sábado, 17 de abril de 2021

Perder a Klaus (I)


En parte porque estoy algo colapsado de trabajo, y en parte también porque he encontrado estos textos casualmente hace unos días, me decido a poner aquí unos relatos escritos hace muchos años, principalmente desde el afecto y desde una experimentación discursiva natural, sin revisión ni corrección alguna (como todo lo que está acá). Supongo que la gracia (si la tienen o la tuvieron en algún momento) era leerlos progresivamente, desde el 1 hasta el 5, para así apreciar ciertas variantes que mejor no digo, porque es como adelantar el truco.

Agregar algo más (o corregir incluso su escritura) sería ensuciarlos.


Perder a Klaus.

No sé realmente si perdimos a Klaus. Lo amarrábamos siempre a las ramas del árbol grande del centro o a veces al banco donde dejábamos nuestras cosas. Acostumbrábamos ir allá casi todas las tardes, apenas llegadas del colegio. Yo comía apurada y me ponía los patines azules. Cuando me tocaba sacar a Klaus llevaba los patines en el bolso y me los ponía luego. Andy llegaba casi siempre más tarde y siempre venía comiendo algo, decía que era el postre que había dejado aunque yo a veces la vi comprar pasteles en una esquina.

Ahora no recuerdo si había un juego preciso, podíamos andar alrededor de la plaza o simplemente sentarnos en el pasto con los patines puestos. Cuando íbamos sin Klaus podíamos bajar por las calles tomadas de las manos. Aunque con el tiempo también nos soltamos las manos. Andy se tomaba el pelo, pero yo recuerdo que me gustaba llevarlo suelto, aunque algunas veces se te iba a la cara y no veías nada y rodabas por el piso. En ese entonces yo tenía el pelo hasta la cintura y me lo desenredaba todo el día en el colegio y en la casa.


Klaus es como si fuera mío, pero en realidad es el perro de mi madre. Andy se ríe cuando yo le digo “madre”, pero ella es así, hay que jugar con ella a las correcciones aunque siempre con sonrisas que terminan por ablandar todo. Hasta Klaus es todo correcciones con mi madre, puede quedarse horas quieto esperando sus órdenes, aunque si está con migo es todo saltos, ladridos y venir con la pelota una y otra vez.

Lo extraño es que no se cansa de que nunca juegue con él. Al principio jugaba mucho, pero muchas cosas cambian y además Klaus se pone cargante y hay que dejarlo de lado a veces, como en la plaza.
Andy lo distraía mientras yo tomaba la correa y la amarraba al árbol. Tenía una rama como un gancho y ahí siempre lo dejábamos, porque en el banco a veces había gentes y no hay que olvidar que Klaus no es siempre un caballero. Una vez orinó en el canasto de una señora donde llevaba unas verduras, pero ella no se dio ni cuenta, incluso le hizo cariño antes de irse de ahí y recoger el canasto.


Andy aprovecha de fumar cuando estamos en la plaza. Le saca cigarros a su madre, pero ocurre que son mentolados. Yo casi vomité cuando los probé, pero mi caso no es mejor, sólo puedo recurrir a las pipas de mi padre y llevarlas a la plaza es algo sospechoso. Recuerdo que Andy sugirió una vez que nos vistiésemos de hombre y hasta consiguió bigotes, pero no sé si realmente lo dijo en serio o estaba bromeando como siempre.

Después de la enfermedad de su padre, Andy dejó de bromear casi por completo. A veces nos juntábamos a patinar y se le olvidaban los patines, y hasta los cigarros. De todas formas Andy reía siempre, pero me daba miedo andar con ella patinando por las calles porque andaba más distraída y podía pasar cualquier cosa. De hecho creo fue por eso que se perdió el Klaus.


Habíamos llegado temprano a la plaza ese día porque nos habíamos hecho las enfermas por una prueba de matemáticas. De hecho ambas dijimos que nos dolía el estómago por un chocolate viejo que habíamos comido juntas. Como nos creyeron fácil, apenas nos dejaron solas salimos a la plaza. Andy me contó que la Denise sabía todo y nos iba a acusar. Andy había traído unas hojas de papel que había arrancado de un libro de su casa.

-¿Y para qué son? –le pregunté.

-Ésta – Andy me mostró una hoja gris arrancada de un libro muy grande-, es para anotar a aquellos como la Denise, o al profe de matemáticas.

Como hace algunos días nos habíamos peleado con unas niñas de los cursos más grandes la lista comenzó a crecer rápidamente. Los últimos nombres los anotamos por el lado y con letra chica, pero clara.

Andy sacó entonces la otra hoja. Era de un violeta claro y muy hermosa, aunque tenía los bordes de un lado algo rotos pues Andy la había arrancado sin cuidado.

Pasaron los minutos.

No conseguíamos anotar a nadie. Nadie era lo suficientemente agradable para estar ahí. Nadie se lo merecía realmente. Por un momento pensamos anotarnos nosotras dos, pero hubiese sido tramposo. Al final decidimos anotar a Klaus.

Doblamos las hojas y cavamos dos hoyos en la plaza. Las enterramos con cuidado y hasta esparcimos pasto arriba para que nadie se diera cuenta. Entonces volvimos a buscar a Klaus y vimos que ya no estaba.

Al principio no nos asustamos pues creímos que estaría cerca. Recuerdo que hasta conversamos un rato más antes de ir a almorzar. Entonces lo buscamos de nuevo y descubrimos que la desaparición iba en serio.

-¿No ha visto un perrito blanco? –preguntaba yo a cualquiera que pasara por ahí.

-Ladra.- Completaba la Andy, preocupada, pero distraída como siempre. –Ladra mucho.

Como pasaba la hora decidimos separarnos, Andy buscaría por las calles hasta llegar a su casa y yo por el camino contrario hasta llegar a la mía. Luego llamaríamos por teléfono para saber qué paso.

-Había encontrado a Klaus, pero luego me di cuenta que no era- dijo la Andy.

Yo no había encontrado nada así que volví a salir. Madre también tenía pájaros y a papá, pero yo sabía que quería a Klaus y que su corrección podía venirse abajo y hasta llorar un poco. No quería que su corrección se derrumbase. Tenía miedo. Miedo que se derrumbasen también otras cosas.

Mientras lo buscaba por las calles pensaba en muchas cosas. En madre, en que Andy y yo encontrábamos dos Klaus y ya no sabríamos que hacer… recordaba también un sueño donde yo era un niño que tenía dos patos, luego uno y después ninguno. Eran patitos chicos y creo que en el sueño, había matado sin querer a uno.


De tanto buscarlo comenzó a oscurecer y me apoyé contra las rejas de un jardín. Recuerdo que comencé a dormirme de a poquito hasta que quedé en cuclillas apoyada en la reja. La verdad no estaba realmente dormida aunque creía soñar algo. Creía sentir sobre la reja una gran mariposa mirándome. Tenía como dos grandes ojos dibujados en las alas, pensaba, mirándome. Cada ojo del color de una de las hojas que habíamos enterrado en la mañana. Aunque eran ojos falsos. En una enciclopedia de papá decía que los usaban para protegerse de otros animales, aunque la verdad no entendía cómo.


Así me encontraron después. Dormitando contra la reja de un jardín. No me regañaron tanto aunque a madre esa vez le dije mamá y ya no hubo sonrisas como antes.


Recuerdo también que en ese entonces yo anotaba todo en una agenda: Cumpleaños de Carolina, Juntarse con el Richi, Prueba de matemáticas (eso lo hacía con caritas tristes debajo). Pero esa tarde fue según recuerdo la última vez que anoté. Tampoco recuerdo que haya salido a patinar ninguna vez desde ese día. Además mamá me cortó un poco el pelo que me llegaba hasta la cintura. Recuerdo que ese último día en la agenda quedó así:

-Enterré una lista buena y una lista mala

-Perdí a Klaus

-Siento que en vez de perderlo encontré otra cosa, o que al menos comencé a buscarla.

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