos de la escena. Así es como sentimos quizá que ya no somos parte de esto. Que hemos agotado la búsqueda, el fuego, o el amor mismo, y nos saltamos el entender si algo está realmente perdido o sólo hemos dejado de mirarlo.

No sé realmente si perdimos a Klaus. Y quizá la única manera de saberlo sea haberlo perdido totalmente. Dejarlo atrás una misma. Así como cuando la gente dice que amar es renunciar a uno mismo. Sólo que en mi caso esto sucedería de otra forma.

Una vez escuché una historia que sucedía en un palacio. Una princesa muy hermosa y una de sus asistentes fueron visitadas por una extraña mujer que pedía saber cuanto oro había en el castillo. Luego de haber calculado todos los accesorios y distintos adornos del palacio la mujer se percató que faltaba contabilizar el oro que poseía la princesa y su asistenta. Para esto dispuso un caldero con un extraño líquido. Poned vuestras joyas en él, les dijo. Les advierto sí que las joyas que no sean de oro se desvanecerán de golpe, así que tened cuidado. Ante esto, la princesa que estaba segura de poseer todas sus joyas de oro, creyó innecesario ponerlas en duda y desistió de hacerlo. Mientras que la asistenta, con mucho temor, pues sabía que sus joyas no podían ser de ese preciado material, se arriesgó a echarlas al caldero, quien sabe si con la fe de descubrir entre sus baratijas un pequeño brillo verdadero.

No me pregunten eso sí por el final de la historia. No puedo llegar a entender como el amar puede llevar a renunciar a uno misma, si uno es justamente la que ama. Creo más en una aceptación. En un amar al otro tal cual es, sin ponerlo en duda. Ni ponerse en duda uno misma. No constantemente al menos. Creo que en el momento que esto se hace se deja de amar; se deja de tener desde dónde hacerlo. Aunque esto no suele ser entendido por la gente, ni siquiera por la gente que dice amarnos y de pronto se pierde, como Klaus.

Esto es lo que pienso. Y me gustaría que tras esta frase todo pudiera quedar en paz. Y poder yo reubicarme en ese todo.

Pero hay algo que no me deja estar totalmente tranquila. Algo que tiene que ver con mi voluntad y con algo más quizá. Y es que no sé realmente si perdimos a Klaus. ¿Lo entienden? Hay algo que no me deja así como así darlo por perdido, (aunque este así como así supone innumerables búsquedas y fracasos), algo hay que me hace dudar cuando quiero decir perdí a Klaus, y siento que algo en mí se traiciona cuando digo esto. Como si hubiese algo que no alcanzo a comprender, pero no quiero en verdad ponerme de nuevo en duda a mí misma. No me crean fría o temerosa, pero veo sin duda en el acto de la princesa del cuento algo valorable, un acto que no presenta errores en sí mismo.

Es entonces cuando siento se me presentan opciones. Y por más que una opción lleva siempre al fracaso me niego a tomar la otra quien sabe por qué razón. No sé por qué me niego a perder a Klaus de manera terminante. Le doy vueltas en la cabeza, le pido a Andy que me vea las cartas, me repito constantemente aquellas frases de las cuales he estado segura siempre y sin embargo hay algo que de alguna forma se ha desajustado.

Si me dejo llevar un poco llego incluso al lugar de Klaus. Al supuesto lugar de Klaus, en todo caso. Y busco también desde ahí el origen de la pérdida, o la forma de aceptar esta de manera definitiva. A lo mejor Klaus no sabe que lo quiero y debo extenderle los brazos. Me digo. A lo mejor no debí de dejar nunca de extender los brazos. Quizá él sí pensaba que era necesario, aunque realmente no lo fuera. Después de todo, cómo podemos saber qué es realmente necesario para el otro.

Eso me digo a veces, pero siento también que eso es innecesario, y falso quizá hasta cierto punto. Entonces me decido a perderlo completamente, y después nuevamente las dudas, el encuentro y el desencuentro. En alguna parte debe estar el engranaje que nos devuelve siempre a la misma pista, y ya se hizo insoportable.

Ese es el punto en que me encuentro. Quizá Klaus realmente ya está perdido para siempre y yo simplemente me niego a escucharlo. Y no quiero darle más vueltas.


De pronto me pregunto cuántos fósforos me quedan en mi caja… ¿y si sólo me quedara uno? ¿Qué rostro me gustaría ver? ¿Hacia dónde me gustaría mirar en ese instante?

Quizá decidiera no prenderlo nunca. Tener siempre esa esperanza de luz. De que Klaus regrese algún día. Esa es la única posibilidad para que la oscuridad no te aplaste, guardar esa última cerilla así como termina por permanecer la belleza: al interior de uno mismo. La posibilidad de esa luz que es la vida misma. La fragilidad de esa cerilla que puede romperse incluso si la tomamos con demasiada fuerza.

Debo saber si realmente existe esa voz que me dice que no está perdido. Que tenga fe. Que alguien me espera.

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